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Unidad, no ingenuidad

La unión es fortaleza. Obvio. Los nicaragüenses la demandan para restablecer el Derecho y la Justicia. Con todo, la necesariamente heterogénea unión opositora requiere vigilancia por los miembros comprometidos con las libertades inherentes a la democracia representativa. Las alianzas políticas suelen ser transitorias; logrado su propósito, concluyen. Lamentablemente, esa transitoriedad desemboca frecuentemente en la perversión dictatorial del nuevo orden político por los radicales de la coalición, incluso siendo minoritarios. Tal ocurrió en la revolución francesa durante la Convención; otro caso (aunque diferente al francés) acaeció en Rusia: la revolución democrática fue asaltada por los bolcheviques. No participaron para derrocar al zarismo, pero derrocaron al segundo gobierno provisional. Un evidente secuestro antidemocrático después del triunfo nacional contra la penúltima dictadura lo sufrió Nicaragua. (1979).

La buena intención pro-unitaria creó actualmente un discurso que distingue el llamado orteguismo del sandinismo de los ochenta, y en general del sandinismo nacido en 1962. Esta diferencia no es real. Las instituciones represivas de aquella década, las personas (salvo el gradual reemplazo generacional), los métodos sandinistas, lo que gobernó entonces, gobierna hoy. Se repite el drama, excepto el modelo económico: desecharon al ruinoso socialismo tercermundero a cambio del viciado capitalismo a la nica. No obstando los desencuentros entre el FSLN y otras agrupaciones sandinistas, hay una comunalidad ideológica que impone la previsión a los otros coaligados. La situación exige la unidad táctica, pero cada grupo debe conocer las metas de los demás cuando cumplan la difícil misión conjunta. El sandinismo opositor posee valiosas personas, pero siempre urge aclarar: ¿Qué actitud asume ante dictaduras como la castro-cubana? ¿Todavía sustenta los ideales de la “revolución” de los 80, cuya aplicación prohijó la dictadura, tiranía, opacidad, corrupción, y miseria colectiva?

Sandino fue liberal, anticomunista, tuvo ideas cooperativistas, fue nacionalista acendrado, pero más allá de esto no hubo, no hay, un pensamiento de Sandino. El sandinismo que conocemos tomó de bandera el antimperialismo de Sandino, usó masivamente una eficaz demagogia, le inyectó artificiosamente la doctrina marxista ortodoxa, varios de cuyos envejecidos postulados tomaban críticamente desde entonces (años 60) los socialistas, y los más ilustrados comunistas de otros lares. Esta receta requiere la vigilia de quienes la rechazan, aunque (transitoriamente) unos y otros caminen juntos. El país demanda una convergencia táctica, sin divorcios prematuros, y sin electorerismo antipatriótico: lo expresado aconseja claridad dentro de las alianzas actuales, o por venir. Dentro de estas, los demócratas deben priorizar la organización duradera de bases afines para evitar, previendo el futuro, más tragedias nacionales.

El autor es Doctor -Ph.D- en Estudios Internacionales.

Opinión ingenuidad unidad archivo
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