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El caudillismo

En toda generación naciente hay un florecimiento inspirado por la primavera de la época. El estreno ocurre cada veinte años. Creo que no hay niñez acompañada por la adolescencia que no haya sido testigo de las andanzas de los caudillos políticos.

En el caso personal, no puedo olvidar a un caudillo cuyo nombre debe trascender en las arterias. Quién de aquella generación de los años cuarenta sesenta no vivió los tiempos de Emiliano Chamorro. Diría que hizo época. En ese sentido, cada uno de los que comprobaron ese tiempo tiene su criterio sobre la amalgama que hubo entre lo positivo y lo negativo. Chamorro, de raíz conservadora, tuvo que ser un discrepante de otra figura paralela con la diferencia de pretender ser un liberal. Ambos se jactaron de ser símbolos públicos del bipartidismo hasta que el desenlace obtuvo la fisonomía “cajonera” de un pacto.

El caso es que siempre está latente la presencia de un caudillo en la historia de Nicaragua, siendo esa tendencia una realidad que nunca ha sumergido el estilo de política.

Varias definiciones se han hecho de ese ejercicio público. “La política es el arte de lo posible”, aseveran algunos. Considero en opinión personal que no es ningún arte. La conclusión la tomo de las experiencias que ella me ha dado donde más ha predominado la negación que ahora sufrimos en “carne propia”.

Pero hay casos de excepción. En ese mismo lapso hubo otro caudillo en República Dominicana tan tristemente célebre como sus compinches del pretérito. Se trata de otra estrella que ahora milita en los senderos de la opacidad: Rafael Leónidas Trujillo, para quien hubo un parangón: “Dios y Trujillo”. Andaban en el dúo de la estúpida fantasía.

Esta vez ha surgido un punto y aparte. Surge una nueva figura diametralmente distante aunque compatriota de Trujillo. El académico Luis Abinader, el nuevo presidente de República Dominicana con jerarquía en Harvard opuesto por supuesto a las modalidades arbitrarias. Abinader incita “a todos los sectores públicos a abstenerse de colocar su fotografía oficial como Presidente de la República”. Invita a terminar con el “culto a la personalidad”. Propone en su país lo que la fusión Ortega Murillo incentiva.

El “honor y la gloria” corre simultáneo con el matiz ideológico, con la fotografía de la pareja ejecutiva que menudea principalmente en las aulas verdes. Pueden verse los rostros hasta en los libros del Ministerio de Educación. Abinader sostiene que aquí no estamos para que nos aplaudan sino para servir a la gente.

No pocos coinciden en señalar que imponer la fotografía de un presidente es intrascendente. Constituye una manipulación ideológica. Una apelación ancestral que solo lleva la vanidad en el hombro de su portador.

El autor es periodista.

Opinión
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