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Marx, Marcuse y Black Lives Matter

Los EE. UU. tienen un problema de color. No es uno negro sino rojo. Estamos viendo una sublevación comunista que busca el quiebre integral del orden democrático. ¿Por qué entonces evocan “racismo”? Muy sencillo: necesidad revolucionaria. La victimización ha resultado una metodología efectiva en facilitar procesos radicales.

Aprovechando la lamentable muerte del estadounidense negro George Floyd a manos de un policía blanco, la izquierda radical ha reaccionado sediciosamente alzando el banderín trasnochado de “racismo sistémico” y ha arremetido bestialmente contra el orden público por vías de saqueos, asesinatos, vandalismo y otros instrumentos de terror, incluyendo una campaña mediática en consonancia perfecta con esas de Pravda. El batallón de guerra más destacado de este alzamiento ha sido Black Lives Matter (BLM) (Vidas Negras Importan), una organización de fundamentación marxista con un apego particular a la ideología de género, contextualizada ideológicamente como una prole emblemática del marxismo cultural.

La noción sobre si existe racismo sistémico en EE. UU. tiene validez solo en la imaginativa de los promotores de esta estrategia de victimización y de las industrias comerciales/políticas que se nutren de dicha postura. Racismo sistémico, la política y práctica institucionalizada dentro de un Estado que pone en desventaja y discrimina contra personas de un color particular, categóricamente, no se ejerce en EE. UU. Todo lo contrario, existe una gama de normas que favorecen a la comunidad negra sobre la blanca en el campo de la educación, los trabajos públicos y la programación social. La acusación generalizada de “racismo” por parte de la policía es otra mentira.

En 2019 hubo 375 millones interacciones entre la policía y la población estadounidense. La totalidad de muertes de ciudadanos desarmados negros, por un policía blanco, fue de solo nueve personas en ese año. Es cierto que el nivel de homicidios de negros en EE. UU. es alarmante. El racismo, sin embargo, no tiene nada que ver con eso. El 93 por ciento de los asesinatos de negros son cometidos por otros negros y típicamente esto ocurre en ciudades cuyos puestos políticos principales han sido o son encabezados por negros. Que el 13 por ciento de la población (negros en EE. UU.) cometa el 53 por ciento de los crímenes violentos es desolador. El hecho de que el 75 por ciento de los niños negros crecen en un hogar sin padre apunta con más precisión a explicar estas cifras. La destrucción de la familia negra ha sido el resultado de la programación de bienestar social puesta en vigor en la década de 1960. Es ahí y no en un racismo inventado en donde habría que reconsiderar.

¿Por qué entonces evocan “racismo”? Muy sencillo: necesidad revolucionaria. La victimización ha resultado una metodología efectiva en facilitar procesos radicales. Karl Marx y su materialismo histórico, dándole primacía a la economía y las relaciones de producción, insistía en que el obrero era explotado. Lo victimizó. Mejorías en la condición del trabajador y la elevación de su estándar de vida influyeron nada en disuadirlo de su error. Otros discípulos enmendaron esa cosmovisión.

Georg Lukács y Antonio Gramsci discreparon de Marx/Engels y entendieron que la economía no era el factor determinante. La primacía se la relegaron a la cultura. Fueron, sin embargo, los marxistas alemanes del Colegio de Frankfurt (Theodor Adorno, Walter Benjamin, Erich Fromm, Max Horkheimer y Herbert Marcuse) los que elevaron las premisas de Lukás y Gramsci a niveles monstruosos al casar a Marx con Freud y producir ese Frankenstein que conocemos como el marxismo cultural. No se puede entender la sedición hoy en EE. UU. y la estrategia de BLM, sin apreciar esto.

El Colegio de Frankfurt al formular la teoría crítica impregnó totalmente las ciencias sociales y las humanidades con el marco intelectual ultrarrrelativista y materialista que padecemos hoy: el posmodernismo. La toxicidad que es el marxismo cultural contó enormemente con el aporte de Herbert Marcuse, considerado el “padre de la Nueva Izquierda”. El sociólogo marxista estimaba que sociedades capitalistas avanzadas tecnológicamente, adquirían un vínculo con el artículo de producción. Esto, según Marcuse, producía una “concienciación falsa” e inhibía al obrero asumir el papel vanguardista. En otras palabras, el obrero en el capitalismo no le interesaba ser un comunista revolucionario por las prebendas que el sistema y su esfuerzo le otorgaban.

Marcuse entonces sacó al obrero de la ecuación marxista y colocó en su lugar a ese estrato de la sociedad que se sentía marginado. Aquí es donde la noción de victimización colectiva adquiere preponderancia. La insistencia en mantener a los negros en EE. UU. en un estado de mentalización de víctima perpetua está en línea con el papel de revolucionario que un percibido marginado puede asumir. El formulario de Marcuse le asignaba al intelectual radical la tarea de guiar a los marginados (explotados). Este siniestro proyecto también buscaba inculcar una culpa colectiva a los blancos para que asistieran al proceso revolucionario.

Marcuse tuvo otro aporte seminal que pavimentó el terreno para que movimientos como BLM pudieran prosperar: la tolerancia represiva. Este concepto, un oxímoron, promueve la supresión de toda libre expresión cuyas ideas/conceptos choque con los planteamientos marxistas. La corrección política y formulaciones contra “lenguaje de odio” son manifestaciones de la tolerancia represiva. Las acciones de las turbas socialistas en las ciudades estadounidenses, concretando su guerra de destrucción, lo hacen bajo el mantra de este concepto intolerante.

BLM con sus eslóganes capciosos cuenta con recursos amplísimos de los enemigos de la libertad como George Soros y sus organizaciones de pantalla, entre otros. Han cooptado a un sector de la comunidad empresarial, los medios y al Partido Demócrata. Igual que la mafia, extorsiona tácitamente exigiendo una genuflexión absoluta o de lo contrario, les envía las turbas envilecidas y los tilda de racistas.

Siguiendo los pasos de la Comuna de París (1871), esta insurrección comunista fracasará dentro de poco. Los resultados duraderos serán variados. Tristemente, las relaciones raciales darán un paso hacia atrás. Las ventas de armas incrementarán, así como una concienciación renovada sobre la importancia de la segunda Enmienda (de la Constitución de los EE. UU.).

La cuarentena se adormeció ridículamente. El Partido Demócrata amplió su desprestigio. Trump se acabó de asegurar su segundo mandato presidencial.

El autor es politólogo y escritor cubanoestadounidense. Director del Foro de Martí.

Opinión Estados Unidos George Floyd Racismo archivo
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