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Dejar imagen como quedó

En medio de la consternación y la indignación de los creyentes católicos por el atentado terrorista del viernes 31 de julio, que incendió la capilla de la Sangre de Cristo en la Catedral de Managua y calcinó la venerada imagen, se discute si es posible y conviene restaurarla o sería mejor dejarla tal como quedó.

Según algunos expertos es prácticamente imposible restaurar la imagen, que además de su poderosa significación religiosa tiene un incalculable valor histórico y cultural. Es precisamente por esta razón que no solo los católicos sino toda la gente de mente sana y buena voluntad, ha deplorado y condena el deleznable atentado contra la imagen de Cristo crucificado.

En realidad, aunque se pudiera restaurar la escultura que representa a la Sangre de Cristo, sería mejor dejarla tal como quedó después del brutal atentado terrorista, para que sea una muestra testimonial histórica de la barbarie —que los creyentes católicos califican como diabólica— que se ha adueñado de Nicaragua y somete a la nación a la peor dictadura de toda su historia.

En 1985, al hablar ante el Bundestag — como se llama el Parlamento de Alemania— el entonces presidente alemán Richard von Weizsaker dijo que la historia de su país enseña de qué es capaz el ser humano, en referencia a las terribles atrocidades que se cometieron durante la dictadura nacional-socialista o nazi de Adolfo Hitler.

Pero el ser humano también es capaz de demostrar mucha generosidad, de hacer grandes sacrificios por amor a la humanidad y en solidaridad con el desvalido y el perseguido. La Iglesia católica, como institución religiosa y a título personal de sus sacerdotes, religiosos y laicos consagrados a servir a los demás, ha hecho muchas veces tales demostraciones. Precisamente, si la Iglesia católica de Nicaragua ahora está siendo víctima de las agresiones de odio de la dictadura sandinista actual, como también lo fue de la anterior, es porque otra vez se ha puesto del lado de la historia, junto a la gente oprimida y reprimida, con los necesitados de libertad y sedientos de justicia.

Ambas situaciones, la de la Iglesia consagrada al servicio de la gente y las agresiones criminales del poder para castigarla por eso, no deben ser olvidadas jamás. Y para perpetuarlas en la historia hay que conservar los testimonio físicos, como la calcinada imagen de la Sangre de Cristo, igual que la dejaron los terroristas.

No es por guardar rencor ni para alimentar odio contra quienes han cometido y siguen cometiendo semejantes monstruosidades. Es porque “sin memoria no hay democracia”, como ha dicho la escritora y periodista franco-alemana Geraldine Schwarz. “Afrontar la memoria con honestidad…”, asegura esta autora, “nos ayuda a construir, juntos, el futuro. Nos guía para comprender el mundo en lugar de sufrirlo, evitar los errores e identificar los peligros; los que proceden de otros, pero, sobre todo, los que proceden de nosotros mismos. Nos ayuda a vivir de manera más consciente”.

Se cita a menudo la sentencia del filósofo Santayana, de que quienes no conocen su historia están condenados a repetirla. Esto es cierto. Para que las siguientes generaciones de nicaragüenses conozcan la historia y no permitan la repetición de las atrocidades de ahora, hay que conservar testimonios tan aleccionadores como la imagen calcinada —pero en pie— de la Sangre de Cristo.

Editorial Dejar imagen como quedó LA PRENSA Nicaragua archivo
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