14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

¿Demócrata o liberal?

Poncio Pilatos fue un gran demócrata. Estaba totalmente claro que el acusado, Jesús, era inocente. Pero el pueblo pedía su muerte. Puesto a escoger entre un criminal, Barrabás, y Jesús, la multitud prefirió, por aplastante mayoría, la libertad del primero y la crucifixión del segundo. Pilatos estaba entonces en un dilema: ¿seguía su conciencia, opuesta a condenar al inocente, o se plegaba al principio democrático de respetar la voluntad popular? Con mucha pena y dolor, Pilatos optó por lo segundo. Antepuso las preferencias del pueblo a las propias. Sacrificó sus convicciones. Actuó como un perfecto demócrata. Aunque mandó a la muerte al más inocente de la historia.

Demócratas como él abundan. Decisiones a favor del voto popular, aun cuando violen sus principios morales, son vistas por ellos, y por sus públicos, como virtuosas. Así fue cuando el exalcalde de Nueva York, Mario Cuomo, llegó hace años a la católica universidad de Notre Dame y dijo que, aunque él estaba personalmente opuesto al aborto —que es la muerte de inocentes— como demócrata, respetuoso de la opinión mayoritaria, no podía imponer a otros sus convicciones personales. El aplauso que cosechó en su audiencia, incluyendo la mayoría de los académicos de toga y birrete, expresó lo estimada que sigue siendo hoy la actuación de Pilatos.

Esta aberración ocurre cuando se absolutiza el poder de la mayoría y se piensa que todo lo que esta decida, por injusto y perverso que pueda ser, es digno de aprobación. Un poco de sentido común basta para advertir las consecuencias absurdas de este tipo de democracia que, entre otras cosas, llevó a la crucifixión de Cristo. ¿Sería legítimo, por ejemplo, que una asamblea legislativa decidiera la eliminación de los obesos, o, como en la Alemania nazi, la de los judíos?

El liberalismo, esa doctrina política que muchos confunden con libertad ilimitada, no endosa ese tipo de democracia.

Aunque es democrático, en cuanto cree en el Estado de derecho, las libertades públicas, la separación de poderes y la elección de autoridades, sostiene, desde John Locke, que los seres humanos poseen derechos naturales inviolables, entre ellos la vida, la libertad y la propiedad.

Una de las mejores expresiones de su filosofía está en la declaración de independencia de Estados Unidos: “Sostenemos como evidentes estas verdades: que los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Conviene subrayar la palabra inalienables, porque denota el carácter sagrado y universal de ciertos derechos individuales. Más aún, y esto es la parte más hermosa y revolucionaria, la declaración expresa que “los gobiernos se instituyen (precisamente) para garantizar dichos derechos”, al punto que, si lo incumplen, “es el derecho del pueblo, es su deber, derrocar ese gobierno”.

Como se puede advertir, esta visión no tiene nada que ver con la democracia a lo Pilatos. Tampoco con su derivado, el positivismo jurídico, que congruente con Rousseau, eleva la voluntad popular, expresada en el legislativo, al rango de única fuente de ley. Y lo hace porque, típico del pensamiento contemporáneo, este padece de una especie de relativismo o escepticismo ético; cree que no puede determinarse si hay valores superiores a otros y que, por tanto, no hay más que dejar que prevalezca la opinión mayoritaria. El liberalismo no es relativista. Sostiene sin rubor la existencia de valores absolutos, válidos para todos y para todas las épocas. Los legisladores no son dioses. Las leyes no pueden estar contra el derecho natural. Le pone por tanto límites a la voluntad popular, se opone a la tiranía de la mayoría y reivindica los derechos de las minorías.

No basta pues propiciar la democracia a secas, sino una congruente con la democracia liberal; una que proteja al individuo contra los excesos del estado con base a sus derechos naturales: aquellos fundamentados en la naturaleza humana y que son universales, anteriores y superiores a cualquier derecho escrito o voto multitudinario.

El autor es sociólogo e historiador. Autor del libro Buscando la tierra prometida. Historia de Nicaragua 1492-2019.

Opinión Jesús Poncio Pilatos archivo
×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí