14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

¿La palabra o la vida?

Hay quien dice sí y no hace, otros dice no y luego se arrepienten y lo hacen. (Mt. 21, 28-32). Y como muchos de nosotros estamos cansados de palabras, ya no creemos… La palabra ha perdido fuerza y credibilidad. Ya no vale decir aquello que antes se decía: “Te doy mi palabra”, porque las palabras tienen poca autoridad.

Esto ha producido que el pueblo ya no crea en los políticos, porque hablan y prometen mucho y sus palabras no son verdaderas; todo se reduce a palabras demagógicas y mentiras y esto se nota en los sindicatos y asociaciones; sus gentes han perdido credibilidad. Abundan en palabras, pero a la hora de la verdad no se las juegan por quienes deben defender.

Los mismos esposos muchas veces no se creen, como tampoco existe credibilidad entre padres e hijos. Se habla mucho en el hogar, pero son palabras que luego no terminan en realidades. Nosotros mismos, los sacerdotes, los cristianos, la Iglesia, muchas veces no somos creíbles porque una cosa es lo que decimos y otra como actuamos. La comunidad puede decirnos a nosotros también: “Médico, cúrate a ti mismo” (Lc. 4, 23).

Nos estamos comportando como el segundo hijo de la parábola a quien el padre le dice: “Hijo, vete hoy a trabajar a la viña” y él le respondió: “Voy Señor”; pero luego no fue. (Mt. 21, 30).

La enseñanza de Jesús es bien clara: la palabra solo es válida y creíble cuando va acompañada por el hecho. Por eso nos dice: “No todo el que me diga: “Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt. 7, 21)… “Por sus frutos les conocerán”” (Mt. 7, 16).

Lo que dice lo que somos, no es la palabra que decimos sino nuestro actuar. Decir “sí” con la boca, pero actuar negativamente, es desmentir la palabra con los hechos. Como dice el refrán: “Donde las obras tras las palabras no van, en balde palabras se dan; más cuando el hacer al decir se sigue, puede la palabra decir lo que el corazón concibe”.

Palabra sin vida no tiene autoridad, no es creíble, como no era creíble la palabra de los fariseos a quienes Jesús les decía: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí” (Mt. 15, 8). “No imiten su conducta, porque dicen y no hacen” (Mt. 23, 3). Como decía también el apóstol Santiago: “La fe, si no tiene obras, está realmente muerta” (St. 2, 17). Lo que le da, por tanto, garantía y autoridad a nuestras palabras, es la vida, nuestra manera de proceder y actuar.

Así, nosotros somos lo que hacemos y actuamos, no las palabras que decimos. Por eso, el pueblo judío se asombraba de las palabras de Jesús porque: “Les enseñaba con autoridad, y no como los escribas”. (Mt. 7, 28-29). Y es que las palabras que no van acompañadas de los hechos, no sirven de mucho. Todos, desde los más altos hasta los más pequeños, necesitamos reivindicar el valor de la palabra con nuestros hechos. Solo así seremos todos más creíbles.

He aquí una norma para que seamos creíbles: la credibilidad no se consigue con muchas palabras sino con el testimonio de la vida. La vida es la mejor palabra. Quien vive lo que dice, tiene fuerza moral para ser creíble.

El autor es sacerdote católico.

Opinión Jesús palabra archivo
×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí