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El último deseo del general Ponciano Corral

Un reciente artículo de índole histórico escrito por Eddy Kühl, publicado en LA PRENSA el pasado sábado bajo el título “El fusilamiento del general Ponciano Corral”, relata la trágica ejecución del general en jefe del ejército legitimista a manos del filibustero William Walker en la plaza de Granada, ocurrido el 8 de noviembre de 1855.

El fusilamiento fue el punto de partida que convirtió una guerra civil entre dos facciones nicaragüenses en una guerra nacional de las dos fuerzas nicas históricamente opuestas, legitimistas y democráticos, apoyadas por los ejércitos centroamericanos, contra las fuerzas del filibustero William Walker, autoproclamado arbitrariamente presidente de Nicaragua.

Hay un detalle revelador sobre el último deseo de Corral que sumado a su dramática ejecución frente a familiares, población granadina en general y de sus propios adversarios políticos nicas, como el general Máximo Jerez, que quizás hizo una gran diferencia y ayudó a amalgamar el sentimiento nacionalista nica contra los invasores: fue el último deseo de Corral.

Cuando Walker había descartado la clemencia solicitada por su esposa e hijas, de su madre Goyina, de notables, de extranjeros residentes en Granada y del padre Vijil, Corral únicamente pidió que sus verdugos no fueran del bando democrático de León, contra el cual había luchado arduamente, sino que fueran soldados de la falange del propio Walker, quien accedió al último deseo del general.

El general Ponciano Corral fue ejecutado por un pelotón de fusilamiento al mando de Charles H. Gilman. El propio general Corral, en un acto de valentía, se quitó su pañuelo con el que se vendó sin mostrar temor. Las balas atravesaron su cuerpo, que estaba sentado sobre una silla en la plaza principal de Granada frente a la Catedral a las dos de la tarde del 8 de noviembre de 1855.

Irónicamente, lo que no pudo lograr en vida el general Corral, ministro de Guerra de Walker, que era la unidad de los nicaragüenses y el despertar de los Estados centroamericanos que comenzando por Costa Rica, cerraron filas para apoyar la cruzada centroamericana contra Walker, lo logró con su trágica ejecución a manos de filibusteros norteamericanos.

Doble error de Walker que le costó muy caro; en primer lugar, no mostrar el lado humano disponiendo clemencia a quien consideraba un traidor porque había dispuesto alertar al general Tomás Martínez en Managua y a los generales hondureños Guardiola y Xatruch sobre las intenciones esclavistas de Walker en cartas que fueron interceptadas por los serviles o sapos que siempre han existido en nuestra historia, y para congraciarse con el poderoso invasor, se las pusieron en sus manos.

El segundo error fue el haber accedido a una petición aparentemente intrascendente de Corral, de que no fueran sus hermanos nicaragüenses sus verdugos, sino sus propios soldados. Este hecho sin duda propició la reconciliación entre las facciones nicas en disputa, teniendo su punto culmen en el “Pacto Providencial” firmado en León entre los partidos Legitimistas (Conservador) y Democráticos (liberal) el 12 de septiembre de 1856, tan solo dos días antes que tuviera lugar la emblemática Batalla de San Jacinto comandada por el entonces coronel legitimista José Dolores Estrada, que marcó un punto de no retorno hacia la derrota y expulsión de William Walker y su falange invasora el 1 de mayo de 1857.

Irónicamente, el destino le depararía al filibustero William Walker un final similar al de su víctima, el general Corral, cuando en un tercer intento de regresar a Centroamérica desembarcó en Honduras cerca del Puerto de Trujillo y después de una breve incursión fue capturado por tropas hondureñas, y el general Guardiola en un juicio sumario dio la orden de su ejecución, en un paredón de fusilamiento a las ocho de la mañana del 12 de septiembre de 1860.

El autor es periodista, exministro y exdiputado.

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