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Partidos políticos: o son parte de la solución o parte del problema

Los partidos políticos son necesarios. ¡Claro que sí! Lo que no deben tener es el control de una unidad opositora en tanto Daniel Ortega tenga el control sobre ellos

Partidos políticos

El sistema de partidos políticos es una de las criaturas mejor logradas del sistema de fraude que desarrolló Daniel Ortega. Por muy independiente que parezca actualmente, un partido está plagado de minas cuyo detonador permanece en las manos de Ortega, listo para hacerlo estallar a control remoto cuando lo necesite. Palabras como “personería jurídica”, “sellos”, “litis” son como esos chalecos con explosivos que usan los terroristas: no se los pueden quitar por sí solos y estallarán para causar el mayor daño posible, aún contra su voluntad, cuando sea necesario.

Historia

Revisemos la historia reciente. Cada vez que Ortega ha necesitado sacar a un partido o grupo partidario del juego, porque no se ajustaba a su guion, aparece alguien reclamando los sellos, el Consejo Supremo Electoral entregándolos alegremente, y el nuevo dueño desbaratando todo lo que encuentra a su paso. El otro caso, hartamente repetido en la historia, es el del partido que en nombre de “la unidad opositora como única forma de derrotar a Ortega”, exige integrar una alianza, ofrece candorosamente sus sellos, para luego sabotearla y entregársela maniatada a Ortega, arguyendo que ese es su partido. El dueño de un partido político es el dueño de sus sellos, dicen con descaro.

Oposición

La última encuesta de Cid Gallup demostró que, por separado, ningún grupo opositor tiene capacidad de derrotar a Daniel Ortega, incluso en una elecciones libres y transparentes. Esto habla muy mal de la oposición porque Ortega técnicamente no tiene capacidad de competir. Es un hombre enfermo, de 75 años, permanece encerrado, y ni siquiera decide por sí solo qué comerá o vestirá en un día. Podría estar muerto e igual ganaría con esos porcentajes, mínimos pero mayores que una oposición que él diseñó para la autodestrucción.

Campo minado

Todo esto pone en perspectiva un juego de peligrosa actualidad. Pretender jugar con las reglas de partidos políticos que diseñó Daniel Ortega es solo un comportamiento de acto reflejo para el que los partidos políticos fueron adiestrados durante años. Exhibir personerías jurídicas como garantía para que se acomode la oposición unida, dirimir litis ante este Consejo Supremo Electoral o, incluso, darle poder en una coalición opositora a partidos de conocido historial colaboracionista, es apostar a cruzar el campo minado con la esperanza que “tal vez” no estalle la bomba que reventará otra vez a la oposición.

Odres nuevos

Si vamos a aceptar la opción electoral como solución a la crisis que vive el país, no puede ser volviendo al viejo modelo que nos llevó a ella. ¿Vino nuevo en odres viejos o vino nuevo en odres nuevos? Los pleitos y divisiones que estamos viendo en estos momentos entre la oposición es prácticamente la batalla entre el viejo modelo de Ortega para participar en las elecciones y un nuevo modelo que se debe imponer en tanto nació de la rebelión de abril 2018. Hay que recuperar los principios de abril 2018. ¿Cuál es la ruta? En ese entonces todo estábamos claros. La ruta sigue siendo la misma.

Controles

Los partidos políticos son necesarios. ¡Claro que sí! Lo que, insisto, no deben tener es el control de una unidad opositora en tanto Ortega tenga el control sobre ellos. Ningún proceso electoral de verdad debe iniciarse en Nicaragua sin desactivar las minas que ha colocado Ortega en el sistema de partidos políticos. No se puede participar vestidos con un chaleco de explosivos cuyo detonador lo tiene Ortega en sus manos. Y una de las minas a desactivar de primero es aquella que no permite a ninguna alianza participar con nombre y sellos propios, sino bajo el alero de alguno de esos partidos, porque la intención de esta regla fue desde el principio, provocar estos pleitos internos y estimular la rapiña entre las partes.

Perder-perder

Los partidos políticos deben decidir ya si son parte de la solución o parte del problema. Como dije en una columna pasada, las elecciones no son el fin, sino el medio para salir de Daniel Ortega. La ruta. El ultimátum. O acepta las elecciones con condiciones, y eso pasa por desactivar las minas y trampas que ha colocado, o se atiene a las consecuencias. Si acepta elecciones con algunas garantías de libertad y transparencia, es seguro que perderá el poder en las votaciones. Si no las acepta, lo perderá de todos modos, porque dejará de ser gobierno para el mundo desde el día que se le desconozca. O sea, Ortega está ante la disyuntiva de perder-perder, y solo hay una forma que salve su pellejo: que la oposición colaboracionista acepte su juego. Y a eso está apostando ahora mismo.

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