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Un prominente ciudadano

Para mi viejo amigo Catalino Rayo Balitán, cronista oral de Jeronimbó —como rebautizara a Masaya el Marqués de la Vega—, Tutifruti era un notable ciudadano. No hacía mal a nadie, pero en términos de práctica sexual la gente lo identificaba como rechivuelta. Hombre de club y de elegante vestimenta, descendía de un héroe de San Jacinto: Carlos Alegría Torrealba. Y también era un verdadero artista. Entre otras piezas, diseñó la corona que luciría la “Reina del Ejército Lilian I” y el rostro de esa juvenil belleza adornado con una hermosa pluma de gansa en el billete de un córdoba, famosos durante los años 40.

Tutifruti fue profesor de dibujo en el Colegio de Granada de doña Carmela Noguera. Su esposa, La Totoya, gobernaba como una Doña Bárbara La Providencia, hacienda de café en el departamento de Carazo. Sin embargo, con el desgaste de los años, Teodorita Tifer Arévalo (tal era su nombre completo) pidió a Tutifruti que le echara una mano:

—Yo no soy perro de nadie, le contestó su distinguido marido ante sus cuñadas que le adversaban por su afición anal.

Naturalmente, Tutifruti no era pobre: poseía dos fincas. Una en la jurisdicción de Nandasmo, Quitapayo, donde cultivaba tabaco y no se desprendía nunca del puro chilcagre en la boca y de su revólver; la otra, El Rempujón, por el bajadero de Nindirí. Desde allí se apreciaba en todo su esplendor la Laguna, incluyendo Venecia, balneario de los masatepinos frente al palacete construido por el presidente Moncada, adicto al guaro lija con agua de coco.

Muy sociable, Tutifruti acogía bachilleres en su casa para colmar su imbatible instinto. Al predilecto, cuyo nombre y apellidos Rayo Balitán me pidió no revelar, lo enviaría a Salamanca para estudiar y graduarse de abogado. Los bachilleres cumplían afanosamente su tarea (eran excelentes cochoneros). Apenas uno, negándose a desempeñar la función pasiva del acto, se le corrió:

—Pagá Robletillo —le gritaba Tutifruti—, persiguiéndole en las calles de Jeronimbó.

Pese a su tez oscura, Tutifruti elegía a los caballeretes —como bastonero en las fiestas de quinceañeras— para bailar con María Amanda Lacayo Maison, Adilia Abaunza Vega, Soledad Rosales y las Coronel Valdés: Rosario, Juanita y Gabriela. Además, desplegaba su cultura amable y galante en las reuniones que ofrecía en su casa a varones de pelo en pecho. Por ejemplo, el domingo 26 de agosto de 1917 jugaron beisbol en Masaya dos conjuntos de segunda fuerza: La Carraca, de Managua, y El Perrereque local, integrado por Adán Castillo, Ignacio Bolaños, Virgilio Velásquez, Enrique Zúniga Osorno, Adolfo Pasquier, Adolfo Noguera, Rodolfo Mendioroz, José Cortés Castellón y Fernando Alemán. Pues bien, Tutifruti les invitó a su gabinete de trabajo para que admirasen sus delicadas obras artísticas y fuesen obsequiados con una fina copa de licor.

Alto y enjuto, pero fibroso, Tutifruti tenía el pelo ensortijado, como el de un nandaimeño; por eso usaba gorra, boina y sombrero. Y no engendraría hijos. Esa fue la razón por la que, con sus hermanas —que lo cuidaron en su senectud— adoptó a un niño rubio, a quien financiaría sus estudios en el mejor colegio privado de la república. Se llamaba Hugo y resultó ser el amor de su vida. Otro, trágico, fue un muchacho que despachó por celos al otro mundo con su revólver. Según Rayo Balitán, esta acción —guardada en secreto por una testigo, pariente de Tutifruti, y de apellido Montenegro— ocurrió en la costa del Pacífico.

—Debió ser en La Boquita —me dijo por telefóno mi viejo amigo Catalino—, balneario frecuentado entonces por los masayas.

Tutifruti había sido diputado de la Constituyente de 1911 y firmó la Carta magna el 10 de noviembre de ese año, representando a los departamentos de Masaya y Granada. Una de sus hermanas, Concepción Sochitl, enseñaba igualmente en el Colegio que regentaba la insigne maestra granadina Carmela Noguera. Y todos afirman que el afamado artista, especializado en decorar altares, era muy valiente: estuvo al lado de Zeledón en octubre de 1912 y se batía a tiros con cualquiera.

El compositor Carlos Ramírez Velásquez le dedicó un vals: “Frutos de alegría”. En realidad, el nombre de nuestro personaje era Frutos Alegría Montenegro.

Me agrega Catalino que el prominente gay de Jeronimbó, a sus 11 años, fue secuestrado y retenido tres meses por un tal Juan Pollo, enemigo político de su padre; y que no llegaría a cumplir 90 años.

Finalmente, en una de las novelas de Gloria Guardia aparece nombrado por el presidente conservador Adolfo Díaz, el 6 de noviembre de 1928, Secretario Nacional de Festejos.

—No lo creo —aseguró Catalino—, porque Tutifruti era liberal de pura cepa.

El autor es miembro de la Academia de Geografía e Historia de Nicaragua y de la Academia Nicaragüense de la Lengua.

Opinión Masaya Tutifruti archivo
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