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La paz

La paz es un tesoro. Una acertada valorización no ha podido ponerla en el lugar que justamente le corresponde, solo interpretar que es el equivalente de tantas presunciones que pueden llevarla a la solvencia con la felicidad o al desenlace de la angustia. Empero es un tesoro y yo desde mi ignorancia sobre su calificación en el sentido negativo considero que es tan alto que nadie está preparado para darle lo que verdaderamente merece.

En este momento por todos lados, en todas las esquinas de adentro y de afuera se habla de pacifismo. ¿Qué es esto? Si existe el pacifismo por supuesto existe la paz. Como una aspiración, el anhelo infinito de tomarla como una realidad invocada por todos en el sentido de ser la plenitud de la felicidad distante de ser la calamitosa, la fatalidad que lagrimea en la mayoría de los destinos del universo.

El pacifismo es ciertamente una gestión política, es una acción que mueve al hombre y a la mujer interesados ambos en la cristalización del mejor sistema de vivir, donde fluyan todos los encantos de la sostenibilidad estable. Nunca en la tensión de la disparidad, en las fanfarrias estruendosas de la guerra.

Por doquier donde se exprima la fruta de la amargura avasallada por los conflictos, tres guerras mundiales llenan a la historia de dolor, pero en el sentido de los términos oficiales, de la categórica contabilidad. La trilogía inundada por el belicismo palidece ante las tantas incontables que han deteriorado a la población viviente, tantas que no hay capacidad para numerarlas. Se quiere y sobre ello hay muchas demostraciones, evidencias del esfuerzo de preservar la paz a toda costa pero la deseada solo existe en forma aislada, ausente por la falta de buena voluntad de las partes simplemente porque bullen los factores ególatras del poder, del partidarismo.

Una pacificación es un acuerdo para no volver a transitar por las vías violentas. Aquí la violencia tiene facultades fecundas para engendrar violencia. No hay entendimiento alguno entre los pacifistas y los guerreristas. Viajan por todos los senderos excluyendo los de la reconciliación, sin llegarse a la imposible conciliación como factor de paz, la cual solo brilla en los rótulos demagógicos.

No hago ninguna mención específica porque sobran los medios donde abunda esa tendencia, razón por la cual la referencia cabe en todos sin que exista, brille la posibilidad de que el orbe conciba a la armonía como producto tesonero de que se rehabilite el ánimo de vivir pero siguiendo los métodos de una pacificación integral no parcializada por la influencia de la política que finalmente se encarga de ser un factor de la destrucción.

El mundo está aludido por la desgracia

El autor es periodista.

Opinión La Paz archivo
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