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Las encuestas

Toda opinión es variable en cualquiera de los sentidos opuestos: negativa o positiva. Pero hay casos en que por mucho que se inserte en el secreto de la soledad tiene valor ético cuando proviene de la riqueza espiritual de la conciencia que se resiste a ser cómplice de la dualidad.

Desde hace mucho tiempo se viene hablando de la exteriorización grupal de las opiniones. Este sistema ha ido creciendo hasta lograr un método que repercute bulliciosamente en la sociedad con capacidad para ser influida, en ser un referente convincente en el criterio de sectores que no son los emisores sino los reproductores. No opinan pero si se dejan persuadir por los resultados. Siempre hay un “doble filo”.

A propósito de una encuesta y es objetivo del debate tanto selectivo como popular, yo no quiero referirme en lo que efectivamente es una consulta pública para que sea rechazada o aprobada. Si quiero aludir sobre la forma o el estilo que las caracteriza. Probable incluso que se inclinen por la tendencia de un acuerdo con cierto sector interesado en la búsqueda de una intención o de una meta subjetiva.

Las encuestas a veces se hacen entre ellos mismos guardando el rigor de la estrategia. Se autoevalúan. Son los protagonistas parciales. Muchas de ellas tienen un trasfondo político convertido en una especie de sufragio o elección con votos premeditados para concebir el efecto. Ofrecen la imagen de una empresa preparada para montar el escenario adecuado a las circunstancias. Variados son los estilos.

No es posible hacer una especificación certera en el emporio de la palabra. La consulta es anónima. No se conoce el nombre de las personas, la validez sincera del testimonio. Por supuesto los expertos dan categoría oficial al o los personajes aludidos. Lo dijeron las encuestas y punto. No hay nada más que discutir. El pueblo se manifestó respetando el mínimo y sagrado margen de error.

En estos días explotó un volcán en la forma de un atroz asesino. Noventa y tres personas de cada centenar de nicaragüenses estarían de acuerdo con atarlo con la cadena perpetua. Por esa razón se le llama prisión perpetua. El motivo es el odio con que actuó el delincuente. Claro, no pudo alcanzar en semejante adefesio la combinación del odio y te quiero de una canción. Desde luego no es aplicable en ningún momento a la situación del condenado de acuerdo con la justicia. Pero aún así hubo reservas en cuanto a la forma que suena a ley del siglo catorce.

Me refiero a las encuestas no en el caso aludido sino a las que se realizan en lo general. No congenio con la validez de ese sistema.

El autor es periodista.

Opinión encuestas archivo
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