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Inhumanidad en la frontera

La dramática situación de los centenares de nicaragüenses varados en la frontera de Nicaragua con Costa Rica, que no pueden entrar a su suelo patrio pero tampoco regresar al país vecino, ha sido esta semana una noticia de gran impacto.

En general se trata de personas que trabajaban en otros países y enviaban remesas a sus familiares en Nicaragua.

Pero perdieron sus puestos de trabajo por la crisis de la pandemia y carecen de recursos para seguir viviendo donde generosamente les daban acogida.

Una situación parecida sufren otros muchos nicaragüenses que permanecen en países vecinos del norte. Ellos también necesitan imperiosamente regresar a Nicaragua, pero igual, la dictadura no les permite reintegrarse a su tierra natal. O los deja entrar a cuentagotas.

Según la información sobre el caso ofrecida por el diario LA PRENSA, las autoridades que en teoría están al servicio de la gente les exigen un certificado de prueba negativa de coronavirus para permitirles pasar. Lo cual es imposible, porque esa prueba solo la hace el gobierno en el Centro Nacional de Diagnóstico y Referencia, ubicado en el Complejo de Salud Conchita Palacios que está en la ciudad de Managua. Y, como ya se dijo antes, tampoco pueden regresar a Costa Rica para hacerse allá la prueba exigida.

Los nicaragüenses tiene derecho natural de regresar a su país y los gobernantes la obligación de brindarles las facilidades para que lo ejerzan. De manera que las pruebas de coronavirus se las deberían hacer a los infortunados compatriotas que están retenidos en las fronteras, en esos mismos lugares. Y como sufren hambre, sed y otras penurias, la obligación mínima de las autoridades del poder público es proveerlos de alojamiento, alimentos y condiciones indispensables para que puedan sobrevivir con dignidad, mientras se cumple el trámite sanitario que les exigen para dejarlos entrar.

Daniel Ortega dijo en su discurso del 19 de julio recién pasado, que a él y su mujer vicedictadora les interesa “que los nicaragüenses que están en otros países puedan regresar a Nicaragua, pero —dijo— eso hay que hacerlo de manera ordenada”. Y aseguró que les abren las puertas a esas personas, “pero con las debidas medidas que hay que tomar”.

¡Es mentira! Si fuese cierto no estarían los centenares de nicaragüenses, incluyendo mujeres embarazadas y niños pequeños, varados en las fronteras y sufriendo calamidades. Si fuera verdad, la pareja dictatorial habría enviado a las fronteras suficientes pruebas de coronavirus de las que les han regalado gobiernos de otros países e instituciones internacionales. Y así el problema se hubiera resuelto rápidamente.

Sin embargo, los dictadores por su propia naturaleza son inhumanos, que significa “crueldad, barbarie, falta de humanidad”. Enmanuel Kant enseñó que la humanidad no es solo el conjunto de los seres humanos, sino también el valor que se atribuye y reconoce a cada persona. “Trata a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin en sí y nunca solo como un mero medio”, aconsejó el filósofo ético alemán.

Pero qué van a saber de filosofía, ética y humanismo, los ordinarios dictadores que oprimen al pueblo de Nicaragua.

Editorial Inhumanidad en la frontera archivo
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