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En julio de 2013, Everth Cabrera alcanzó la cúspide de su carrera. Fue llamado a jugar en el Juego de las Estrellas.

De Grandes Ligas a finquero: los cinco años de Everth Cabrera desde que regresó a Nicaragua

Desde hace cinco años el exjugador de Grandes Ligas Everth Cabrera ha sido noticia por sus arrestos, problemas psicológicos, adicciones y algunas amenazas contra opositores. En esta conversación con Domingo cuenta que está dedicado a su finca y regresará al beisbol como lanzador

Everth Cabrera se baja una mañana de septiembre de una camioneta doble cabina enfrente de su casa en Nandaime. Usa una camisa deportiva sin mangas, pantalones de beisbol y calcetas celeste altas con unas chinelonas. Camina hacia la casa de una tía que vive a las tres casas de la suya para recoger las llaves y abrir el portón del lugar donde creció soñando jugar en el beisbol de Grandes Ligas.

Llegamos a la tierra donde nació Cabrera después de que Alexis de Jesús Fajardo, párroco de la iglesia Santa Ana, de Nandaime, encontró a Cabrera haciendo ejercicios a los pies de la imagen del Santísimo. Desde hace algunos años se ha conocido que la Policía lo ha arrestado por alterar el orden, ha sido tratado en el Hospital Psicosocial y lo han enviado a Cuba para rehabilitarse de sus adicciones. Durante esta crisis política subió unas fotos a su perfil de Facebook con unas armas amenazando a los opositores del régimen de Daniel Ortega, con el que simpatiza. Mucho se habla de él, pero a la vez poca certeza existe sobre su vida actual.

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Esta mañana de miércoles llega acompañado de su actual pareja, con la que vive en su finca en Rivas y “conocí el amor”. Cabrera tiene tres hijos pero hoy los acompaña Yessenia, prima de Cabrera, y el hijo de ella, un niño que el exjugador dice que lo quiere como otro más de sus hijos.

Con su actual pareja en la casa donde creció. LA PRENSA/Óscar Navarrete

Antes de la entrevista pide un tiempo. Se mete a un cuarto para cambiarse el pantalón de beisbol por un short, y se quita las calcetas celestes. Para terminar su atuendo se pone un sombrero bordado color crema con café que lleva estampadas unas estrellas. Durante la entrevista contesta con lucidez, pero en algunos momentos se ríe mucho, tanto que a veces uno creería que lo hace sin razón aparente.

“A veces estoy sentado en mi casa y reflexiono: gracias a Dios pude comprar una finca de todo esto (el beisbol) y no le debo a nadie; estoy respirando, comiendo, no hay que quejarse tanto”, dice Cabrera, quien a los 33 años edad ya está resignado de no volver a tener un papel importante en el beisbol.

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“Las lesiones se me acumularon tanto, que después de solo aprender en la vida a jugar beisbol, ahora empecé a hacer otra cosa que no sabía: trabajar la finca”, dice Cabrera, que llama las lesiones “sus fracasos”: por culpa de ellas no pudo seguir en el beisbol de Grandes Ligas, en Estados Unidos; ni en cualquier otro país con una liga fuerte: México o Colombia, en los que estuvo de paso. “Es una frustración grande la que viviría cualquier ser humano”.

Las frustraciones han desatado una cadena que no se imaginaba: depresiones que lo han llevado al alcoholismo y al consumo de marihuana; que, a su vez, han provocado que lo arresten por manejar drogado o por agresiones. Después de que hace siete años fue seleccionado como uno de los mejores peloteros del mejor beisbol del mundo, esta mañana repite varias veces: “La vida no es como una se la imagina o quiere que sea; siempre cambia”.

La casa del portón verde, a la derecha de la foto, es la de Everth Cabrera en Nandaime. LA PRENSA/Óscar Navarrete

Lesiones y adicciones

En julio de 2013, Everth Cabrera alcanzó la cúspide de su carrera. Fue llamado a jugar en el Juego de las Estrellas, donde se convocan a los mejores jugadores de las Grandes Ligas. Encabezaba su equipo en bateo y en bases robadas. Fue apenas el tercer nicaragüense en disputar ese encuentro y ha sido el único bateador. Los otros dos fueron los lanzadores Dennis Martínez y Vicente Padilla.

Sin embargo, menos de un mes después empezó su final. El golpe más fuerte fue que lo encontraron involucrado en una clínica que suministraba esteroides a varios peloteros. Lo suspendieron durante 50 partidos y de esa manera acabó la temporada. “Fue un año que me pesó mucho. En lo económico me golpeó mucho porque me suspendieron ese año, perdí dinero. Fueron cosas que me dolieron mucho”, dijo Cabrera en 2016 a La Prensa.

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Decepcionado, Cabrera empezó a dudar de sus habilidades y fue así que se metió al alcohol y la marihuana. “Todas esas cosas fueron agregando a mi mente”, dice. En esos meses de 2014 la Policía en Estados Unidos lo detuvo y encontró marihuana en el carro que conducía. Enfrentó un juicio y fue multado. Estos problemas provocaron que después de ser el mejor jugador a mediados de 2013 de su equipo, los Padres de San Diego, este no le ofreciera contrato para el año 2015.

Estuvo durante seis temporadas vistiendo en el uniforme de los Padres de San Diego. LA PRENSA/Archivo

No obstante, otro equipo lo firmó ese año, los Orioles de Baltimore, pero también fue despedido por no rendir lo suficiente. Y así pasó también con los Gigantes de San Francisco, y con los Tomateros de Culiacán, México. Entonces regresó a Nicaragua y los problemas empeoraron.

En las calles de Nandaime, Cabrera caminaba tomado y drogado. En una discoteca se quitó una camisa para pelear con otro tipo. Y una mañana se metió al estadio de beisbol de Nandaime y estacionó su camioneta en el centro del terreno de juego. Cuando la policía lo quiso capturar, se opuso. Se lo llevaron a la fuerza a una clínica e intentó agredir a un médico.

“Fue un año turbulento. De andar en marihuana y andar en alcohol, todo cruzado… Perdido, realmente. Estuve en el psiquiátrico (Hospital Psicosocial de Managua) por lo mismo”, dijo Cabrera un año después de aquello. “Trataba de controlar los nervios que tenía. Yo estaba alterado, enojado, frustrado, de todo. De todo un poco”, agregó.

Los problemas no acabaron. En junio de 2016 fue arrestado cerca de su casa en Nandaime, después de agredir a un hombre. Fue liberado a las pocas horas, y por medio de Nemesio Porras, presidente de la Federación Nicaragüense de Beisbol, fue enviado a Cuba a rehabilitarse.

Durante su estancia en el Hospital Psicosocial de Managua le diagnosticaron trastorno bipolar, a como ya le habían dicho en Estados Unidos. En Cuba le diagnosticaron desorden mental. “Muchos problemas acumulados, problemas familiares, y vino la depresión. La depresión prácticamente me desbarató porque empecé a meterme en el alcohol. Después no podía ni dormir, me metí bastante marihuana. Lo que tenía era un desorden en mi vida. Demasiados problemas tenía en la cabeza”, dijo Cabrera.

Ahora, cada vez que un muchacho del barrio se le acerca para decirle: “Cabrera, vos estuvieras en Grandes Ligas. ¡Cómo lo desperdiciaste!”, él contesta que se siente “satisfecho, me siento en el paraíso que nuestros padres nos han heredado”.

Este fue el lugar donde el párroco de Nadaime encontró a Cabrera haciendo ejercicios. LA PRENSA/Óscar Navarrete

Esfuerzo

La casa de Cabrera en Nandaime es una construcción angosta pero larga. Tiene un portón verde de hierro y algunas pintas negras: “Maras”, “FSLN”, “FARC”. En las tres casas anteriores viven familiares. Adentro hay varios metros de espacio vacío, como un taller de carros, y más atrás comienza la sala; los cuartos, al lado un lavandero.

Cabrera tiene algunas libras de sobrepeso. Lo que ha quedado de su cuerpo de deportista son las enormes pantorrillas que hace unos años lo impulsaron para ser el mejor robador de bases en el beisbol más competitivo del mundo. Tiene el pelo a ras en los costados y arriba se peina para atrás. Todavía tiene acento dominicano; durante la conversación tutea y repite mucho: “coño”, “asere”, “chamacos”.

Desde esta casa se pueden contar varios contrastes de su vida. Por ejemplo, aquí era donde apenas alcanzaba los tres tiempos de comida “de lo que sea”, cuando en Estados Unidos solo le ponían opciones de comida saludable. “Yo solo cabeceaba viendo lo que mis compañeros pedían, y por ahí iba yo también”, dice Cabrera riéndose.

El otro muro con el que se enfrentó Cabrera fue el idioma inglés. Si comía, lo que quizá no quería era porque el rótulo donde ponían el menú de las comidas estaba en inglés. “Lo ponían solo en inglés para que aprendiéramos”, dice ahora, y recuerda que cuando los entrenadores daban las instrucciones a todos, él iba a preguntar después a sus compañeros porque no entendía ninguna de las palabras en inglés.

Con su prima Yessenia con la que iba a San Juan del Sur el miércoles. LA PRENSA/Óscar Navarrete

Como Cabrera siempre ha sido un jugador de baja estatura en comparación con el promedio de jugadores de Grandes Ligas, los entrenadores siempre le decían: “Cabrera, vos tenés que entrenar fuerte todos los días. No tenés que salir de la alineación”.
Cabrera lo hizo y eso lo llevó a tocar su paraíso pero también su infierno. “Me reventaba el cuerpo. Tenía que hacerlo porque todos los del equipo eran más grandes que yo, corrían como yo, y le daban más duro a la pelota. Todo el día era competencia y decía: no me puedo quedar atrás, ni verga”, dice Cabrera.

El cuerpo lo llevó al límite. En ocasiones jugaba lesionado con tal de que no lo sacaran de la titularidad, para que no llegara otro jugador y lo desplazara. “A veces uno anda el cuerpo desbaratado, tenés un dolor fuerte, y te dicen: te toca pesas. Pero no podés más y te exigen que lo hagás”, dice Cabrera, que está seguro de que ahí empezaron sus lesiones: en el tobillo derecho, las dos manos y muñecas; el hombro y el femoral.

En cada ocasión que pisa un campo de beisbol, Cabrera dice que no supo valorar las oportunidades que le dieron en Grandes Ligas. “No ejercí las responsabilidades que tenía que hacer para llegar a ser lo que la gente se imaginaba que podía ser. En algunos momentos no me cuidé, no lo valoré y después me cayeron las lesiones”, agrega.

Por esa razón, dice que esta temporada jugará como lanzador y no como pelotero de cuadro. “Es un sueño, pero ya estoy practicando para hacerlo”, refiere Cabrera. LA PRENSA intentó durante el jueves y viernes comunicarse con Davis Hodgson, gerente general del Tren del Norte de Estelí, el equipo en el que jugará Cabrera en unos meses, pero no respondió las llamadas.

En la finca ha estado haciendo ejercicios y también lo hace cuando llega a Nandaime. En esas andaba cuando lo miro el párroco. La última vez que entrenó quedó tan ligado que le dolía la espalda y no podía ir al baño. Pero dice sentirse entusiasmado de regresar al beisbol. Cuando en la calle le preguntan con qué equipo jugará, responde: “Voy pa’ el Tren del Norte y sin pasaporte. Asere”, dice con una carcajada.

Everth Cabrera jugó con los Gigantes de Rivas en la pasada Liga Profesional. Este año dice que jugará como lanzador. LA PRENSA/ GERALD HERNÁNDEZ

Finca

La finca de Everth Cabrera se encuentra en la carretera a Rivas. En las fotografías de su Facebook se puede ver ensillando un caballo o posando delante de unos cultivos. “Estuve sembrando, y cayeron varias plagas. Eso solo me sirvió de aprendizaje”, confía hoy en la casa donde creció en Nandaime, debajo de un enorme árbol que da sombra a un porche abierto.

Ahora, a Cabrera lo que le gusta es la crianza y venta de ganado. “Yo tengo que aceptar mi realidad, entonces digo: “tengo estas vaquitas, este ganadito, me está gustando la ganadería”. Cada vez se levanta más temprano para ver que todo marche en orden. Empezó con cinco vacas, pero ahora dice que tiene más ganado. “Por lo menos sacamos para la machaca (comida). Nos da para los tres tiempos, y para pasear por lugares de mi país”, dice.

Hoy, por ejemplo, dice que solo pasaron por la casa en Nandaime porque iban para la playa en San Juan del Sur. Le gusta estar cerca de la playa para “para pensar, meditar. Sentarme en una piedra y mirar el agua. Esas cosas me ayudan a disfrutar de la naturaleza”, añade. “Porque no todo el tiempo es trabajar, sino que un domingo uno se tiene que ir a la playa a hacer un pollito asado. Algo diferente, natural”.

La finca la compró para tener un “plan b”, por si se lesionaba. “Y así pasó, ahora la agricultura y la siembra de frutas es mi vida”, dice Cabrera.


Datos sobre Cabrera

Everth Cabrera nació en Nandaime, Nicaragua, el 17 de noviembre de 1986. Estuvo casado con Connie Cabrera y tiene tres hijos.

Entre sus pasatiempos preferidos está ver películas y jugar PlayStation.

Su juego favorito es MLB The Show, un simulador de beisbol.

En versiones anteriores Everth se utilizaba a sí mismo, pero ahora disfruta usando a pícheres.

En el Club House de los Padres de San Diego jugaba al videojuego con sus coequiperos e incluso apostaban cenas.

Cabrera tiene una finca en Rivas. LA PRENSA/Óscar Navarrete.

Nunca olvida una entrevista que le hicieron a David Eckstein, un exjugador más bajo de estatura que Cabrera que “lo daba todo en el juego”. Años después se convirtió en su compañero de equipo y su amigo.

Su comida favorita es gallopinto, churrasco, tostones y queso pero no frito.

El 7 de agosto de 2009, jugando para los Padres de San Diego, conectó un grand slam —jonrón con bases llenas— contra los Mets de Nueva York en la novena entrada y con marcador de 2-2.

El 14 de julio de 2012 robó el home plate en la novena entrada para empatar un partido que los Padres perdían contra los Dodgers de Los Ángeles. Robó 44 bases en 2012 con los Padres, más que ningún otro beisbolista ese año en la Liga Nacional.

El exjugador de Grandes Ligas Everth Cabrera en su casa en Nandaime. LA PRENSA/Óscar Navarrete

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