14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

No es no, sí es sí

Posiblemente estos dos adverbios, esencialmente opuestos en su significado y sentido, reducidos a simples monosílabos, representan en la práctica de las cosas difíciles de cumplir. Pero como todas las cosas que cuestan, una vez realizadas e incorporadas a nuestra conducta cotidiana, nos retribuyen inconmensurablemente.

Lo primero es que comenzás tu traslado del reino de la mentira y las tinieblas al reino de la verdad y de la luz.

Cualquiera diría que nos adentramos en el terreno exclusivamente religioso, pero no es cierto; entramos en el campo de la conducta humana, las relaciones interpersonales y la propia autoestima.

Es aquí donde adquiere todo su sentido aquella frase que oíamos a nuestros abuelos y aún seguimos escuchando de personas respetables: ¡Palabra de honor! Vemos pues como el honor es inherente a tu palabra, a la consistencia que hay en tu “no” o en tu “sí”.

Nuestra sociedad nicaragüense en pleno tercer milenio necesita ser remodelada, reconstruida en la directriz de aprender a decir sí o no, de acuerdo con lo que piensa, siente y proyecta. No podemos seguir escudándonos en el mito de un Güegüence interpretado como descarado, sinvergüenza y mentiroso. Cuando a decir de Chale Mántica, en su libro Escudriñando el Güegüence, encarna al indio descendiente o familiar de caciques, creativo, inteligente, excepcionalmente perceptivo o suspicaz para conocer la intención de los demás, sea el Gobernador, Alguacil Mayor o cualquiera de los señores principales. Así como debemos rescatar al verdadero Güegüence (así lo escribe Mántica, con c, quien explica que los textos “originales” así lo escribían…) debemos de una manera consciente trabajar en ese mal hábito, en ese trastorno de conducta de disfrazar la verdad, de bautizar la leche, de hacerse el “chancho”, de ser mentiroso.

Digo que es un trastorno de conducta, ya que se trata no de algo que llevamos en el inconsciente, sino de algo que hemos aprendido, consciente, mediante la práctica de lo que vemos en la sociedad, enseñados por nuestros mayores.

Estamos, como nación, viviendo el tercer milenio de cultura cristiana, una cultura y un tiempo que “empujan” a evolucionar. Me refiero a la evolución en el pensamiento, en la percepción de la realidad, en el olfato para sentir la inmundicia debajo de la olla de electro plata, evolucionar a una personalidad identificada por naturaleza con la costumbre de decir las cosas tal cual son y actuar en consecuencia. No se puede seguir diciendo sí cuando es no y a la inversa.

Nuestra sociedad necesita comenzar con seriedad un aprendizaje asertivo en su comportamiento.

La transformación inevitable en el siglo XXI, como una evolución inherente a la edad de la humanidad, se refleja en la brecha que se observa en la conceptualización de valores, ética y realidad entre “milénicos” y la novísima generación nacida en el alba del XXI.

Esta generación del alba XXI ha llegado con una apropiación inédita, irrumpiendo en algo como que conocen de previo, que es suyo y sabrán manejar.

Nacieron con una empatía por su hábitat, por la creación y sus criaturas.

Vienen dotados con un genoma para restituir toda la telaraña que ha fabricado el mal, se percibe el advenimiento de una época, de un mundo asertivo, que cree en sí mismo, que no transa con la mediocridad, con la falacia, con el triquiñuelismo, en una palabra con el mal y no precisamente por religión, sino porque su genoma fue hilado para cumplir su misión: Destapar la olla y enterrar la inmundicia que contiene.

Greta Thunberg y Felix Finkbeiner, adolescentes europeos sin malicia, ni pericia, son ejemplos entre muchos otros del Alba XXI, que testimonian de esa evolución natural hacia la honestidad en el hablar y actuar, y el repudio a la fechoría.

Histriónico y sospechoso resulta el descalificativo de “mocosa” de Bolsonaro al referirse a Greta, lo mismo que entre nosotros la actitud de políticos que pretenden excluir a esta generación de la reconstrucción de la nueva nación, a la que han abonado con su sangre.

¿Qué temen? ¿Será el lenguaje franco que contrapone lo que dicen con lo que hacen o esa resistencia a su participación no es otra cosa que un reflejo de su incapacidad de decir sí cuando es sí y no cuando es no?
Esto último se aprende, requiere entrenamiento y esta nueva generación diseñada asertiva para cumplir su misión sabrá hacerlo.

¡Eso… si quieren!

El autor es médico.

×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí