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"Saben dónde vivo, saben dónde trabajo, yo no estoy escondida ni me voy a esconder". LA PRENSA/R.FONSECA

“Saben dónde vivo, saben dónde trabajo, yo no estoy escondida ni me voy a esconder”. LA PRENSA/R.FONSECA

Entrevista | Sandra Ramos: “Yo no soporto la sinvergüenzada”

Cuenta sus inicios en el sindicalismo y cómo terminó sentada en la mesa de diálogo con empresarios, las persecuciones que sufrió en los años 90 y lo que la impulsó a salir de su zona de comodidad tras las protestas de abril de 2018

Dice que es muy callada y cuando no tiene nada que decir prefiere solo observar, pero cuando se cansa de algo lo dice soltando todo.
Ella lleva media vida dedicada a defender derechos laborales, enfrentándose a empresas extranjeras que explotan a sus trabajadores y ha visto como estos empresarios han amenazado a sus empleados hasta con armas de fuego.

Viene de una familia de mujeres, siete hermanas, una abuela y una madre a las que recuerda como “luchadoras y tayacanas”.

Aquí cuenta cómo se inició en el sindicalismo y cómo terminó sentada en una mesa de diálogo con empresarios, las persecuciones que sufrió en los años 90 y lo que la impulsó a salir de su zona de comodidad tras las protestas de abril de 2018.

¿Qué la impulsó a involucrarse en las luchas sociales?
Yo vengo de una familia luchadora y ese espíritu de lucha se impregna en mi formación. Vivía en el barrio La Bolsa, frente a la Catedral, donde miré desfilar a todo el movimiento estudiantil revolucionario. Es que los jóvenes por esencia son revolucionarios, porque la revolución es cambio y no lo que dicen otros. Entonces, siendo cipota esos chavalos marcaron mi vida. Yo era de las que se escapaban en la noche de la casa y les iban a dejar comida. Me acuerdo que bajaban de las torres una canastita para que la gente les dejara comida, mientras ellos protestaban contra la dictadura de Somoza antes del terremoto.

¿Ese fue su primer acercamiento con el Frente Sandinista?
Te voy a ser clara: yo me metí a eso para buscar un mejor futuro y había un grupo élite que se llamaba Frente Sandinista, que andaba armado y que después la gente salió masivamente a acuerparlos porque estaban matando a los chavalos de los barrios. Y ahora de nuevo son chavalos los que se levantaron. Ya en mis años 60 de vida estoy viendo un nuevo levantamiento de jóvenes que quieren cambios. Lo que yo no me esperaba era la respuesta. Eso a mí me indignó enormemente porque eso va contra todo espíritu de una persona cuerda. Yo no he dado mi vida y mi juventud a la causa de los pobres para luego mirar cómo están matando a pobres. Eso me hizo levantarme de mi situación cómoda.

¿Cómo describiría su generación?
Fue una generación de sueños y de utopías. Queríamos un cambio, que hubiera menos pobreza y menos analfabetismo. Así nos embarcamos todos en esa tal Cruzada Nacional de Alfabetización, porque había un sentimiento de establecer cambios.

¿Y cómo termina de sindicalista?
Yo me involucro con el Frente y lo tengo que decir, yo vengo de ahí dentro y no voy a renegar por eso, ni tengo que arrepentirme porque eso era lo que había como opción para luchar. Me involucro con la Central Sandinista de Trabajadores (CST) desde mi centro de trabajo. Yo apoyé a la conformación de la CST y ahí inicié. Estuve cuatro años en la Costa Caribe apoyando a las comunidades que fueron desplazadas de su territorio. Ahí también fuimos un montón de chavalos, luego de la Navidad Roja, a limpiar la porquería que habían hecho otros. Eso no fue culpa de nosotros los jóvenes, que no éramos militares ni andábamos armados. En ese tiempo muchos obtuvimos el cariño y el respeto de esas comunidades. Yo no tengo mal corazón con la gente, ni mi madre me enseñó a ser así, ya que ella decía que donde come uno pueden comer cinco y ese ha sido mi principio de vida. Mi abuela decía que no aceptaba que nosotras estuviéramos comiendo y otros niños estén velando. Y compartíamos.

Usted pertenece a una parte de esas primeras feministas en el país.
En ese tiempo de feminismo no sabía nada. Yo conocía de lucha global, pero del feminismo y de la lucha de las mujeres no. Y me preguntaba cómo era eso y cuáles eran esos derechos de las mujeres. Me comencé a involucrar y me doy cuenta de que hay un profundo abismo de discriminación, segregación, exclusión y de explotación distinta. Ahí comienzo a trabajar y mis compañeras me comenzaron a alfabetizar, al punto que yo me declaro feminista bastante tarde, ya bastante grandecita (ríe). Es que eso es un proceso de vida y de acuerpar un pensamiento.

Su trabajo es defender derechos laborales, ¿recuerda algún episodio que la marcara?
Lo más difícil para mí fue en el año 1993, cuando entraron las empresas maquiladoras. El capital que entró inicialmente fue el capital taiwanés y los taiwaneses que entraron aquí venían expulsados de Costa Rica por violadores de derechos. Yo en mi vida nunca había visto tanta explotación. En ese tiempo a la gente le estaban pagando siete córdobas a la semana, que no era nada, le cerraban los portones de las empresas para obligarlos a trabajar, ahí amanecía gente trabajando con candado y en ese tiempo nos pedían socorro mandando papelitos, es que no teníamos las redes de hoy. Por bejuco nos comunicábamos y nos mandaban un enlace diciendo que estaba pasando tal cosa y corríamos las mujeres a auxiliar. Eso para mí fue impresionante, luego hubo una gran huelga y estos taiwaneses sacaron pistolas y se las pusieron en la cabeza a los que estaban protestando. Nos agarraron a patadas a todas y yo fui a parar a un hospital y fue una persona solidaria conmigo que pagó la cuenta, porque a los bandidos de la CST les importó muy poco lo que pasó.

¿Cómo ve a la sociedad nicaragüense actual?
Este es un pueblo muy digno. Que tarda en despertar, pero cuando despierta, despierta. En esa protesta que te digo contra los taiwaneses llegó la Policía, como siempre a protegerlos y se formó el primer sindicato de trabajadores, pero la represión fue fuerte y 400 mujeres fueron despedidas. Luego los de la CST, por ser tan machistas, desplazaron a las mujeres en los procesos de negociación.

¿En qué momento comienza a tomar distancia del Frente Sandinista?
Creo que fue a finales del mismo 93. Enojados por las cosas que les digo cuando debo. Mirá, yo no abro mucho la boca y cuando lo hago es para decir lo que llevo atravesado. Soy como este pueblo que trago, trago y trago y de repente ¡boom! Yo soy parte de este pueblo. Jamás he aspirado a un cargo público y no me gusta porque tengo la boca que nadie me tolera. Además, yo no soporto la sinvergüenzada, ni las cosas bajo la mesa.

Hace una semana fueron asediadas por la Policía.
Nosotras creíamos que ya estábamos en la calle. Yo estaba fuera de Managua, por eso tardé en presentarme. Estaba en un taller con mujeres e incluso aquí se presentan muchos varones, sobre todo guardas de seguridad, demandando sus derechos laborales. Aquí los atendemos y no se cobra nada por la atención. Entonces las abogadas querían ingresar, pero se abstuvieron.

¿Cree que esto fue algo aislado?
No creo, anteriormente a eso tenía tres días de que me estaban avisando que por aquí había pasado la Policía, preguntado por mí. Esa fue una señal. La última fue una noche que llegaron a una casa que antes era mía en un barrio. Llegaron a preguntar por mí. Lo que no entiendo es la razón de irme a buscar ahí, si en mi cédula está mi nueva dirección. Como si yo fuera una delincuente y no me encuentran. Saben dónde vivo, saben dónde trabajo, yo no estoy escondida ni me voy a esconder.

¿Antes de este episodio había sufrido persecución de este tipo?
También en el año 94, cuando les protesté por la zanganada que estaban haciendo con los trabajadores del sector azucarero, que los teníamos durmiendo en un parque, reclamando el 25 por ciento de la propiedad. Mientras tanto en una reunión en paralelo los ejecutivos de esa CST dijeron que eran unos babosos los trabajadores que creían que les iban a dar la propiedad. Yo escuché eso y salté como un resorte y les pregunté que por qué razón los teníamos en el parque, me recuerdo que dos renunciamos inmediatamente, y nos zopilotearon. Tal fue el punto, que llegaron a armar un expediente para decir que yo les había robado e inventaron un juicio en mi contra. Yo fui una de las primeras perseguidas por ese grupo. El denunciarlos me costó un año de huir con orden de captura y recuerdo que el juez que ordenó eso era uno que había salido de la seguridad del Estado.

¿Para dónde se fue?
A Occidente, y te cuento que ahí los secretarios políticos y los jefes de la Policía y mis mismos compañeros sandinistas me escondieron. Ellos sabían que era injusto lo que estaba pasando. Mientras otros decían que yo estaba saqueando en sus oficinas, yo estaba en Estelí en una asamblea. La misma gente que estaba conmigo se dio cuenta de la trama, que es la misma trama de ahora, que quieren callar al oponente recetando cárcel. Yo me puse en las manos de Dios, yo no tenía ni un peso con que defenderme ni con qué pagar un abogado. Además, aquí los abogados no querían defender a nadie en contra del sistema. Me costó mucho pero lo encontré. Incluso el embajador austriaco me llamó para ofrecerme asilo político, yo solo dije: “Las tres divinas personas, cómo me voy a ir de mi país, cómo les voy a permitir a estos que me saquen de mi país”. Al final, le dije al embajador que no y que en todo caso me ayudara a pagar el abogado. Fuimos a juicio y salí libre.

¿Cuánto se ha dificultado el trabajo de una organización no gubernamental como en la que usted trabaja?
Aquí todo lo que hacemos es transparente. Aquí rendimos cuenta ante Gobernación, aunque esta institución nos niega nuestra certificación desde 2017. Pero ese ya es un asunto de ellos y no nuestro. Nosotras cumplimos cada año, aunque nos pongan la firma sin el sello y luego Wálmaro Gutiérrez (diputado sandinista) se burla de las organizaciones y dice: “Esta garrapata (firma) sin sello no sirve para nada”, pero es nuestra responsabilidad seguirles rindiendo cuenta, que ellos no las aceptan es su problema.

Usted se sentó en la mesa del diálogo nacional junto a empresarios y el mismo gobierno. ¿Para una sindicalista de tantos años fue difícil hacer eso?
Fue muy difícil. Te lo digo, fue sumamente difícil. Si nosotras fuimos al diálogo fue porque la Conferencia Episcopal nos pidió que apoyáramos, para que la situación de Nicaragua tuviera un rumbo. Lo hablamos con la junta directiva porque yo no fui solita, yo soy solo yo y mis lombrices. Dijimos que sí y por cosas de la vida los senté frente a un abogado para que certificaran que me estaban mandando. Igual hicimos una reunión con 400 mujeres obreras y ellas dijeron: “Vayan que esto tiene que parar. Vayan que los chavalos están sufriendo y vayan a apoyar la agenda de los estudiantes y de paso incluir la agenda nuestra, que tiene que ver con la seguridad social”.

¿Qué opina sobre el Consejo Superior de la Empresa Privada (Cosep)?
En esa mesa de diálogo no conocía a un montón de gente. A José Adán Aguerri lo conocía porque era presidente del Cosep, además lo habíamos invitado a varias asambleas de miles de mujeres obreras para que escuchara lo que vivían las trabajadoras y desde su posición pudiera hacer cambios en el sector. Luego me dio la espalda y hasta mentirosa me dijo. Nunca hemos dejado de estar cara a cara. Nos hemos visto la cara con los empresarios en las zonas francas. También nos ha pasado que dicen: “Es la oposición, lo que hagan por favor no lo digamos porque es dividir”, y no, aquí el pueblo debe de saber quién es quién. Yo quiero dejar claro que no estoy en contra de la inversión en este país, ni en contra de los empresarios. Yo de lo que estoy en contra es de las malas prácticas que tiene la inversión y en contra de las violaciones a los que les producen sus riquezas. En resumen, para mí, estar sentada en una mesa con los empresarios fue muy pesado, pero lo hice por los chavalos.

¿Cuál cree que fue el logro más destacable de ese diálogo fallido?
Que vinieran los organismos internacionales. Nadie de nosotros creíamos lo que estaba pasando, ni nosotros pensábamos que era una realidad. Sino una pesadilla. Y luego yo me quedé en la Alianza Cívica, que se organizó ahí mismo en un lugarcito, me imagino que más de alguno la traía ya en la cabeza. Conmigo no hablaron porque dicen que yo soy una persona que todo lo digo y no soy de confianza. Ganarse la confianza es difícil, además dicen que yo increpo y no me gusta esa pendejera.

La escalada de Ortega con la ley para controlar redes sociales, agentes extranjeros y cadena perpetua es algo que tampoco habíamos vivido.
Hay medios que no quieren que critique a los empresarios porque están en este rollo de la unidad, pero cómo dicen que no quieren la ley del bozal si en la práctica muchos nos ponen el bozal. Yo creo que aquí todos tenemos que poner nuestra barba en remojo. Estas tres leyes que están haciendo ya sabemos que son inconstitucionales y que son para ahogarnos, pero el pueblo sabe cómo comunicarse. Además, no hay que tener miedo, veo que comenzamos una ola de miedo que nosotros mismos producimos y es cierto que nos persiguen, pero esto va a parar algún día. No va a ser eterno. Esto va a parar cuando el pueblo comience a romper el miedo. Otra cosa que tenemos es decepción de ver una clase política emergente entre comillas, porque yo veo los mismos rostros.

¿Y la juventud?
Los chavalos están decepcionados, están frustrados de que los tradicionales se montaron en la lucha del 18 de abril. Ahora, esos cambios de raíz que pide esta generación no son para hoy, porque el estar en estos espacios me ha ayudado a conocer cómo está la situación en el país y son cambios que van para largo, pero lo principal que debemos hacer es recuperar las libertades constitucionales.

¿Cómo piensa que se recuperan?
No teniendo miedo. Así de sencillo, yo las recupero no teniendo miedo. Vos me podés decir que no me mueva y yo te voy a cuestionar por qué. Me ponés una camioneta ahí enfrente, pero algún día te vas a ir de esa camioneta. Creando resistencia, y es decir, la resistencia no es que vas a ir a salir a la calle. No, la resistencia es personal, de empoderarte de tus derechos. Increparlos y pedirles su documento, no que hay gente que se refugia y se va para dentro.

Plano personal

Sandra Inés Ramos López tiene 62 años. Es directora ejecutiva del Movimiento de Mujeres Trabajadoras y Desempleadas María Elena Cuadra.

Viene de una familia “matriarcal”, como ella misma asegura, donde su abuela y su madre fueron el sustento del hogar. Tiene seis hermanas.

Es una de las impulsoras de la aprobación de la Ley 779, Ley integral contra la violencia hacia la mujer.

Es doctora honoris causa por la Universidad Paulo Freire.

No le gustan las cámaras y trata de evitar las entrevistas.

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