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Del paternalismo y otros males

Frecuentemente dentro de las organizaciones se observan algunas actitudes de ciertas gerencias que toleran viciosamente en puestos específicos a personas que desaniman continuamente a un grupo de trabajo

Uno de los problemas más frecuentes que enfrentan algunas empresas es el paternalismo, que definido de forma académica es “la actitud de la persona que aplica las formas de autoridad y protección, propias del padre en la familia tradicional, a otro tipo de relaciones sociales, políticas, laborales, etc.”

Frecuentemente dentro de las organizaciones se observan algunas actitudes de ciertas gerencias que toleran viciosamente en puestos específicos a personas que desaniman continuamente a un grupo de trabajo, o bien, que con sus actitudes le restan impulso y cohesión para alcanzar objetivos valiosos, y que no pocas veces, promueven desde dentro el boicot, la obstrucción pasiva o solapada y la baja en la moral del resto del personal.

Las conductas de un verdadero liderazgo tienen que ver con la aplicación de los principios de justicia y la equidad en la remuneración de esfuerzos para alcanzar objetivos valiosos, asegurando que ninguno de los miembros que contribuyen con vigor y dedicación, pueda desmotivarse en su ímpetu y compromiso.

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Existe un fenómeno dentro de las organizaciones que pocas veces es conversado sin que sea un tabú, y es el síndrome de la naranja podrida, en donde se encuentran personas cuyas actitudes descomponen gradualmente la cultura de trabajo y que se refugian impunemente en el paternalismo ejercido por algunas gerencias.

Hay una cultura del mínimo esfuerzo, de la queja continua, de la apelación a otras figuras de autoridad dentro de la empresa cuando se exigen resultados y se quiere establecer una verdadera meritocracia. Esto no acontece solamente en las organizaciones, sino que también en cualquier agrupación sobre la que se le quiera imprimir dinamismo, establecimiento de metas verdaderamente valiosas, medición de resultados y evaluación de desempeño y recompensas basadas en méritos verificables.

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Esto se observa también como un fenómeno sociológico estudiable en las universidades y algunos centros académicos, en donde -curiosamente- las personas quienes se inscriben en las diferentes carreras o cursos -se supone que están en búsqueda de una verdadera excelencia académica para obtener el mayor rendimiento por el dinero que invierten en su formación-, pero sorpresa, cuando usted empieza a tensar o elevar el nivel de exigencia que con frecuencia es superficial o trivial, de manera automática empiezan las quejas ante el personal administrativo con los mismos pedidos paternalistas de siempre: “profe, no deje muchas tareas; no les pregunte mucho; están llevando otros cursos; pobrecitos, no los califique tan duro”, entre otras posturas de legítimas plañideras; gimoteos falaces que no hacen más que profundizar esa nociva conducta paternalista, alcahueta, lloriquera, que solamente dejan sedado al individuo en una zona de comodidad con una actitud mental infantilizada y de postración perenne.

En diversas organizaciones se percibe esta conducta degradante que afecta a la moral de todo un colectivo, sin embargo, el problema más grande es la creencia del individuo que influye e interviene abogando por estas actitudes “mamiteras”, quien supone está encarnando o promocionando una postura justa, “políticamente correcta”, pero que en realidad, no tiene una idea del grave daño causado a los mismos que supuestamente quiere proteger; y en un desvarío de su propia lógica errónea, asume que esta es una ayuda necesaria, cuando en realidad, lo que está promoviendo es la claudicación de la persona a la obligación de superarse, de romper esquemas, de reemplazar paradigmas y eliminar creencias limitantes.

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Es importante identificar y cuestionar abiertamente esas posturas, siendo que hoy se ha llegado al extremo de que cuando acontece defender estos principios de superación, de esfuerzo, de recompensa justa por aportes, de equidad, de buscar la excelencia en cualquier ocupación, uno se encuentra una verdadera jauría de menoscabadores del potencial humano, de personas que tienen como factor común el gusto por la mediocridad, la irrelevancia, la trivialidad, la manada y el mínimo esfuerzo.

Un país no puede surgir si las personas que en teoría buscan una superación a través del trabajo o del estudio, quieran seguir manteniendo posturas mentales y actitudinales que disminuyen su potencial, que lo reducen a ser rebaño y que les priva potenciar al máximo sus capacidades en lo que se desempeñe. Este es el verdadero virus mortal de hoy: el mínimo esfuerzo, que lleva a la postración del ser humano.

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