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Sayra Laguna es recibida por su abuela al llegar a su casa. LAPRENSA/CORTESÍA

Mis 32 días de calvario para volver a casa: La medallista Sayra Laguna relata todo lo vivido

Lo primero que hice al arribar fue dirigirme al cementerio para despedirme de mi bisabuela y disculparme por no haber llegado a tiempo

Desde que salí de Estados Unidos cuando supe que parte de mi familia estaba enferma y que mañana podía ser demasiado tarde para despedirme, no existía nada capaz de detenerme por volver a verlos.  Tuve todo el tiempo en mi mente a mi papá, mi abuela y a mi bisabuela. Eran mi motor, el combustible que me sostenía en el calvario que vivía. Pasé de California por México y luego a Guatemala en un trailer, durmiendo en la carretera con una pequeña mochila de compañera. Los primeros días avanzaba de país en país y sentía que no tardaría tanto como imaginaba regresar a Nicaragua.

El problema mayor ocurrió en Guatemala. Tan cerca y tan lejos. Así me sentía y más aún cuando teníamos ocho días en la frontera y no sentíamos ningún avance. Éramos 44 nicaragüenses pidiendo ayuda humanitaria por estar en nuestro país. Sentía que no nos escuchaban, pero no perdía las fuerzas. Dios estaba conmigo. Teníamos que depender de alguien y se convertía en una incertidumbre. Luego de 10 días quemados por el sol, en tardes de lluvias y noches frías, recibí una comunicación: que el Vicecanciller de Nicaragua y el Nuncio Apostólico habían establecido un contacto con la Presidencia para ayudarnos. Esa fue una gran noticia, pero luego me sentí muerta en vida cuando me informaron que mi bisabuela había fallecido. Mi mundo se puso en blanco y negro. Pensé en irme ilegal con tal de volver y estar en el entierro de mi bisabuela.

Poco a poco yo me fui convirtiendo en la coordinadora de todo el grupo. Alguien tenía que hacerse cargo. Resolvía con gente que nos ayudaba para el desayuno, otros con almuerzo y también la cena. Nunca nos faltó comida gracias a Dios. También me tocó gestionar el acompañamiento con la Cruz Roja y estar pendiente de los trámites de nuestro paso en la frontera. Era estresante. Ahí en mi oficina en el piso de una gasolinera con mi celular, me encargaba de todo, en ocasiones recibía ayuda de otros a veces no, además de estar en comunicación con periodistas que nos daban seguimiento.

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Uno de los días más difíciles fue el lunes pasado. Llegaron a realizarnos las pruebas de Covid-19. Habían unas personas que estaban raras y tomaban medicinas de la Cruz Roja. Tras la prueba, a la hora de los resultados, nos colocaban a unos a la izquierda y a otros a la derecha. No sabíamos quienes eran positivos y negativos. Al final nueve señores del grupo dieron positivo. Ninguna mujer, fuimos más precavidas. Y me dolió porque ellos estaban debajo de una caseta de los que cambian dinero, luego los echaron como si fueran leprosos, al día siguiente durmieron en donde antes eran unos baños públicos y el Ejército de Honduras los corrió. Hasta que encontraron sitio debajo de un trailer.  Eso fue duro. Finalmente, un señor de buen corazón les dio una casa, medicinas y les puso un doctor cuando vio la noticia.

El viernes, un día antes que nos dieran el pase, me dicen que mañana (sábado) salimos. Yo no creí, así nos habían dicho días atrás y decidí callar. Además que había recibido el golpe de la muerte de mi bisabuela. El sábado tipo 6:00 a.m., me mandan a llamar de Honduras y me entregan el documento que nos autorizaba el pase. Cuando desperté al grupo para darles la noticia habían infinidad de sentimientos encontrados. En mi caso seguía triste  porque le había fallado a mi bisabuela. Oré a Dios y le agradecí por todo, además le dije que hice todo lo que estaba en mis manos por volver a tiempo. Muchos ni desayunaron de la emoción. Emprendimos el viaje de regreso gracias al apoyo de Violeta Delgado, quien nos pagó los buses. Yo siempre me preparo para lo peor, pero no imaginé que sería tan duro.

Llegué a casa a las 6.40 de la mañana del domingo. Me recibió mi abuela y me sentí muy feliz. Lo primero que hice fue dirigirme al cementerio para despedirme de mi bisabuela y disculparme por no haber llegado a tiempo. Ahora mi abuela está un poco mejor y  estoy yo para cuidarla, mi papá está un poco recuperado ya le pasó lo peor de la enfermedad. Y luego me tocará pensar en un trabajo. En lo deportivo debo entrenar por mi cuenta porque el Instituto de Deportes (IND) me vetó de todas las instalaciones deportivas y, en la parte profesional, tratar de conseguir un trabajo: estudié Administración de Empresas en la UCA, Mercadotecnia en la UNAN y llegué hasta tercer año de Ingeniería Agrónoma. Gracias a todos los que nos ayudaron y estuvieron pendiente de los nicaragüenses varados en Guatemala. Realmente fueron 32 días de calvario por volver a casa.

Deportes Sayra Laguna archivo

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