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Monseñor Silvio José Báez, en medio del asedio y amenazas fue obligado a exiliarse. Foto Oscar Navarrete/ LA PRENSA.

Monseñor Silvio Báez: “Nadie puede creerse más importante que Nicaragua”

Monseñor Silvio Báez espera de una coalición opositora que se acerque a la gente. "Es decir, ensuciarse los zapatos. Hacerse presente en los barrios, en los mercados, en los caseríos, en el campo. Escuchar a la gente. Más que comunicados, la gente necesita que le escuchen"

El 8 de marzo pasado, monseñor Silvio Báez llegó a Miami a visitar a unos familiares y desde entonces permanece en esa ciudad estadounidense. Lo atrapó ahí el cierre de fronteras en el mundo, las cuarentenas y el “quédate en casa” que provocó la pandemia del Covid-19.

Báez dejó Nicaragua el 23 de abril de 2019 por decisión del papa Francisco y desde entonces ha vivido en el seno de su familia religiosa, los Carmelitas, y movido entre Italia, Irlanda, Perú y España. Insiste que no habla como político.

Relata en esta entrevista el origen de la actual organización opositora Alianza Cívica, un grupo que los obispos de Nicaragua escogieron para “ponerle a Daniel Ortega una oposición al otro lado de la mesa” durante el diálogo nacional que comenzó el 16 mayo de 2018. “¡Estaba destruida absolutamente la oposición!”, dice Báez. “Era una dictadura que pide dialogar con la oposición cuando no había oposición. Tuvimos que construirle una oposición de urgencia porque no existía”.

A pesar de que su abrupta salida se produjo hace más de un año, aclara que nunca ha trabajado en el Vaticano, como se informó con insistencia, ni ha dejado de ser el obispo auxiliar de Managua.

Hubo quienes interpretaron su salida de Nicaragua como que el régimen le torció el brazo al Vaticano. Usted era una piedra en el zapato de Ortega y logró que el papa Francisco lo sacara del país.

A mí en lo particular no me han condicionado para nada, porque, aunque no he estado físicamente en Nicaragua, sigo presente con mi corazón, mi mente y con mi voz. El papa nunca me ha pedido que me calle, ni nunca me ha hecho una sola corrección sobre mi ministerio. Yo lo vería como un dobladura de brazos si me hubiera sacado y dicho: “Mirá, te saco, pero no hablés, no te metás”.

¿Qué hace en el Vaticano?

Voy a aclarar. El santo padre me pidió que saliera de Nicaragua para salvaguardar mi vida, porque había explícitas amenazas de muerte que estaban más que comprobadas. Él me pidió, casi me rogó, que saliera. Que no quería otro obispo mártir en Centroamérica. Esta es la razón por la que yo dejo el país. El papa nunca me ofreció una misión alternativa ni me pidió ir al Vaticano. Simplemente me pidió que saliera de Nicaragua. Y la alternativa que me puso fue vivir en una comunidad de mi familia religiosa, los Carmelitas. Yo no he dejado de ser obispo auxiliar de Managua. Y el papa nunca ha querido que yo deje ese título y ese cargo. Por eso no me ha dado otro cargo ni me ha dado otra misión.

Foto Oscar Navarrete/ LA PRENSA.

¿Usted ha conversado con el papa sobre Nicaragua? ¿Qué dice de lo que aquí sucede?

Hace tres días conversé por teléfono desde aquí, en Miami, con el papa. Él está consciente que la situación en Nicaragua es riesgosa, no solo para mí como pastor, sino para la gran mayoría del pueblo. Me ha hecho algunas preguntas sobre cuestiones que, a lo mejor, no le quedan del todo claras. Me ha dicho claramente: “No quiero que volvás a Nicaragua mientras esté este régimen porque te exponés a que te acaben moralmente con calumnias y campañas de desprestigio o que te acaben físicamente con un asesinato”. Yo creo, me dice, “que harían lo primero, porque con lo segundo te convertirían en héroe”.

¿No hay fecha para un posible regreso suyo a Nicaragua? ¿Se ha evaluado esa posibilidad?

No hay fecha fija. Lo último que recuerdo que le pregunté al santo papa es que si mi regreso depende de la caída de Daniel Ortega. “Por lo menos que este régimen esté bastante debilitado”, me dijo. Él cree que no va a tardar mucho eso.

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¿Cómo ha vivido estos meses de pandemia?

Estoy en Miami. El 8 de marzo vine a visitar unos familiares y ya no pude regresarme a Italia. Desde el principio me escandalizó y me irritó la respuesta que hubo en Nicaragua. Marchas del amor en tiempos del Covid, y todas esas locuras. No nos debería sorprender cómo esta dictadura ha enfrentado la pandemia. La han enfrentado con su mismo estilo político de siempre. Politizarlo todo a su favor. El fanatismo ideológico incluso por encima de la ciencia. Arrogancia. Irracionalidad. Irresponsabilidad. El secretismo y la mentira.

¿Cuál sería su diagnóstico del régimen de Daniel Ortega en estos momentos?

Lo veo desesperado por sobrevivir. Progresivamente ha ido perdiendo legitimidad, autoridad moral, respeto. Creo que es un régimen que no tiene nada que ofrecer. Lo único que puede ofrecer es mentira y represión. Esto implica que es un momento delicado, porque cuando uno está luchando por sobrevivir es capaz de cualquier cosa.

Usted sigue siendo mencionado como candidato presidencial para enfrentar a Ortega en unas posibles elecciones. ¿Existe la posibilidad que monseñor Silvio Báez en algún momento deje la sotana y asuma un compromiso de ese tipo?

No, en absoluto. Ni lo contemplo como posibilidad ni me siento llamado a eso, ni creo que sea capaz. Es una opción que queda descartada totalmente. Nicaragua tiene suficientes personas preparadas para hacer frente al cambio. Yo no lo veo posible por razones muy personales. Lo que está en juego es mi coherencia delante de Dios. El Señor me llamó para ser pastor del pueblo, como testigo del Evangelio y yo no voy a renunciar a esa gracia que Dios me ha concedido.

Técnicamente es posible sí. Ya ha sucedido.

Tendría que dejar el ministerio. Ya ha pasado. Hubo un obispo en Paraguay (Fernando Lugo) que renunció, se lanzó de candidato a la Presidencia de la República y ganó. Yo respeto esas decisiones, pero en el caso mío no lo contemplo en lo absoluto.

En Nicaragua la oposición no logra aún presentarse unida para hacerle frente a Daniel Ortega.

Una de las grandes carencias de Nicaragua en este momento es el liderazgo. Hay un gran vacío. Necesitamos líderes que muestren dolor por la gente. Que en vez de hablarle a los medios de comunicación le hablen al pueblo. Con la verdad, con compasión, con afecto. Yo veo a Nicaragua como en una frase muy potente del Evangelio: “Jesús vio aquella muchedumbre, sintió compasión de ella, porque eran ovejas sin pastor”.

Hay mucha descalificación entre opositores. A veces hasta queda la impresión que es Daniel Ortega quien mueve los hilos.

Creo que ha llegado el momento no solo de cambiar un gobierno, sino de cambiar radicalmente la forma de ejercer el poder y la forma de practicar la política partidista. Pero esto también va acompañado de un cambio, y esto le toca a la población, de ejercer el derecho a la ciudadanía. Los líderes tienen que aprender a ejercer la política de otra manera, pero la población también tiene que aprender a ejercer sus derechos y sus deberes. A mí me preocupa, como a todos los nicaragüenses, esa especie de recelo recíproco que hay entre los distintos líderes de la oposición. Pero, lo curioso, y esto es lo grave, es que este recelo recíproco, esta desconfianza encarnizada, no es a causa de proyectos ideológicos, de propuestas de nación, sino que los pleitos son por casillas electorales, por quién decide primero, como por quién toma decisiones.

Después de abril 2018, a la Iglesia católica le encargan gestionar un diálogo entre el Gobierno y los inconformes. Ustedes no encuentran una oposición organizada y escogen a un grupo como contraparte. Así nace la Alianza Cívica. ¿Con qué criterios escogieron a estas personas?

Hay que situarse en el contexto tan difícil en que se tuvo que tomar esa decisión. La idea del diálogo vino de la dictadura. Nosotros, al acoger la propuesta, tuvimos que comprometernos a ponerles a alguien delante para que dialogaran. ¡Estaba destruida absolutamente la oposición! Era una dictadura que pide dialogar con la oposición cuando no había oposición. Tuvimos que construirle una oposición de urgencia porque no existía. En aquel momento en que la gente estaba muriendo, se tenía que hacer todo a la mayor brevedad posible, sin posibilidad de hacer muchas consultas, los obispos, sin mucha experiencia política, lo mejor que pudimos hacer fue crear un grupo de carácter sectorial que estuviera frente al Gobierno. Que fuera un poco representativo de todos los sectores del país. Ahí estuvieron campesinos, estudiantes, y fueron los grandes protagonistas, universidades, sector privado, organizaciones de la sociedad civil, distintos sectores… Lo curioso es que no se nos ocurrió pensar en los partidos políticos, porque estábamos claros de que los partidos políticos existentes han sido cómplices de la dictadura. En ese momento había que escoger una oposición auténtica. Así nace la Alianza Cívica.

¿Reconoce en la actual Alianza Cívica aquel grupo que ustedes formaron?

No. Aquel grupo que formamos para que estuviera al otro lado de la mesa de la dictadura no es el grupo actual que se llama Alianza Cívica. Creo que se ha desmembrado mucho. Ha perdido su espíritu carismático, su representatividad nacional. No veo ya representados a todos los sectores que en aquel momento estaban. Ha cambiado. No juzgo si es mejor o peor. Pero la Alianza Cívica actual no es la de mayo de 2018.

¿Y a la Coalición Nacional usted le ve posibilidad de enfrentar con éxito a Daniel Ortega?

La Coalición es un evento histórico que no hay que minimizar. Hay que valorarla en el contexto en el que estamos, con todos sus límites, pero también con las posibilidades que abre. Pero llama la atención la excesiva importancia que le han dado a la firma de estatutos, esta especie de preocupación burocrática. Hay que dar un paso más, donde la preocupación sea el bien del pueblo, proyectos sociales que impliquen un cambio radical en el modo de construir el país. El libro de Éxodo de la Biblia es la historia de la liberación de un pueblo sometido a la represión, a la esclavitud, a trabajos forzados, a la voluntad de un faraón que es casi un dios que se impone sobre la gente. El gran líder de éxodo es Moisés, y Moisés no solo se gana la confianza del pueblo, sino que trabaja para que el pueblo tenga más confianza en sí mismo. Esto es algo que la oposición, o los líderes en Nicaragua, deberían tener en su agenda. Ceder el protagonismo al pueblo. A mí me da la impresión que muchos líderes ven a la gente solo como una masa para votar.

¿Qué esperaría monseñor Silvio Báez de una coalición opositora?

Una prioridad debe ser acercarse a la gente. Es decir, ensuciarse los zapatos. Hacerse presente en los barrios, en los mercados, en los caseríos, en el campo. Escuchar a la gente. Más que comunicados, la gente necesita que le escuchen. El futuro de la Coalición es no imponerle al pueblo un camino y una estrategia, sino escuchar al pueblo, para, a partir de ahí, ir marcando el camino. Tienen que olvidarse de discusiones estériles que en estos momentos lo único que causan es rechazo popular: casillas electorales, alianzas electorales, candidatos… Que todos renuncien a las casillas actuales. Es que yo no veo una casilla actual que no tenga una historia turbia. No veo casilla actual que esté segura para unas futuras elecciones.

Hay también desconfianza en las elecciones.

Hay una frase que mucho se repite en Nicaragua: “No hay condiciones para elecciones en el 2021”. Y creo que todos estamos de acuerdo en eso. El gran trabajo de una coalición que quiera ser la portavoz de los anhelos del pueblo es crear esas condiciones. Exigir. Propiciar el camino para unas elecciones justas y transparentes. Superando el recelo recíproco, el afán de protagonismo. Nadie se puede creer más importante que Nicaragua. Superando también una especie de complejo de inferioridad frente a la dictadura. Tienen que darse cuenta que la dictadura es un proyecto que está en proceso de descomposición. No hay que tener complejo de inferioridad frente a un proyecto político que está por morir.

¿Ve una salida electoral para la crisis en Nicaragua?

Lo veo muy difícil. Para la dictadura el poder significa sobrevivir. Jugarse el poder es entregarse a la muerte. Entregar el poder es quedar desprotegida ante la justicia. Yo no veo a esta dictadura concediendo elecciones libres, honestas y democráticas. Creo que la salida debe ser esa. Hay que propiciar el camino, hacer las reformas electorales necesarias para salvar la democracia en Nicaragua y, sobre todo, para una salida constitucional y pacífica, que son las salidas duraderas.

Entonces, ¿qué sentido tendría propiciar unas elecciones justas que sabemos que no se darán porque el régimen de Ortega sabe que ellas serían su muerte?

Una oposición en esa línea va a ser una oposición con autoridad para exigir a nivel internacional nuevas medidas de cara a esa situación que menciona. Una oposición que no se contente con las migajas que le puedan dar, una oposición que está para cambiar el país y no para quedar en segundo lugar. En estos momentos la gran disyuntiva es: o Nicaragua o la dictadura. No es un problema económico, social, político. Ni siquiera se trata de ganar las elecciones. Se trata de salvar a Nicaragua. Hay un pueblo secuestrado, desamparado e irrespetado. Lo peor que puede ocurrir es que nos acostumbremos a eso. Que aceptemos esa especie de normalidad que nos quieren imponer con la mentira y con las armas.

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