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Nahúm Peralta durante la pretemporada con el Managua FC. LAPRENSA/ CORTESÍA/ MANAGUA FC

El talentoso jugador esteliano que logró escapar de las pandillas gracias al futbol

El volante del Managua FC encontró en los consejos de sus padres y la pasión por el futbol la fuerza necesaria para mantenerse al margen de las malas compañías

Nahúm Peralta creció en el barrio La Chiriza, uno de los barrios más peligrosos —afirma— de Estelí en su adolescencia. “Había una pandilla, drogas y alcohol”, recuerda el destacado jugador del Managua FC, quien asegura haberse escapado de ese mundo gracias al futbol y las oraciones de sus padres (Nubia Arce y Reynaldo Peralta) que lo cuidaron cuando estuvo en peligro e impidieron involucrarse más de la cuenta.

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“Nunca estuve metido de lleno gracias a Dios. Conocía a los pandilleros, algunos eran mis amigos y otros no”, señala el atacante de 25 años, quien desde que llegó a los Leones Azules ha explotado todo su potencial futbolístico a nivel nacional e internacional y ser perfila ahora como uno de los jugadores llamados a marcar en el nuevo ciclo de la Selección Nacional.

La influencia de sus padres

Peralta afirmó que estuvo cerca de ese mundo de desorden, pero nunca llegó a probar nada o sumergirse. “Lo más que hice fue agarrarme a pedradas con los de otro barrio porque ni modo, estaba ahí en el momento que pasaba todo”, cuenta el esteliano, quien sostuvo que nunca le hizo daño a nadie ni tampoco le hicieron, aunque una vez su vida corrió peligro.

Nahúm Peralta es uno de los referentes del Managua FC. LAPRENSA/ CORTESÍA/ MANAGUA FC

Los consejos de sus padres y la pasión por el futbol siempre le ayudaron a mantenerse al margen de las pandillas. “Entrenábamos a las cinco y estaba más enfocado en eso. A muchos amigos las drogas y las malas gavillas los perdieron. Recuerdo que caminaba con ellos, trasnochaba, Dos están presos, otros andan en la calle y cuando los veo me felicitan por lo que hecho. Gracias a Dios y el futbol, no me perdí”, apuntó el volante, quien sostuvo que hubo dos jugadores igual o más talentos que se echaron a perder.

Entre el asedio a entrenar

Desde pequeño jugó en el equipo del otro barrio (Virginia Quintero) porque ahí estaba su primo, quien era el jefe de la pandilla, y solo quería jugar con él. Eso —dice Peralta— nunca lo entendió el líder de la pandilla de su barrio, quien desde entonces lo buscó junto a cuatro sujetos para pelear, incluso hasta cuando iba entrenar. “Salí con cuidado cubriéndome la espalda, viendo para todos lados porque me salían en todas partes”.

“Una vez Dios me salvó de ellos. Me esperaron en el callejón del diablo, me pusieron un cuchillo y me estaban quitando la bicicleta y zapatos, pero en ese momento pasó la Policía y les dio persecución. Ese día sentí que mi vida corrió peligro. Fue una situación muy complicada”, dice Peralta, quien sostiene ese episodio jamás lo supo su familia para evitar preocuparlos .

El volante y su familia, que siempre conocía de ese problema con los pandilleros de su barrio, descansaron hasta que a los 14 años se marchó a la Escuela de Talento de Diriamba. Al regreso a los 16, algunos estaban presos por robar, drogas o habían desaparecido. “Agradezco a Dios porque me aportó de ese camino, por conocer a mi esposa (Karen Centeno), quien me ha mantenido en sus pasos desde los 18 años”, cuenta el jugador que encontró en el futbol una vía de escape a su entorno.

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