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/ Ligia Madrigal Mendieta

Las ideas en la Independencia

Ciertas reflexiones a propósito de la Independencia plantean la falta de condiciones sociales para asimilar y sostener esta decisión. Es posible que se tenga razón, pues en Nicaragua la respuesta inmediata fue un constante ambiente de guerras internas, en medio del cual se fue construyendo la nueva república.

Pese a que se ha dicho que el mecanismo impulsor de aquella decisión fueron las ideas ilustradas —como expresión de la razón—, se observa la persistencia de costumbres, creencias coloniales y actitudes realistas, lo que lleva a preguntar acerca de su conocimiento en la población de la antigua provincia. Definitivamente, la Independencia fue una decisión tomada en las cumbres sociales, en donde esperaron que el resto del pueblo les siguiera y aprobara sus planes.

Para esto bastó con incluir la fe católica en el texto para que “se conserve pura e inalterable, manteniendo vivo el espíritu de religiosidad que ha distinguido siempre a Guatemala (…)” (artículo 11 del Acta de Independencia), esperando atraer la voluntad popular. En Guatemala se había despertado un debate ideológico en torno a diferentes alternativas, destacando las ideas ilustradas; pero en Nicaragua no se conoce un movimiento intelectual fuerte que muestre la influencia de estas.

El debate ideológico se centró en Guatemala, núcleo político de la Capitanía General. En cambio, la Universidad de León —establecida en 1812— pudo haber sido ese foco de debates, pero en manos de Rafael Agustín Ayesta, fue un mecanismo realista. La diferencia sería Tomás Ruiz (1777-1819), involucrado en conspiraciones a favor de la Independencia durante su estadía en Guatemala. Además, en Nicaragua no circulaban periódicos que llevaran ese mensaje ilustrado a otros sectores y agitaran un debate por la Independencia. De cualquier manera, en nuestro país se fue difundiendo un nuevo vocabulario basado en las ideas ilustradas, que trajeron las nociones de Patria, Nación, Democracia y de nuevos mecanismos de gobierno como la Asamblea y la Jefatura de Estado.

Los levantamientos de 1811 atrajeron a mucha población que apoyó a los criollos en contra de las autoridades guatemaltecas y su forma de mercado. Estos habían representado una expresión propia desde Nicaragua para lograr la autodeterminación y librarse del rigor del monopolio comercial. Las ideas liberales, en todo caso, llegaron por la vía de los reclamos de productores y comerciantes ante el riguroso control que imponía Guatemala. De ahí derivaron en el reclamo por la autodeterminación, de manera que se les permitiera utilizar sus propios medios para el comercio. La declaración de Independencia llevó aquella circunstancia por otros caminos, especialmente cuando las acciones empezaron a chocar con sus creencias y prácticas religiosas.

Defensa que pretendió sostener el obispo Nicolás García Jerez (c. 1756-1825) y luego Manuel Antonio de la Cerda (1780-1828). El llamado “nuevo régimen”, que se aduce con la Independencia, es solamente un periodo de transición en el que se ve a De la Cerda, realista; haciendo valer al nuevo mecanismo republicano como la Asamblea en medio del fragor de combates, mientras reclamaba que la Iglesia estaría lejos del efecto de algunos decretos relativos a la libertad de pensamiento y palabra.

Esta figura es el mejor ejemplo del contraste creado en la provincia, donde un pequeño sector habría comprendido la validez de nueva modalidad de gobierno. Y esto repercutió en la actitud de los caudillos improvisados que debieron asumir —o aparentar asumir— las ideas ilustradas de libertad, nación, entre otras del vocabulario. No se puede decir que Cleto Ordóñez (1773-1839) haya sido un intelectual: actuó y respondió más como militar que mostró cierta aversión ante lo sagrado, quizás solamente presionado por la necesidad de establecer una estrategia bélica.

Habían sido más definidas las posiciones conservadores proclives a la religión reclamando respeto a lo sagrado. Así, a pesar del tropiezo del Acta de los Nublados que emitiera el gobernador interino, García Jerez —la Iglesia— habría de jurar eventualmente la Independencia. Asegurándose con esto un lugar en el emergente nuevo estado.

Con todo, se abría un proceso de secularización que traería a Nicaragua nuevos elementos derivados de aquellas ideas ilustradas y que significaban una novedad en el esquema colonial que sobrevivía. Estas serían los nuevos símbolos patrios, objetos de un nuevo culto laico, muy similar al que se le realizaba a las imágenes religiosas.

Cuando en 1823 fueron enviados los diputados al Congreso en Guatemala, llevaron los pactos correspondientes y los principales fueron acordar “la independencia absoluta del Gobierno español (…), el establecimiento de la Constitución del Gobierno político (…), la base primordial de esto sería (…) profesar como única la Religión Cristiana Católica Apostólica y Romana”, igualmente se debía advertir la necesidad de “la Soberanía nacional y de la división de poderes”.

Se preparaba la conformación del Gobierno Federal, pero también se iba delineando el carácter conservador de la Independencia en contraste con la mentalidad liberal —que subsistieron en el “nuevo régimen”— y la persistencia de las creencias religiosas, a pesar del proceso de secularización.

La autora es egresada de la maestría de Historia de la UCA y miembro directivo de la Academia de Geografía e Historia de Nicaragua.

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