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El Atlético de Madrid realizó siete modificaciones con respecto al equipo habitual. LAPRENSA/CORTESÍA

El Atlético de Madrid vuelve a ser tercero tras sufrido triunfo en Valladolid

El Atlético de Madrid venció por la mínima al Valladolid y ahora están en puestos de Championsn League

Entraba el verano a las 23.44 horas y el fútbol español lo recibía a Liga puesta. Minuto antes, minuto después, Vitolo saludaba a la estación con un gol que se antoja fundamental para el Atlético. Vitolo, ha leído usted bien, quien lo iba a imaginar. Si el solsticio es el día más largo del año, al equipo rojiblanco se le estaba haciendo corto: se le iba, de hecho, sin una diana que llevarse a la boca. Del banquete de Pamplona se había pasado al hambre, pero hete aquí que Caro pifió su salida en saque de esquina local y el canario puso la cabeza para dar a la pelota la fuerza justa: Kiko Olivas llegó a sacarla, pero fue centímetros después de que traspasara la línea.

El fútbol, ya se sabe, escribe derecho con renglones torcidos. Porque el portero del Valladolid acababa de certificar la parada de la noche para sacar un latigazo de Thomas desde su casa. Caro había pasado de la enfermería a la alineación sin solución de continuidad y sin demasiada sensación de seguridad, las cosas como son, pero justo ahí se había reivindicado provocando el córner en el que se le hizo de noche casi sobre la medianoche. Su error, la testa del jugador local, la tecnología… y el empate que saboreaba la escuadra visitante y que se fue por el sumidero. En el último arreón la tuvo Unal de cabeza, igual que las tendría Costa a la contra. El unocerismo había vuelto para quedarse.

Los ojos del personal se fueron enseguida hacia los siete cambios de Simeone… sin atender a los nueve de Sergio. Parecía el del Atlético un equipo desnaturalizado, aunque sólo fuera porque faltaban Koke y Saúl, pero es que enfrente, por cambiar, el míster de Pucela ya se ha escrito que había cambiado hasta de portero. Tiene hasta cierta lógica, planteado así, que el partido no tuviera gobierno durante el primer acto. Que iba a moverse por impulsos quedó claro desde el arranque, cuando a una diagonal con zapatazo posterior de Waldo que hizo volar a Oblak sucedió un cabezazo de Morata a servicio de Herrera que se marchó por escasos centímetros.

No había dueño y eso era en todo caso pésima noticia para el que quería y no podía adueñarse, el Atlético, que a su rival ya le iba bien guardando la viña y poniendo pies en polvorosa en cuanto había oportunidad de ello. Porque tuvo un par de ocasiones Joao Félix, cierto, pero también volvió a tenerla Matheus en otra contra magistral de Waldo justo antes de la pomposa pausa de hidratación. Nunca estuvo del todo claro quién era mejor y el litigio deparó además un curioso agujero negro allá en el carril izquierdo que defendía Pucela: al Atlético nadie lo registraba por la zona que en teoría debía registrar Carnero, pero es que Trippier tampoco supo que hacer con la libertad condicional concedida. El uno por el otro, la casa sin barrer. Tú no me defiendes bien, yo te ataco horrible. Consecuencia: tablas.

Thomas andaba con la mente en otro sitio, vaya usted a saber cuál, y Herrera necesita para encontrar la jugada un extra de tiempo que a veces tiene pero muchas otras no, de modo que naufragaba una vez más la dupla del Cholo para la construcción. Con Lemar peleado con la lógica y con Morata peleado por el mundo, el Atlético quedaba en pies de Llorente y Joao, por confianza uno, por calidad el otro. Pero no era suficiente ante una escuadra que se defendía con mucho más orden del que se hubiera imaginado a una zaga, también, totalmente remozada. Ni uno quedaba de los del miércoles.

El segundo acto fue peor aún. En lo que a las cosquillas respecta, ni el Atlético las encontró ni el Valladolid las buscó ya. Sergio había movido doble pieza en el descanso, pero para cuando hizo otro cambio Simeone sumaba cuatro. E inmediatamente después del tercero visitante llegó el quinto y último local, con 20 minutos por jugarse aún. Koke, Carrasco, Correa, Costa, Vitolo… el desfile de futbolistas ofensivos resultó interesante, pero se tradujo exactamente en casi nada. No se podía definir lo que ni siquiera se generaba, porque la agenda apenas recoge disparos lejanos. Pero en el de Thomas se desataron los acontecimientos. Auge y caída de Caro, en fin, a mayor gloria de Vitolo… y de un entrenador que había refrescado a parte de los suyos y al que rescató otra vez una de las decisiones tomadas sobre la marcha. Al Atlético, de cinco en cinco o de uno en uno, parece esperarlo un largo y cálido verano.

Deportes Atlético de Madrid archivo

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