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Catolicidad y patria

De Estados Unidos recibí en las recientes fiestas patrias un videochat donde se aprecia un pueblo católico reunido en el Santuario Nacional de El Viejo, Chinandega, en una misa que conforma toda una asamblea, cantando “si hay una tierra en todo el continente, hermosa y valiente, esa es mi nación… ¡que linda, linda es Nicaragua, bendita de mi corazón!”.

Cantan fervorosamente mientras agitan un mar de banderas amarillo-blanco de nuestra Iglesia. Hay armonía en un tono patriótico. Se advierten nicaragüenses de todas las edades y estratos de la sociedad. Un sacerdote en el micrófono del atril canta animosamente, acompañando la asamblea; varios seminaristas, savia nueva que conducirán en los siguientes años la pastoral de la Iglesia, asimilan y se unen al sentimiento religioso-patriótico de nuestro pueblo.

Al fondo logro identificar al cardenal Brenes, acompañado de otros dos prelados presidiendo la misa, detrás de ellos la Bandera Nacional, Azul y Blanco, asombrados por esta manifestación de amor patrio y de fidelidad a sus creencias, de este pueblo cristiano-católico, mariano y eucarístico que está “sentido”, y aún más, no acepta que en su patria, en su solar grande, se ofenda a Jesús Sacramentado, se profanen sus sagrarios y la Sangre de Cristo, o se atropelle a su Iglesia.

Veo que efectivamente el amor a la patria ha desbordado cualquier disimulo y ha dado constancia para nosotros y el mundo, que este pueblo es genéticamente católico, que para el nicaragüense en su ADN existe una simbiosis inarrancable de su corazón, entre la catolicidad y la nicaraguanidad.

Las ideologías se contradicen cuando en sus eslóganes ofrecen la muerte como alternativa para obtener la patria, cuando esta es todo un canto a la vida, la esperanza y el amor a la tierra que nos vio nacer, sus costumbres y creencias, lo mismo que a los sagrados símbolos que la representan.

La nicaraguanidad es una realidad objetiva, condición de ser nicaragüenses, que emana del sentimiento y el hecho de pertenecer a nuestra patria Nicaragua y no obedece a ninguna dialéctica o propuesta ideológica.

Nicaraguanidad y catolicidad, que es la cualidad de católico, son indisolubles; la historia patria te lo confirma.

Zelaya a pesar del destierro a sacerdotes, incluyendo al entonces obispo de Nicaragua monseñor Pereira y Castellón, no pudo detener la avalancha del pueblo los 7 de diciembre, que al grito en Catedral del obispo de ¿quién causa tanta alegría? ¡La Concepción de María! se desbordaba por las calles de León y sus comarcas, así como tampoco pudo impedir que a pesar de haber constituido un Estado con educación laica, nuestras abuelas y madres encendieran con la enseñanza del catecismo y el rezo del Rosario en el hogar, la fe católica en sus familias, para nosotros después hacer lo mismo con nuestros hijos y así sucesivamente, en esta cadena ligada como dije a nuestro ADN, de ser nicaragüenses.

La década de los ochenta volvió a enfrentar a la Iglesia con el Estado revolucionario, debido a la confrontación que había entre la Palabra de Jesús proclamada por la jerarquía y sacerdotes, y las medidas y dialéctica empleada por el gobierno de esa época. Hubo amenazas, vejaciones, insultos y expulsiones de sacerdotes, quienes resistieron valientemente la embestida, confesaron su fe y el pueblo católico siguió fiel a sus creencias.

El Estado ofreció al pueblo la alternativa de una “Iglesia popular”, que cayó en tierra árida y no prosperó. Las mutaciones cuando se trata de las creencias de un pueblo dan engendros deformes, que lejos de inspirar confianza y empatía, ponen al descubierto las verdaderas intenciones, dando como resultado las suspicacias, y la no aceptación.

Además, la Iglesia católica “per se” es popular, no es menester venir a agregarle mote alguno.

Se debe entender que estamos viviendo tiempos distintos, que los fusiles e intervenciones armadas han dado paso a las propuestas justas, inteligentes que tengan en cuenta al individuo, al ciudadano y no violenten su libertad, ni sus derechos humanos. Esta generación siglo XXI, que inexorablemente se apresta a conducir la sociedad y la nación, afortunadamente tiene una natural tendencia a la ética y repugnancia y rechazo por la violencia, el abuso, el delito y la imposición de voluntades que conduzcan a tiranías.

La historia e idiosincrasia nuestra proscribe el enfrentamiento con la Iglesia, quienes lo alientan son desconocedores y malos consejeros.

No se puede evadir por declaraciones, diatribas o presiones, una realidad trascendente; sí, trascendente, porque tiene ánima que la potencializa, la eleva haciéndola inalcanzable e inatrapable. Un ánima llamada “fe popular”, que por fe es potencializada por la enseñanza de nuestros mayores y los prodigios que hemos experimentado después de prender en la bata del familiar enfermo, la medalla de la Virgen o elevar una oración al Señor en el hogar ante la imagen del Corazón de Jesús; y que por popular, está sumergida en las raíces de nuestras etnias, clanes, tribus y sociedades oligárquicas, obreras, progresistas, liberales, conservadoras y aún de pensamiento libre…

Debemos entender que el catolicismo formal es bíblico, erudito, apegado a la Palabra; que el catolicismo popular es sencillamente eso, popular, que convive con la cotidianidad de la patria. Y la catolicidad comprende ambos, los encauza mediante el magisterio de la Iglesia, la fidelidad al papa y los obispos y su identificación con la Patria.

La verdad es que la Palabra proclamada es la que nos confronta y no quienes la proclaman.

Los partidos políticos agrupan bajo un mismo color a individuos de la misma ideología, llamándose entre sí correligionarios; en cambio, la catolicidad, nicaraguanidad y patria son un común denominador que abriga a todo un país llamándonos entonces hermanos, compatriotas, todos bajo una sola bandera, la Azul y Blanco de la Patria.

El autor es médico.

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