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Tras el femicidio de su hija, doña Juana Vivas, de 80 años, asumió el rol de madre de sus cuatro nietas. LAPRENSA/Wílmer López

Las abuelas que crían a sus nietos huérfanos por femicidio

Esta es la historia de Juana Vivas y Yadhira Velásquez, dos madres de víctimas de femicidios que ahora velan por el bienestar de sus nietos. Su historia es también la de cientos de abuelas en Nicaragua

Yadhira Velásquez tiene 50 años y sobrevive vendiendo quesillos en Managua. A Juana Vivas, de 80 años, las enfermedades propias de su edad le impiden trabajar. Una de ellas vive en Ciudad Sandino, en Managua. La otra en el municipio de Nagarote, en León. No se conocen y a pesar de la distancia que las separa, tienen una historia de tragedia en común. Ambas llevan a cuestas el dolor de haber perdido a sus hijas y a la vez, una misma preocupación: velar por el bienestar de sus nietos huérfanos.

Desde hace nueve meses Yadhira tiene la tutela de sus cuatro nietos con edades de 17, 15, 14 y 8 años. Los cuatro niños quedaron en la orfandad luego de que su mamá, Jessenia Téllez Rivera, fuera asesinada a pedradas por un hombre, el pasado 22 de enero, en la parada de buses ubicada cerca del puente El Edén, en Managua, donde ella vendía quesillos. Hasta la fecha el femicida no ha sido identificado.

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“Todos los días que regreso de vender de Managua, ellos están esperando en la puerta de la casa, como esperando ver a su mamá”, cuenta doña Yadhira.

Doña Juana también tiene a su cargo el cuido de sus cuatro nietas de 18, 17, 16 y 11 años. Ellas perdieron a su mamá, Mercedes Cárcamo, producto de un femicidio. Antes de dispararse en la cabeza con un revólver, Róger Salinas le asestó tres balazos a Mercedes, su expareja, frente a su hija menor, la de 11 años.

Los cuerpos de la pareja quedaron en la entrada a la vivienda que habitaban. LA PRENSA/Tomada de Facebook

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“Ella estaba aquí acostada. A la bulla ella se levantó y vio cuando el hombre le aventó los balazos y miró cuando su mamá cayó. Ella corrió a llamar a las hermanitas, pero cuando ya vinieron solo vieron el cuerpo de su mamá, que la había matado”, narra la señora de 80 años, visiblemente conmovida por recordar la escena.

Asumir el rol de madre cargando el luto

Según la psicóloga Elsania Espinoza, experta en atención integral a la familia de la Policlínica Nicaragüense, las madres de las mujeres que son víctimas de femicidio además de enfrentar un proceso de duelo muy doloroso y complejo, también “asumen un nuevo rol en el que pasan a ser mamás de sus nietos”.

“Las abuelas en muchos casos te dicen que ni siquiera han tenido tiempo para llorar a sus hijas porque se tuvieron que enfocar en levantar afectiva y emocionalmente a sus nietos, además de estar pendiente de la alimentación y los estudios de los niños”, señala Espinoza.

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Durante las entrevistas realizadas a ambas protagonistas, estas enfocaron sus relatos en la forma en que los crímenes contra sus hijas han afectado a sus nietos, dejando en segundo plano su propio dolor. “Las dos nos levantábamos, las dos nos mirábamos, pero no me ha afectado tanto como a los niños”, dice doña Yadhira.

Doña Yadhira Velásquez, durante una conferencia de prensa con el observatorio Católicas por el Derecho a Decidir, en Managua. LAPRENSA/Julio Estrada

Pero a criterio de Espinoza, este comportamiento por parte de las madres de las víctimas puede traer consecuencias en su salud, como por ejemplo sufrir lo que se conoce como trastorno de somatización, que consiste en que las quejas o dolencias persistentes que presenta la persona afectada no tienen un origen físico identificable, pero sí impactan su salud y pueden agravar enfermedades o condiciones preexistentes. Es la relación y manifestación física de la carente gestión de sus emociones como el duelo, el desgaste en la búsqueda de justicia y el estrés por hacerse cargo de forma integral de sus nietos.

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“Ellas minimizan su duelo, pero su cuerpo habla, porque cuando cualquier persona no tiene tiempo para trabajar su dolor se da la somatización. A lo mejor ellas no padecían de azúcar y ahora presentan cuadros de azúcar, tienen migrañas, dolores de espalda o problemas estomacales”, explica la psicóloga.

Según la psicogerontóloga Martha Trujillo, la edad de la abuela que asume la responsabilidad de sus nietos influye mucho en el cuido de los menores. “Si la abuela es joven tiene aún las energías físicas para atender a sus nietos, puede ser que la abuela sea mayor, que tenga la condición económica para atender a sus nietos, pero la condición física ya no le ayuda a estar con ellos como ellas quisieran”, señala Trujillo.

Cuando el amor no siempre alcanza para comer

Con un delantal, una gorra y una especie de suéter para cubrirse del sol, doña Yadhira viaja de Nagarote hacia Managua desde las 5:00 de la mañana a vender sus quesillos, como hacía su hija, y regresa a su casa, casi siempre, a las 1:00 de la tarde. A diario gasta 50 córdobas en transporte de ida y regreso. Sobre su alimentación, tímidamente dice que “ahí comemos cualquier cosita, me bebo un fresco para mientras llego a la casa”, pues asegura que mientras trabaja evita gastar para ahorrar y llevar más dinero a casa.

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La señora cuenta que durante un día bueno su negocio le genera 500 córdobas. Pero durante un día malo recoge con esfuerzo entre 200 a 300 córdobas. “Hay días buenos y días pésimos”, dice.

Durante trabajó junto a su hija Jessenia, doña Yadhira compartía los gastos de alimentación de la casa y los gastos de los niños. “Yo le ayudé mucho con sus hijos, éramos yo y mi hija, si ella no tenía, yo tenía para mis niños. Ahora es diferente”, lamenta. Pero a raíz del crimen, “ahora me tengo que cuartar más porque ya son más boquitas que alimentar”, expresa la señora.

Jessenia Téllez en la promoción de una de sus hijas. LAPRENSA/ARCHIVO

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Doña Yadhira tuvo seis hijos en total, pero comenta que actualmente solamente convive con una de sus hijas. Jessenia era la mayor. Mientras ella sale a vender sus quesillos, los cuatro niños quedan bajo el cuido de su esposo, que es leñador. Pero cuando su esposo sale a trabajar, los niños son cuidados por su tía y su pareja. “Mis otros hijos a veces vienen a verlos, ahí juegan con los niños y así la van pasando hasta que yo llego”, cuenta.

Doña Juana, en cambio, tiene que hacer malabares con la pensión que recibe su esposo para darle el sustento a sus cuatro nietas, pues por su edad y condición de salud no puede trabajar. El papá de las niñas, José Mayorga, también aporta en la manutención de las niñas vendiendo accesorios para vehículos en los semáforos de la capital.

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A pesar que doña Juana da gracias a Dios porque “a ellas sus alimentos no le fallan”, asegura que no es fácil resolver día a día. “Tengo seis meses de estar con las niñas, los gastos son bastante duros. A su papá a veces le va bien, a veces le va mal, y ahí la llevamos”, refiere.

Uno de los pocos recuerdos que doña Juana Vivas tiene junto a su hija, Mercedes Cárcamo. LAPRENSA/Wílmer López

Antes del asesinato de Mercedes, Mayorga vivía con sus hijas en la casa de su mamá, pero antes de eso “ellos han andado sufriendo, han andado alquilando, estaban viviendo donde sus otros abuelos y ahora viven aquí”, señala doña Juana, quien a raíz del crimen contra su hija, le dio un espacio en su casa al papá de las niñas para que les construyera un cuartito, donde ahora viven.

Doña Juana lamenta que tras el asesinato de su hija no ha recibido ayuda de ninguna organización pues considera que “la situación es dura tanto para él (papá de las niñas) como para uno porque el gasto es duro y tan caro que está todo”.

La psicogerontóloga Martha Trujillo señala que además de la carga económica y la emocional, las abuelas se ven limitadas en su diario vivir cuando asumen el rol de madre de sus nietos y comparó esta situación con las abuelas que se quedan al cuido de sus nietos cuando sus hijos migran a otro país.

“Esta abuela no solamente asume a sus nietos en lo emocional y lo económico, sino que también su vida misma cambia porque si antes tenía un chance para platicar con la vecina, para ir a la iglesia, para ir al mercado tranquilamente, ahora tiene a varios muchachitos que la limitan en su vida social y su vida espiritual que la va a afectar en su salud”, argumenta Trujillo.

El triple duelo de la niñez

Según la especialista Elsania Espinoza, tras la muerte de sus madres, los niños afectados normalmente sufren lo que ella denomina como un triple duelo, pues se trata de la pérdida de la figura materna física y afectiva, muchas veces la pérdida del padre que desaparece de la vida de ellos y el duelo de la familia.

“Como en muchos casos la familia materna rompe relaciones con la familia paterna entonces de la noche a la mañana se dan estas tres situaciones dolorosas para el niño, además que los niños vienen a un ambiente diferente, porque a veces lo más doloroso es que a los niños los dividen por la escasez económica y es cuando se pierde el núcleo de la familia”, explica la psicóloga. Aunque no es el caso de los hijos de Jessenia y Mercedes, es también otra de las realidades que enfrentan las familias tras un femicidio.

Durante la entrevista, la nieta menor de doña Juana no paraba de observar el retrato de su madre, Mercedes Cárcamo, a quien vio morir a manos de su expareja. LAPRENSA/Wílmer López

La psicóloga también señala el hecho de que las madres de víctimas de femicidio en su mayoría son de la tercera edad, por lo que hay momentos en que las enfermedades propias de este segmento de la población impiden que su nueva función sea efectiva con sus nietos. “Por ejemplo, si la abuelita se enferma entonces la hermanita o hermanito mayor asume el rol de mamá y el cuido de los hermanos pequeños”, agrega.

Otro aspecto que menciona Espinoza es que en muchos casos cuando las abuelas tienen que ir a trabajar, los niños quedan al cuido de otras personas, situación que los expone a los abusos sexuales y los diferentes tipos de violencia, expone la especialista basándose en su experiencia de trabajo con familias con estas realidades.

Aislamiento en los niños

Doña Juana se lamenta porque desde la muerte de su hija, sus cuatro nietas desistieron de seguir estudiando por dos razones. “Ellas todavía sienten la muerte de su mamá y el otro problema es porque ya las posibilidades no dieron”, dice.

Según Trujillo, los hijos que pierden a sus madres a través del femicidio, pueden experimentar consecuencias como cuadros de agresividad, problemas para conciliar el sueño, una reiteración permanente de la experiencia de la pérdida de la madre así como aislamiento.

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En este último punto podrían estar las cuatro nietas de doña Juana. Ella relató que durante los seis meses que tiene de convivir con sus nietas, ellas pasan casi todo el tiempo en su cuarto. “Ellas se encierran en su cuarto y se quedan ahí. Oyen músicas que a su mama le gustaban y entonces se ponen bien tristes, a estar llorando”, dice.

Ellas no solo no saben cómo lidiar con la situación, tampoco han gestionado sus propio duelo y se enfrentan todos los días a las múltiples tareas de ser abuelas-madres en un contexto adverso por falta de dinero, condiciones sociales y acceso a apoyo integral y sostenido mientras logran sobreponerse a la pérdida.

Casi 600 niños huérfanos desde 2014

Según el observatorio de Católicas por el Derecho a Decidir (CDD), entre el año 2014 y lo que va de 2020, se han registrado un total de 578 niños y niñas que han quedado huérfanos producto de femicidios en Nicaragua.

De los 51 femicidios registrados en 2017, 85 niños y niñas quedaron huérfanos. En 2018, la cantidad de niños huérfanos fue de 87, de un total de 57 mujeres asesinadas ese año. El año pasado se contabilizaron 62 niños que perdieron a sus madres, de un total de 63 femicidios. Y entre enero y lo que va de octubre, un total de 83 niños y niñas han quedado huérfanos como consecuencia del asesinato de 65 mujeres producto de la violencia machista que impera en el país.

Las cuatro hermanitas de 18, 17, 16 y 11 años visitan la tumba de su mamá en algún cementerio de Managua. Frente al sepulcro y entre lágrimas, las niñas siempre le cuestionan: “nos prometiste que nunca nos ibas a dejar”. Y así, durante los últimos seis meses, la escena se repite todos los domingos, sin que su dolor pueda ser aliviado.

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