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Argüello, Nordau y Los Raros

El 22 de diciembre de 1907 se celebraba en el Teatro Municipal de León el regreso de Rubén Darío. Santiago Argüello Barreto le abrazó entre aplausos y ovaciones, diciéndole: El Señor de la Victoria, / por fin a su patria llega. / Más tarde dirá la historia / que él dejó a su patria ciega / con el fulgor de su gloria. Darío le contestó: Ninguna frase mejor / que la que ahora interpreta / el que es su mayor poeta / lleno de gloria y honor.

El Mercurio de Chile anunció:

“Se habían encontrado dos enormes portaliras y cuando se saludaron con aquellas estrofas todas belleza y armonía, diríase el argentino choque de dos copas que se rompen dando al viento sus vibrantes melodías de cristal”.

Entre Santiago y Rubén existía una relación de hermandad. Lo acompañó a México para el primer centenario del Grito de Dolores. Lo visitó en Europa en varias ocasiones, manteniendo correspondencia mutua. Le acompañó en su lecho de muerte, dando fe del deseo de Darío de que sus restos reposaran en Nicaragua. Finalmente le dedicó una elegía.

El drama, Ocaso, de Argüello, fue estrenado en 1906 por la compañía Teófilo Leal en el mismo teatro. La obra se trató sobre un amor prohibido escandalizando al clero.

En Los Raros, Rubén refiriéndose a la obra maestra de Max Nordau, Degeneración (Entartung 1892-93), afirma: “En verdad Max Nordau no deja un solo nombre, entre todos los escritores y artistas contemporáneos, al lado del cual no escriba la correspondiente clasificación diagnóstica: imbécil, idiota, degenerados, locos peligrosos”.

Nordau dedicó su libro a su profesor psiquiatra fundador de la antropología criminal, César Lombroso. Diagnostica como degenerados a muchos artistas del “fin de siècle”, atribuyéndoles las mismas características descritas por Lombroso sobre los delincuentes y dementes.

Afirmaba que los “degenerados no son siempre criminales, prostitutas, anarquistas o locos declarados; son muchas veces escritores y artistas”.

Consideraba Nardau un deber moral denunciar a estos seudoartistas por medio de una crítica científica, temiendo que estos transmitieran sus ideas a través de las nuevas generaciones como decadencia de la raza.

Era Nordau un crítico feroz, llamado por algunos “monomaníaco”. Asegurando Darío que condenaba “el poema entero por un verso cojo o luxado; y el arte entero, por uno que otro caso de morbosismo mental”.

En Mis libros Parisiana, semblanza de Darío sobre Argüello, incluye literalmente una crítica hecha por Nordau, referente a Ocaso. Sin embargo, muy a pesar de su estilo acrimonioso la describe: “fuerte y bella, y, sobre todo por la idea que usted ha tenido de escribir una pieza vívida, auténtica, arraigada en su suelo, poblada de un mundo suyo, cargada de ideas propias, y sentimientos reales: una pieza que traduce la vida en el espacio y en el tiempo.

Necesitaba usted valor para emanciparse de la influencia extranjera, para apartarse de ese mundo ficticio casi siempre parisiense, en que se mueve el teatro sudamericano y colocar sobre la escena los seres y las cosas que le son familiares. Ha hecho usted un bellísimo debut. ¡Ojalá sea usted el creador del teatro nacional hispanoamericano!”. Agregando Darío: “No hay duda, de que, en Centroamérica, Argüello con el gran salvadoreño Gavidia, en asuntos de teatro va a la cabeza”.

En ausencia de Darío, Argüello fue su mejor representante. Su producción literaria es fecunda. Su obra es musical, lírica, cosmopolita, muy propia. Muchos de sus trabajos los dirigió hacia la juventud, sobresaliendo como educador y humanista. En León, muchos lirios han dejado sus aromas. Es como caminar en un Parnaso lleno de bellas flores. ¿Cuántas de ellas como Santiago yacen olvidadas?

La autora es máster en literatura española.

Opinión Rubén Darío Santiago Argüello Barreto archivo
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