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"La Sangre de Cristo es un ícono no solo religioso, sino también histórico y cultural de la nicaraguanidad. Con semejante acto, se ha herido gravemente la sensibilidad religiosa, social y la misma identidad nacional". LA PRENSA/ARCHIVO

“La Sangre de Cristo es un ícono no solo religioso, sino también histórico y cultural de la nicaraguanidad. Con semejante acto, se ha herido gravemente la sensibilidad religiosa, social y la misma identidad nacional”. LA PRENSA/ARCHIVO

Monseñor Rolando Álvarez: “Que ningún sector se apropie de la construcción del país”

En esta entrevista, monseñor habla del primer diálogo entre el régimen de Ortega y la oposición, los requisitos mínimos para participar de un proceso electoral, lo que le dice el campesinado cuando visita las montañas y más

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Al día siguiente de que se confirmó el primer caso positivo de Covid-19 en Nicaragua, el obispo de Matagalpa decidió comenzar su cuarentena. Desde entonces, ha tenido que atender a su feligresía y a su clero de manera telemática.

Luego que terminó el primer diálogo nacional en mayo de 2018, monseñor Rolando Álvarez volvió a su trabajo de siempre: visitar comunidades, enfermos, oficiar eucaristías y las noticias llegaban desde Matagalpa cuando sus homilías resonaban en la Catedral de su Diócesis.

Hoy habla precisamente sobre ese primer diálogo entre el régimen de Ortega y la oposición, los requisitos mínimos para participar de un proceso electoral, lo que le dice el campesinado cuando visita las montañas, sus inicios en la vida sacerdotal y el mensaje de la Iglesia para los nicaragüenses en estos tiempos.

¿Cómo surge su vocación sacerdotal?
Diría que el Señor me hizo descubrir mi vocación sacerdotal en el dolor, en la prueba. En realidad, pienso que en los momentos difíciles y de sufrimiento es cuando más surgen las vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa. Y es en el exilio, cuando en Guatemala era refugiado de Acnur (Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados), que ingreso al Seminario Nacional Nuestra Señora de la Asunción, de aquel hermano país. El arzobispo de ese tiempo, monseñor Próspero Penados del Barrio, y los formadores, que ahora providencialmente en una gran parte son obispos, me recibieron con gran bondad. ¡Bendito sea Dios!

¿Cómo recibió la noticia de que había sido elegido para ser obispo?
Sorpresa. Contemplación ante el misterio. Nunca lo esperé. Cuando me llamaron a la Nunciatura para preguntarme si aceptaba, le pedí a monseñor Nowacki que me diera tiempo para meditar la respuesta. Y me dijo: “Está bien. Vaya a la capilla, rece y venga”. Yo pensaba darme al menos diez días para reflexionar mi respuesta. Orar, consultar con mi director espiritual. Ahora aprendí que en la Iglesia no se pide, ni se rechaza. Esos son caminos propios de la Santa Madre Iglesia.

¿Cuando va a las comunidades cuál es el sentir que le expresan los feligreses en cuanto al país y sus necesidades?
La mejor y más veraz encuesta es el contacto con la gente. Por supuesto que en las comunidades la gente nos dice todo. El campesinado está claro de todo lo que está sucediendo. A veces en las ciudades o cabeceras departamentales, algunas personas piensan que los campesinos están desentendidos. Se equivocan por completo. Los campesinos están sufriendo en carne propia la situación social, política, económica y de salud. Dos expresiones me han calado muchísimo. Una con relación a la situación política, me dijeron un día: “Ideay, allá solo peleándose viven”, y otra en referencia al Covid-19, me dijeron: “Nosotros no vamos a la ciudad porque ahí está el virus que mata”. Y hay comunidades que están sanísimas porque se han cerrado completamente y en otras cuando tienen un infectado, la familia entera se aísla. La pobreza es alarmante. La gente siembra para vivir.

Supongo que su rutina ha cambiado con esto de la pandemia.
Desde el 20 de marzo que el Consejo Presbiteral de la Diócesis de Matagalpa decidió que entráramos en cuarentena voluntaria, porque la salud y la vida del pueblo están sobre todo, también yo empecé mi cuarentena voluntaria. Voy a cumplir seis meses de estar trabajando desde la curia. Siento que el trabajo de administración pastoral ha sido más intenso. Suspendí todo trabajo extra. Obviamente me hace falta, como a todos, el contacto directo y personalizado con los sacerdotes, con los fieles, con las comunidades, con los amigos, con la familia. Pero no hay prisa. La salud y la vida del pueblo es lo primero. Me consuela saber que hemos ayudado y hecho todo lo que está en nuestras posibilidades y capacidades para tal fin humanitario y evangélico.

¿Tienen planes de volver a dar misa con presencia de los fieles?
Con el clero hemos decidido la reapertura de la Diócesis en fase inicial de transición para el próximo 4 de octubre. Tenemos que aprender a convivir con el virus, pero sin bajar las defensas, manteniendo las medidas estrictas de protección, haciendo nuestros propios protocolos graduales y por fases. Estoy convencido de que Dios nos está haciendo el milagro de no volver a enfrentar una curva de contagio apocalíptico, como la que enfrentamos en mayo y junio, cuando las cifras de contagiados y muertos son insospechables. Tenemos que aprender a vivir en un mundo poscovid. Estoy convencido de que ese milagro del cual hablo se debió gracias a la Santísima Virgen de Fátima, que nos visita desde su santuario en Portugal y a la oración del pueblo. Nunca en mi vida he visto orar tanto al pueblo como ahora. Ni siquiera en el 2018.

Usted intentó formar un grupo de apoyo para la ciudadanía cuando inició la pandemia, pero el régimen no lo dejó. ¿Luego de meses qué opina de esa decisión de las autoridades?
Pienso que la iniciativa de la Diócesis, no mía, fue y es parte de un derecho fundamental de todo ser humano. Sin embargo, entiendo que hay procesos protocolarios y burocráticos que seguir. El Minsa, la misma tarde que anuncié el proyecto, muy amablemente me notificó que no podía llevarlo a efecto porque era un asunto de salud pública. En ese momento quise entenderlo. Por esa razón no emití declaración alguna. No se trata de echarle más leña al fuego. Incluso llegué a pensar que, si hubiera solicitado el permiso previo, las autoridades de salud nos lo habrían concedido. Pronto todos nos dimos cuenta que la política pública de salud era y es centralizar un asunto que efectivamente es de salud pública y nacional, que nos compete a todos y no hacerlo con un secretismo inimaginable. Cuando en todos los países del mundo los gobiernos aceptan toda ayuda que pueda paliar un poco la situación, en Nicaragua es lo contrario. En fin, el asunto no se trataba de que no pidiera el permiso previo.

A raíz de las protestas de 2018, la zona norte de Nicaragua se ha puesto más peligrosa y la persecución contra campesinos se ha intensificado.
Pienso que en este caso sería mejor escuchar a los obispos de Estelí y Jinotega.

¿Ha recibido amenazas por su labor pastoral?
No. Personalmente nunca. Por las redes siempre hay un par de fanáticos que se esconden cobardemente en la sombra del anonimato o de perfiles falsos. El resto de situaciones en que se ha puesto en riesgo, más que mi integridad, la de la población, ustedes las conocen.

Pasado el tiempo, ¿qué opina del primer diálogo nacional en el que participó?
En ese primer diálogo se estableció un camino: justicia y democracia. Sigue siendo la agenda nacional. En ese diálogo se internacionalizó el tema de los derechos humanos. Y prácticamente toda la comunidad internacional y sus organizaciones apoyaron este diálogo y la búsqueda de soluciones democráticas. Vinieron en un abrir y cerrar de ojos, los organismos internacionales y defensores de los derechos humanos. En ese primer diálogo se estableció que la salida es y debe ser por la vía electoral, constitucional y revestida de las condiciones básicas para asegurar elecciones verdaderamente libres.

¿Siente que no sirvió de nada ese diálogo? El Gobierno siguió violando los derechos humanos y en la actualidad la situación es la misma.
Los nicaragüenses teníamos décadas de no sentarnos en una mesa a dialogar. Ya en mayo del 2014, los obispos de la Conferencia Episcopal habíamos hecho un llamado urgente al Gobierno, a un diálogo nacional. En el 2018 el pueblo se estaba desangrando. Había que sentarse. No haberlo hecho habría sido de nuestra parte un gravísimo pecado social.

Estamos en un año que se supone preelectoral. ¿Cree que la oposición está lista para ir a elecciones? ¿En qué están fallando?
Pienso que el pueblo está esperando una recomposición sensata de ese espectro político, donde se hable con claridad y sin juego de sombras, con propuestas de nación y criterios democráticos sólidos. Yo sigo insistiendo también que los problemas de los nicaragüenses los debemos resolver los nicaragüenses y no con recetas externas a nuestra idiosincrasia, y donde los primeros protagonistas sean los pobres, las mujeres, los campesinos y los jóvenes. Que ningún sector se apropie de la construcción del país. A este punto hay que decir que la visión de nación es fundamental.

¿Cuáles cree que serían los requisitos mínimos para participar en unas elecciones?
En el numeral 44 del documento que los obispos de la Conferencia Episcopal le entregamos al presidente, en el encuentro que sostuvimos con él, el 21 de mayo del 2014 y que hicimos público esa misma noche, propusimos dar inicio a una profunda reforma política de todo el sistema electoral del país, garantizar un proceso electoral presidencial absolutamente transparente y honesto, con nuevos y honorables miembros al frente del Consejo Supremo Electoral, en el que brille sin ningún tipo de duda la voluntad popular; con un sistema de cedulación independiente del Consejo Supremo que le garantice a cada nicaragüense su cédula en tiempo y forma antes de las elecciones y con un proceso electoral abierto irrestrictamente a observadores de instituciones nacionales y extranjeras. Estos requerimientos siguen vigentes.

En los últimos meses los ataques a la Iglesia aumentaron considerablemente, lo más grave fue el incendio a la imagen de la Sangre de Cristo en Managua. ¿Es este el atentado más grave que ha visto usted?
La Sangre de Cristo es un ícono no solo religioso, sino también histórico y cultural de la nicaraguanidad. Con semejante acto, se ha herido gravemente la sensibilidad religiosa, social y la misma identidad nacional. La imagen calcinada de la Sangre de Cristo asume los rostros sufrientes del pueblo, los dolores y la pobreza de los más vulnerables, de los desheredados, de los marginados, de los excluidos, de los sin voz, de los desposeídos, de las periferias existenciales y de los que son vistos y tratados como los descartables. Como dice el profeta: “Con todo, eran nuestras dolencias las que él cargaba”.

Sacerdotes misioneros extranjeros han denunciado que no les han renovado sus documentos para permanecer en el país. ¿Para usted este es otro ataque contra la Iglesia?
Las autoridades migratorias del país deben considerar muy bien este tema, porque no es un asunto solamente técnico, jurídico o religioso, sino profundamente humanitario, porque estos sacerdotes no solo alimentan al pueblo con el pan de la Palabra, de los sacramentos, sino que también ejercen una labor humanista por excelencia, promoviendo humanamente a los más pobres, en la solidaridad cristiana. Sería dejar huérfanos a los pobres.

En Nicaragua faltan dos obispos, el de la Diócesis de Siuna y de Juigalpa. ¿Sabe si pronto serán nombrados obispos para estos lugares?
Estamos rezando para que sea pronto.

¿Han pensado dentro de la Conferencia Episcopal en el retorno de monseñor Silvio Báez a Nicaragua?
Ese es un tema que está en el ámbito estrictamente personal del santo padre.

¿Cuál es el mensaje de la Iglesia para los nicaragüenses en estos tiempos?
El 1 de mayo del año pasado, los obispos de la Conferencia Episcopal emitimos un Mensaje Pastoral, en el que exhortamos a todos los nicaragüenses a construir una Nicaragua donde todos seamos capaces de lograr una visión de cambio que conduzca a una transformación cualitativa del país, donde se asuma la centralidad de la persona humana y su dignidad, donde respetemos y fortalezcamos la democracia y su institucionalidad. Una Nicaragua donde se ejerza sin restricciones la libertad de expresión y donde la paz sea fruto de la justicia. Estamos entrando al año del Bicentenario de nuestra Independencia y pienso que todavía tenemos una deuda histórica pendiente con Nicaragua, en términos sociales, políticos, ambientales y hasta de justicia, dignidad e inclusión. Hay una agenda que cumplir con visión de corto, mediano y largo plazo: construir todos juntos, sentados a la mesa, sin exclusión ni exclusividades un Estado institucional, moderno, funcional y pluralista.

¿Qué opina de Daniel Ortega y su gestión como presidente?
Lo importante es lo que opina el pueblo nicaragüense.

Plano personal

LA PRENSA/ARCHIVO

Rolando José Álvarez Lagos nació en Managua, en el barrio Campo Bruce, el 27 de noviembre de 1966.

Los primeros grados de primaria los cursó en una “escuelita pagada”.

Su papá era obrero y luego puso una pulpería.

Su madre solo llegó a segundo grado de primaria y vendía atol en las calles y luego puso una comidería en el mercado Oriental.

Se bachilleró en el colegio católico San Pablo, en ciudad de Guatemala, país al que llegó en los años 80 huyendo del Servicio Militar obligatorio.

En 1988 comenzó a sentir el llamado a la vida sacerdotal.

Antes de comenzar su trabajo como obispo, dio clases en el Seminario de Managua y trabajó en varias parroquias.

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