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El peor enemigo

El peor enemigo de quienes luchan por derrotar la tiranía y construir una sociedad nueva no es la división de la oposición.

Tampoco lo es las marrullas o armas del gobierno, la falta de liderazgos, o cambios adversos en el panorama internacional.

El peor enemigo es el desánimo —y el cortejo de dolencias que lo acompañan: la desesperanza, el pesimismo, la tristeza.

Es un enemigo mortal, producto de la inmadurez; de esperar que las metas se conseguirán con relativa facilidad y sin muchos sacrificios; de ignorar, o no querer enfrentar la realidad de que las luchas por la libertad y la justicia suelen ser muy duras.

Derribar las tiranías nunca ha sido fácil. Pensar, por ejemplo, que una elección traerá el cambio deseado, que las presiones internacionales convencerán a los OrMu de darlas o irse, o que en 2022 celebraremos una nueva Nicaragua, es ser ingenuos. Es cierto que a veces pueden ocurrir eventos extraordinarios, que casi milagrosamente alumbren un paraíso inesperado. Pero no es lo normal.

A Nelson Mandela le costó 27 años de cárcel vencer el apartheid en Sudáfrica. A Gandhi, liberar la India, varias prisiones, agonizantes huelgas de hambre y, al final, la vida. El cristianismo tuvo que sufrir innumerables persecuciones antes de transformar al Imperio romano. Los ejemplos abundan y es importante aprender sus valiosas lecciones. Una de las más importantes es que los victorioso son aquellos que saben perseverar en medio de los escollos y las contradicciones; lo que tienen el don de la fortaleza, aquellos que son capaces de mantener el ánimo y el optimismo en medio de las peores circunstancias.

En una ocasión me sorprendió, leyendo las cualidades que la Universidad de Harvard busca en sus aplicantes, que la que más valoraba no eran las buenas calificaciones académicas, sino la “capacity to endure hardship”: capacidad de soportar penurias severas.

Quien posee esta virtud, típica de los grandes líderes, es el que está mejor posicionado para conquistar las metas más ambiciosas. Pues quien sale adelante en todos los campos no es la persona que encuentra el camino pavimentado, con pocos obstáculos o pendientes, sino todo lo contrario: quien enfrentando pruebas muy duras persevera sin desanimarse. Los músculos se desarrollan venciendo resistencia.

Hermanas de esta virtud son la fe y el optimismo: la convicción de que la meta es alcanzable, de que por duro que sea el camino al final está la corona de la victoria. La fe mueve montañas, como leemos en el evangelio. Los psicólogos saben que no hay correlación más clara que la que existe entre optimismo y triunfo y pesimismo y fracaso.

Cuando el desánimo se infiltra y domina el ánimo de quienes no lo rechazan, la derrota es segura. Una persona sin esperanza o voluntad de lucha ya perdió la batalla. Será por eso indispensable rechazar dicho enemigo en las jornadas que nos esperan, reconocer en él la insidia del demonio, cuya arma preferida es precisamente esa: convencernos de nuestra incapacidad de vencer, susurrarnos al oído que todo está perdido, que los obstáculos son insuperables.

Habrá pues que mantener el ánimo en alto, saber que ante un pueblo resuelto la dictadura está perdida, y que, aunque haya que enfrentar persecuciones por causa de la justicia, contamos además con la promesa de Cristo en el sermón de la montaña: “de ellos será el reino de los cielos”.

El autor es sociólogo e historiador. Autor del libro Buscando la tierra prometida. Historia de Nicaragua 1492-2019.

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