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La tragedia de Eleazar

El caso del emigrante nicaragüense Eleazar Blandón, quien trabajaba como jornalero y murió trágicamente en la localidad de Lorca, España, como consecuencia de un “golpe de calor”, causó una dolorosa conmoción tanto allá como en Nicaragua y particularmente en Jinotega, de donde era originario.

El trágico caso y sus secuelas han sido ampliamente divulgados en los medios de comunicación y las redes sociales.

Blandón trabajaba como jornalero en un plantío de sandías, cumplía jornadas extenuantes con un calor extremo de 44 grados y murió abandonado en la acera de un centro de salud, adonde fue llevado en una camioneta que transportaba a otros peones del mismo plantel de trabajo. Ni siquiera lo entregaron a los sanitarios, simplemente tiraron su cuerpo en la acera del edificio, como el de un perro callejero.

Según el diario El País, de España, “la muerte del jornalero Eleazar Benjamín Blandón el sábado (primero de agosto) en Lorca produce una reacción inmediata de vergüenza. En un país de la Unión Europea, en el año 2020, un trabajador es abandonado delante de un centro de salud por la camioneta que traslada y recoge a los jornaleros y muere por un golpe de calor, cuyas fatales consecuencias podrían haberse evitado simplemente con las cautelas preventivas adecuadas para un trabajo que se desarrolla a pleno sol, a una temperatura de 44 grados, en jornadas extenuantes”.

No es posible saber cuántos españoles sienten la vergüenza que ha dicho El País, por esta crueldad que ha puesto de nuevo el foco del interés público en la explotación infrahumana que sufren los trabajadores migrantes, a cuenta de empresarios desalmados como el contratista ecuatoriano para el que trabajaba Eleazar.

En Nicaragua quienes deberían sentirse más avergonzados son los gobernantes inhumanos que por represión expulsan de su patria a miles de nicaragüenses y con sus políticas económicas injustas y excluyentes obligan a muchos más a irse a otros países, en busca del trabajo que aquí no pueden encontrar. Personas que desde tierra extraña envían remesas a sus familias y aspiran allí a mejorar sus propias condiciones de vida.

Pero la verdad es que ni los desalmados contratistas de trabajadores migrantes en otros países, ni quienes detentan el poder en Nicaragua, tienen conciencia para conmoverse ante tragedias como la de Eleazar Blandón.

Una tragedia, dice el diccionario de la lengua española, es “una situación o suceso luctuoso y lamentable que afecta a personas o sociedades humanas”. Y agrega que la tragedia era un género teatral dramático en la antigua Grecia, con temas centrados en el sufrimiento, la muerte y las peripecias dolorosas de la vida humana, con el objetivo de mover a la compasión o al espanto.

El propósito de la tragedia, según Aristóteles, era dignificar al hombre, humanizarlo con el sentimiento que el drama despierta en él, motivar su compasión y solidaridad como condición de su propia liberación.

Sin duda que todas las personas que en España y Nicaragua se han conmovido por la tragedia de Eleazar, han sentido esa emoción liberadora. Pero entre ellas no hay ninguna de las que detentan y usufructúan el poder, solo para su beneficio y en perjuicio doloso de los demás.

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