Cartas de amor a Nicaragua
Querida Nicaragua: Yo no sé ustedes, queridos lectores y oyentes, pero yo sí tengo que confesarles que ya estoy cansado de escuchar las declaraciones de altos funcionarios norteamericanos y hasta del propio presidente Trump, proclamando que “tenemos abiertas todas las opciones, inclusive las militares” para lograr que haya democracia en países dictatoriales como Cuba, Venezuela y Nicaragua, grupo al que han llamado “la troika de la tiranía”.
Y ¿cuáles han sido esas opciones hasta ahora? La negación de préstamos de ciertos organismos internacionales de los cuales Ortega se ríe porque somos nosotros, el pueblo, quienes tenemos que suplir los tales préstamos con impuestos altísimos a los servicios públicos, a los movimientos migratorios, a la canasta básica que anda por las nubes. Tenemos que pagar más por los permisos y licencias para cualquier pequeño negocio, por las multas exageradas a los vehículos, sobre todo a las motocicletas cuyos conductores pagan hasta 500 y 800 pesos por una mala maniobra y muchos otros impuestos que suben cada día. Esas opciones siempre abiertas me suenan como a gritos para asustar a los tiranos de los países mencionados, quienes no tienen ni ojos para ver ni oídos para oír. Son como el valido de la oveja mentirosa que por asustar a sus compañeras gritaba de repente “viene el lobo…. Viene el lobo, corramos” y las pobres ovejas asustadas salían en bandada mientras la mentirosa se quedaba riendo a carcajadas.
Otra de las famosas opciones es la sanción contra los funcionarios corruptos, ladrones, lavadores de dinero, narcotraficantes que tienen negocios millonarios y guardan sus capitales en bancos norteamericanos. A estos los golpean un poco más porque les congelan su dinero en los bancos y les impiden viajar al extranjero bajo el riesgo de ser detenidos y deportados a los EE.UU. Sin embargo, el gobierno Ortega-Murillo les sigue pagando su salario colocándolos en otros cargos, y ponen a otros testaferros para que sigan manejando sus negocios.
Los tiranos comunistas caminan dos o tres grandes pasos adelante de los gobiernos democráticos. Fidel Castro cuando llegó al poder llevaba un crucifijo colgado al cuello, primera maniobra a su favor. Eran los inicios del año 60 y su popularidad la había trabajado a nivel mundial. Poco a poco fue enseñando la garra del oso ruso que lo apoyó siempre. Cuando el presidente John F. Kennedy despertó era demasiado tarde, ya Fidel había negociado los misiles que enfrentaron a Kennedy con Krushev. Los misiles fueron devueltos a Rusia pero Kennedy se comprometió a no atacar nunca a Cuba. Fidel no entendía de opciones gringas, se burlaba abiertamente del que llamaba “imperialismo yankee”, hacía discursos kilométricos hasta de nueve horas de duración cada vez que le daba la gana. Se burló de 10 presidentes norteamericanos: Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter, Reagan, Bush (padre), Clinton, Bush (hijo) y Obama. Desde los primeros meses de su mando Fidel empezó a reclutar jóvenes latinoamericanos, entrenándolos para la guerra de guerrillas y enseñándoles marxismo leninismo. Así surgieron movimientos clandestinos en casi todos los países del continente, desde los Tupamaros en Argentina hasta los sandinistas en Nicaragua.
Y dejó la semilla sembrada en Venezuela con Hugo Chávez, quien se creía el heredero legítimo de Fidel. Con Chávez, Cuba obtuvo grandes cantidades de petróleo a cambio de envío de médicos y todo género de especialistas en espionaje y manejo de armas. Prácticamente Venezuela quedó convertida como ahora en una colonia cubana. Chávez fomentó las guerrillas de las FARC en Colombia causando daños terribles a la nación y promoviendo el cultivo de la coca. Íntimo de Ortega, Chávez le dio millones de dólares cuyo destino todos conocemos y ya para morir heredó su dictadura a Nicolás Maduro, quien se ríe a carcajadas de las opciones abiertas de los norteamericanos.
El autor es empresario radial. Fue candidato a la Presidencia de Nicaragua.