14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

Explosión en Beirut

Las explosiones con este producto tienen antecedentes graves, no solamente con eventos accidentales sino también con atentados terroristas, como el de Oklahoma City el 19 de abril de 1995, cuando el edificio federal Alfred P. Murrah fue demolido milimétricamente matando a 168 personas

Esta es una temática frecuentemente olvidada o en consideración subalterna en diversas empresas. Me refiero a la reciente y colosal estallido este 4 de agosto, en la cual 2,750 toneladas del fertilizante nitrato de amonio causaron allí una destrucción apocalíptica, sin precedentes más que en Hiroshima y Nagasaki, el 6 y el 9 de agosto de 1945. La detonación libanesa fue tan fuerte que habitantes de Chipre —isla-nación situada a 240 km— escucharon tan vívidamente el estruendo que asumieron que acontecía un terremoto.

Las explosiones con este producto tienen antecedentes graves, no solamente con eventos accidentales sino también con atentados terroristas, como el de Oklahoma City el 19 de abril de 1995, cuando el edificio federal Alfred P. Murrah fue demolido milimétricamente matando a 168 personas, entre ellas, numerosos infantes en sus cunas. En ese ataque se ocuparon 2300 kilogramos, para que quien lea pueda comprobar aritméticamente el orden de magnitud de la explosión en la capital del Líbano: 1196 veces más poderosa.

Extrayendo lecciones aprendidas de esos eventos los directivos de empresas deben reevaluar la peligrosidad intrínseca de diversos materiales que pueden reaccionar instantáneamente, con o sin la presencia de otros químicos o fuentes de calor.

Lea además: Bob Íger, líder

No exagero ni pretendo postular de forma tremendista la realidad de que en numerosas organizaciones se almacenan productos químicos cuya peligrosidad es tal, que su gestión debiera ser certificada independientemente por terceros, ya que la administración de estos inventarios puede prestarse no solamente a riesgos de condiciones adversas de almacenaje o de manipulación inadecuada, sino también a posibles acciones malintencionadas.

El desastre de Beirut no debe ser visto desde la perspectiva simplista y única de cómo ocurrió la explosión en cuanto a fenómeno físico, sino en la cadena de hechos negligentemente absurdos, pero de estudio psicológicamente atractivo por sí mismos —a manera de singularidades conductuales y en extremo imprudentes—, acerca de cómo las
autoridades portuarias y el propio Gobierno libanés, decidieron almacenar de forma absolutamente temeraria esta masiva cantidad de agroquímicos —o mejor dicho, explosivos— la que había sido confiscada años atrás a un carguero ruso abandonado por su armador al no pagar los debidos impuestos portuarios de ese embalaje destinado hacia
Mozambique.

Lea también: Accidentes normales

Las discusiones onanistas que surgieron acerca de qué hacer con la carga —reconocida de antemano por las autoridades como muy peligrosa— es en donde se esconden esos diversos comportamientos psicológicos profundos para identificarlos preventivamente, entre ellos la Normalización de las Desviaciones, conducta elucidada por Diane Vaughan en su célebre libro The Challenger Launch Decision — Risky Technology, Culture and Deviance at NASA, en donde disecciona los comportamientos psicológicos colectivos —erráticos— sobre cómo el riesgo cotidiano se llega a normalizar y relativizar dentro de las empresas e instituciones, sabiendo perfectamente que pueden llevar a una catástrofe.

Allí abundaron las propuestas y discusiones acerca de entregar el nitrato de amonio al Ejército, o su eventual exportación, o bien, la transferencia a una compañía local de manejo de explosivos; todas se empantanaron en pegajosa burocracia y la carencia de una decisión judicial oportuna, resultando en la no menos paradójica decisión de no tomar decisión alguna.

Se entreveraron intereses complejos y conflictivos, así como situaciones netamente inverosímiles. Relativizar la peligrosidad intrínseca involucró actos no tanto ligados a una ignorancia crasa —sino algo peor— a la autocomplacencia y la parálisis paradigmática de no querer hacer lo que había que hacer correcta y oportunamente. Esto conllevó el alineamiento de acciones y omisiones que luego —literalmente— explotaron sobre sus
protagonistas.

Puede interesarle: Un modelo fallido

Si se hubiera cuestionado en su momento las decisiones de los actores —no solamente de la autoridad portuaria— sino las de aquellos verdaderos tomadores de decisiones en niveles políticos, ellos hubieran argumentado “muy racionalmente” sus “razones lógicas” que respaldaban su actuación.

Con frecuencia perdemos de vista la fenomenología compleja de la toma de decisiones del zoon politikon —como nos definía Aristóteles—, del ser humano en cuanto animal político, sujeto y protagonista de intereses creados, egoísmos y posturas auto protectoras sesgadas a favorecer su compleja red de relaciones estratégicas; espacio psicológico cognitivo en donde interactúan los elementos precursores de las decisiones catastróficas, que son las verdaderas causas profundas de este siniestro colosal. Por eso un evento como tal jamás debe ser analizado superficialmente.

[email protected]

Puede interesarte

×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí