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Nicaragua nueva, universidades nuevas

Doña Ramona Rodríguez Pérez, rectora de la UNAN Managua, estaba muy feliz cuando micrófono en mano anunció la firma de un convenio de cooperación académica, científica y docente, con nada menos que la empresa de diseños y modas de doña Camila Ortega, la hija del dictador. No sabemos cuáles son las credenciales académicas de esta empresa “privada”, ni si el convenio implica pagarle honorarios. Lo que sí está claro es que el hecho corrobora, una vez más, la enfermedad que sufre nuestra educación superior pública. El 23 de abril, por ejemplo, en plena pandemia, la UNAN despedía, sin brindar explicaciones, a cuatro científicos del CIES, Centro de Investigaciones y Estudios de la Salud, entre ellos al doctor Orozco, profesional con buenas credenciales. Meses atrás había despedido a otros docentes y a 144 estudiantes, todos por considerarse opositores. Y en los años precedentes había cesanteado también a otros catedráticos y bloqueado el ingreso de conferencistas sospechosos de no comulgar con la línea del partido dominante.

La enfermedad de la UNAN es la pérdida de su autonomía y su conversión en una provincia servil de la familia Ortega-Murillo. Es una enfermedad terminal, pues atenta contra la esencia y razón de ser de la universidad, cual es cultivar el pensamiento independiente, el libre debate y al mérito exclusivamente académico. No debe subestimarse el gran daño que hace su partidización y correspondiente mediocridad. La calidad de la educación superior es sumamente importante. Porque además de preparar las élites profesionales e intelectuales del país, tiene gran incidencia en las ideas, políticas y cambios que mueven a las naciones; y es un componente indispensable del desarrollo.

La caída de la dictadura Orteguista será una gran oportunidad para cambiar este estado de cosas, sobre todo si esta no se limita a un mero cambio de gobernantes, sino que se abre a grandes transformaciones. En este nuevo horizonte de una revolución azul y blanco esperanzadora, uno de los cambios más importantes será liberar a la universidad pública; rescatarla de las garras del servilismo partidario y devolverle su plena autonomía y dignidad. Evitar, que como ocurrió después de la victoria electoral de doña Violeta en 1990, la UNAN vuelva a convertirse en madriguera de los elementos desplazados del oficialismo.

Hay varias formas de lograrlo y vale la pena sopesarlas. Una de ellas, potencialmente muy efectiva, sería el sistema de váuchers propuesto un día por el premio Nobel de economía Milton Friedman: En nuestro caso consistiría en trasladar el seis por ciento constitucional a váuchers o vales académicos que financien directamente a los estudiantes. Sería un cambio revolucionario de paradigma. Hoy el seis por ciento asignado a las universidades alimenta la oferta de estudios, es decir, a la burocracia que maneja la UNAN (al CNU y sus compinches). Pero podría, en cambio, alimentar la demanda, es decir, asignarse no a las universidades sino a los universitarios. Supongamos, para entenderlo mejor, que el seis por ciento en un año dado fuesen doscientos millones de dólares y los estudiantes cien mil. Corresponderían así dos mil dólares anuales a cada uno ($166 mensuales). Estos podrían entonces recibir esta cantidad en vales y aplicarla a la universidad de su preferencia, sea esta pública o privada. En la práctica el sistema sería regulado conforme la capacidad económica del aspirante a la educación superior y al tipo de carrera deseada. Uno pobre, que quisiese estudiar Medicina, recibiría más que uno no pobre (por ejemplo; el que pagaba cien dólares mensuales en su bachillerato) que además busca estudiar Derecho.

Una de las ventajas de este sistema es que promovería una viva competencia entre los centros de estudio y daría gran autonomía a sus beneficiarios. Evidentemente tiene sus complejidades y habría que estudiarlo a fondo. Quizás algunos prefieran alternativas menos novedosas. Lo importante, en cualquier caso, es que se debatan formas de rescatar a las universidades públicas de la desgraciada sumisión y mediocridad en que viven hoy y que las nuevas plataformas de gobierno incluyan el tema de la reforma universitaria. Hacerlo es un acto de caridad hacia la juventud nicaragüense. Ellos merecen, y exigen, algo mejor. Una Nicaragua nueve necesita universidades nuevas.

El autor es sociólogo e historiador, autor del libro En busca de la Tierra Prometida. Historia de Nicaragua 1492-2019.

Opinión Nicaragua nueva archivo
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