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La globalización, ¿es buena o mala?

La globalización es la creciente interconexión entre naciones. En su sentido más amplio, incluye no solo el comercio de bienes y servicios sino que también los flujos de capital, personas y tecnología. Además tiene una dimensión política y otra cultural. Esta última se manifiesta en las películas que vemos en los cines, los programas que pasan en nuestra televisión y hasta la música que escuchamos en la radio.

La globalización no es nueva. En la antigüedad, el Imperio Romano integró a todo el “mundo conocido” alrededor del Mediterráneo bajo un solo gobierno, y fomentó el comercio global. Roma importaba de Egipto gran parte de sus granos y exportaba al Norte de África vino y aceito. Y durante el medievo, el viaje de Marco Polo a la China fue célebre por abrir la posibilidad del comercio con el Lejano Oriente.

En la época moderna se convirtió en un artículo de fe que la Gran Depresión de los años treinta se profundizó —tanto en duración como en magnitud— por aranceles que países como Estados Unidos aumentaron para proteger a sus trabajadores y empresas de la competencia internacional. Por eso, en 1944 cuando se acercaba el final de la Segunda Guerra Mundial, los más influyentes economistas del mundo se reunieron en el pueblo de Bretton Woods en Estados Unidos. Allí diseñaron un nuevo orden económico mundial cuya arquitectura incluía la creación del Banco Mundial y el Fondo Monetario. Los objetivos de Bretton Woods eran reconstruir las economías destruidas por la guerra y promover el desarrollo a través de flujos de financiamiento fuertes y un aumento en el comercio mundial. En el fondo, buscaban construir un mundo globalizado, más próspero.

La apuesta hacia la globalización arrojó enormes beneficios. A solo quince años después de Bretton Woods, se reconstruyeron Alemania y el Japón. Y algunos países subdesarrollados empezaron a crecer económicamente. No todos supieron aprovechar esta situación por dificultades políticas internas o por rechazar la economía de mercado liberal que es la piedra angular de la globalización. Pero muchos otros sí. Los primeros en dar el salto al primero mundo fueron países como Corea del Sur, China/Taiwán y Singapur. Pero con el pasar del tiempo, lo hicieron otros. El más grande de estos fue la República Popular China cuyo ingreso per cápita era de tan solo US$200 en 1980 pero que hoy tiene la economía más grande del mundo.

Estados Unidos, que jugó un papel determinante en forjar la globalización, también se benefició de ella. Alcanzó extraordinarios niveles de prosperidad para la mayoría de sus habitantes. Pero esta fue acompañada de una importante metamorfosis en su economía. Pasó de ser un país fuertemente industrial a uno que depende cada vez más de servicios. En el proceso, perdió millones de empleos en el sector manufacturero. Zapatos, vestuario y línea blanca, por ejemplo, dejaron de ser “made in the USA”. Y aunque Norteamérica sigue siendo el segundo más grande productor de vehículos mundialmente, más de la mitad de estos tienen marcas como Toyota, Hyundai o Volkswagen.

Muchos de estos carros y camiones se manufacturan en plantas norteamericanas. Pero estas suelen estar ubicados en estados sureños como Texas, Carolina del Sur y Mississippi que ofrecen un clima de inversión más favorable que el que existía en el medio-oeste de la Unión Americana. Esto es importantísimo en el mundo cada vez más competitivo en que vivimos.

El presidente Trump ha cuestionado los efectos de la globalización. Durante su exitosa campaña de 2016, uno de sus mensajes más poderosos fue que el comercio internacional estaba destruyendo al sector industrial estadounidense y eliminado empleos bien pagados. Citando los grandes déficits comerciales que tenía EE.UU. con la China en 2016, argumentó que los Estados Unidos no podía ser una súper potencia si dejase de ser una gran potencia industrial.

Este argumento tuvo resonancia entre los votantes y contribuyó a que ganase los estados industrializados de Michigan, Wisconsin y Pennsylvania, y la elección general.

¿Qué ha pasado durante los tres años de la Administración Trump? Pues el déficit comercial con la China que promedió aproximadamente US$310 millones anuales bajo Obama subió a un promedio de US$380 bajo Trump. Y el empleo en el sector manufacturero continúa con su tendencia hacia abajo. Esto se debe a varios factores incluyendo sus altos salarios (US$85,000 en promedio por año), la fuerza del dólar que ha socavado exportaciones y el creciente uso de robots en, por ejemplo, la industria vehicular.

¿La globalización es buena o mala? Para los países del tercer mundo que la aprovecharon, catalizó un mejoramiento del bienestar socioeconómico para cientos de millones de pobres. Lo vimos en la China durante los últimos 40 años, y lo estamos viendo ahora en la India. Y para los países que ya eran industrializados, también ha sido provechoso, especialmente para sus clases media y baja. Gracias a la globalización, sus ciudadanos han mejorado sus niveles de vida adquiriendo productos —desde aires acondicionados, celulares, vestuario y hasta alimentos— de mejor calidad y a precios más cómodos. Con la globalización, se ha cumplido con el célebre objetivo del filósofo y economista ingles del Siglo XIX, Jeremy Bentham: lograr “el mayor bien para el mayor número de personas”.

En Nicaragua la globalización también ha sido una bendición. Gracias a ella recibimos más de mil millones de dólares en remesas anualmente. En tiempos normales ha mantenido a nuestro turismo. Y todavía facilita la exportación de manufactura ligera por nuestras zonas francas. Esto se traduce en más de 100,000 empleos. Para aprovecharla a plenitud, tendríamos que arreglar nuestra crítica situación política. Pero ese es tema para otro día.

El autor fue director del Banco Mundial

Opinión Egipto globalización Imperio romano Roma archivo
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