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CONTENIDO EXCLUSIVO.Ni siquiera cuando lanzó en AAA, en la antesala de las Grandes Ligas, con los Gigantes de San Francisco, Julio César Raudez sintió tantos nervios como aquella noche en Granada cuando el anunciador oficial dijo: “y ahora entra a lanzar, el hijo del diestro, Julio Raudez”.
El diestro era Diego Raudez, su papá, el lanzador más popular de Granada, a quien don Guillermo Bermúdez, “Chocolate”, presentaba por los parlantes del estadio con todo un ritual: “y ahora lanza el estelarisimo, el número uno, el rey del ponche, Diegooooo Raudeeeeez”.
Y sin embargo, el hijo del diestro no se sentía los pies. Estaba temblando. Los Pinoleros llegaron a jugar a Granada, donde a Julio no lo aceptaron en los Tiburones por ser muy chavalo. Lo atacaron sin piedad ese día y la gente comenzó a decir: nada que ver con el papá.
Tenían razón. A diferencia de Diego, Julio César era callado y sin afán de figurar, pero además sin mucha conexión con los fanáticos. Sin embargo, la mayor diferencia era el material. Un mejor talento que lo llevaría largo, tanto a nivel local como internacionalmente.
No obstante, el inicio no fue fácil. Julio no ganó ni un juego con los Pinoleros en el debut en 1994. Terminó con 0-2 y 7.71 en 12 actuaciones. Tampoco fue muy alentador 1995, al cerrar con 1-2 y 5.96, pero todo cambió a partir de 1996 para el joven de entonces 18 años.
Alex Torres se lo llevó al Matagalpa y el cambio fue visible. Ganó nueve partidos, perdió cuatro y salvó otros nueve en dos campañas, antes de firmar con San Francisco, recomendado por el propio timonel Torres, quien trabajaba como scout de los californianos en el país.
Y aunque luego de firmar vino y comenzó a mostrar su nivel con una temporada de 15-5 y 4.43 en 1999 con el San Fernando, fue del 2003 para adelante, cuando comenzó a ser realmente mortífero. Su velocidad a 90 millas y sobre todo su slider y cambio, eran estupendos.
Ese año tuvo récord 9-2 y 1.99. Al siguiente (2004) 7-3 y 2.01 con los Tiburones. Y así fue saltando de un éxito a otro, pero su mejor época vendría entre 2006 y 2015, luego de cumplir sus 30 años. En ese período, Julio ganó 102 juegos y se metió de lleno entre los máximos en victorias.
En el 2006, Raudez registró 7-3 y 1.88, para coleccionar luego 6-1 y 1.82 en 2007, 8-3 y 2.09 en 2008, 10-2 y 1.90 en 2009, 14-5 y 1.65 en 2010, 8-7 y 1.64 en 2011, 17-4 y 1.63 en 2012, 15-4 y 1.62 en el 2013, 15-5 y 2.40 en 2014 y 10-2 y 2.78 en el 2016, en una etapa impresionante.
Cuando se retiró tras conseguir una victoria el 29 de febrero del 2016, venciendo 2-0 a la Costa, llegó a 170 victorias, para dejar atrás la marca de 169 triunfos de Asdrudes Flores. Ese día indicó que aspiraba llegar a 200 triunfos a pesar de sus 40 años, pero su hombro crujió.
Raudez no volvió a ganar, ni siquiera volvió a lanzar y tras 22 años, cerró su carrera con marca de 170-81 y 2.79 en 2,038,1 innings, con 1,063 ponches, 27 lechadas y 78 juegos completos, en una demostración formidable de consistencia, pues lanzó en las Menores y la Profesional.
En la Selección Nacional trabajó a partir de 1997 y se mantuvo como uno de los brazos principales, pero su mejor momento lo tuvo en el Mundial del 2005 en Holanda, cuando era el brazo número uno del país y se llevó un difícil triunfo 1-0 ante los checos con jonrón de Aníbal Vega.
Julio militó cinco años en las Menores y ganó 27 juegos, más 43 en la Liga Profesional, para sumar 240 triunfos, pero lo reconocido a nivel de la Primera División, son 170, que es la cifra máxima a nivel local. Su papá cerró con 120-119 y 3.07, más 1,121 ponches en 1,829 innings.
“Sobre mi papá no voy a opinar, simplemente fue mi papá. Ahí dejó que los fanáticos y periodistas hagan sus comparaciones. Yo lo recuerdo como alguien que me motivaba y alentaba a seguir. Eso es todo”, ha dicho Julio en múltiples momentos.
Edgard Rodríguez en Twitter: @EdgardR