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Este fin de semana iniciará la segunda vuelta del Pomares 2021. LA PRENSA/ O. NAVARRETE

Perdió visión en un ojo, se dañó los meniscos y su hija recién nacida casi muere: La odisea de Javier Robles

El jardinero derecho del Bóer ha bajado su rendimiento en último año, pero ha sido debido a una serie de situaciones complejas que ha atravesado. Es un optimista y está listo para recuperar su mejor nivel

Ulises decía en la Odisea que mientras los maderos estén sujetos por las clavijas, “seguiré aquí y sufriré los males que haya de padecer, y luego que las olas deshagan la balsa me pondré a nadar, pues no se me ocurre nada más provechoso”. Javier Robles no ha pasado 10 años luchando por volver a Ítaca, pero ha sufrido una odisea en el último año: perdió la visión en un ojo, se dañó los meniscos de la pierna izquierda, y cuando nadie creía que algo peor le pudiera pasar, su hija recién nacida contrajo una infección en el hospital y estuvo al borde de la muerte.

La noche del 4 de enero de 2019 durante el sexto episodio en el Estadio Nacional Dennis Martínez, Nelson León (Chinandega) le clavó una recta en el rostro a Javier Robles. La sangre comenzó a brotar y todos los presentes estaban asustados de que había pasado lo peor. “Yo sabía que no sería el final de mi carrera. Me recuperé normal y luego, a los tres meses mientras veía tele con mi niña, empecé a notar algo raro”, relata. Robles sintió una mancha en el ojo izquierdo, creyó que era resfrío, a partir de ahí empezó a ver turbio, con el pasar del tiempo empeoró. Cuando jugaba de noche no veía la salida de los batazos, fue empeorando y en los juegos de noche perdía la visión, además al bate no identificaba los picheos. “Hasta que finalmente me revisé y me explicaron lo ocurrido. A raíz del bolazo se habían roto unos vasitos cerca del ojo y al romperse se sanaron solos, eso creó una mancha y eso es lo que me está afectando”.

Los primeros lentes que usó Robles.

A partir de esa situación Robles empezó a usar lentes para compensar la falta de visión. Mauricio Marenco, de Rivas, fue el primero en apoyarlo. Luego no se acostumbró por el movimiento del swing y el roce con el casco, así que tuvo que buscar la opción de lentes de contacto. “Los primeros tres meses me costó adaptarme, pero lo conseguí”.

¿El final de su carrera?

Si lo de la vista no era suficiente problema en Robles. En los Juegos Panamericanos de Lima 2019 jugando contra Colombia se lesionó la rodilla izquierda. Tras un roletazo trató de estirarse por llegar primero a la base y sintió un crujir en sus huesos. “Me tiré a llorar. Hasta aquí llegué, pensé. Los doctores en Perú me dijeron que todo estaría bien en 20 días, pero una vez en Nicaragua mi rodilla estaba peor”. Robles se encerraba en su cuarto, confiesa que pasó por momentos depresivos.

“Encerrado en mi cuarto solo era mi dolor y yo. Hablé con mi esposa que era mi final”, confiesa. Hasta que vio la luz cuando Nemesio Porras lo contactó con el doctor Sergio Chamorro. “En la primera cita me sacaron 25cc de sangre de la rodilla, explicó que era grave y que los meniscos estaban casi rotos. Me dijo que si en la siguiente cita no podía caminar me iba a operar”. Robles finalmente mejoró, siguió su tratamiento y evitó la operación. “Todavía logré conectar batazos claves ante los Dantos. Ahora solo me duelen cuando hace frío”, recuerda.

Entre la vida y la muerte

Y este año cuando todo empezaba a tomar forma, Robles inició la serie contra Chinandega emocionado por el nacimiento de su segunda hija Aleyci Tashany Robles, pero recibió la noticia que al nacer contrajo una infección en el Hospital de Rivas. “Te imaginas. Pasé de estar emocionado a estar preocupado. En mi mente estaba la idea que en cualquier momento me llamaban para decirme: tu hija ha muerto”. Concentrarse era una misión imposible. En el tercer juego empeoró aún más y decidió junto a su esposa moverse a Managua, buscando a un recomendado pediatra. “Un día más y tu hija se te muere”, le dijo el nuevo doctor.

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Robles habló con Ronald Tiffer, le expuso el caso y hasta le solicitó salir del equipo para acompañar a su esposa en esos momentos complicados. “Me dolía ver cómo sus venas estaban destrozadas, verla con calentura y diarrea. El sufrimiento de ella era nuestro martirio. Luego de batallar por aferrarse a la vida Dios hizo el milagro. Mi niña está ahora bien y ya casi cumple un mes. En ese cuarto partido cuando recibí la noticia de su mejoría me fui de 3-2. Mi semblante cambió”.

Al jardín derecho del Bóer su familia le enseñó que siempre debe exigirse al máximo: es todo o nada. “Yo soy un guerrero, aquí estoy y nunca me daré por vencido”. Robles sabe que sus clavijas están sostenidas por su ímpetu y a pesar de haber perdido notoriedad con su madero, alcanzó madurez.

Deportes Bóer javier robles archivo

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