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Hamilton y las legislaturas estatales

Alexander Hamilton nunca conoció al Partido Demócrata de 2020. Las medidas seminales que promovió este miembro del grupo de los Padres Fundadores de los EE.UU. para la Constitución en el Federalista No. 68, sin embargo, pareciera haberse concebido para evitar el tipo de pillería y corrupción política que hemos presenciado en las elecciones presidenciales recientes. La maquinaria política construida por Barack Obama que llevó en su fórmula a Biden/Harris, ha puesto en riesgo la legitimidad de la democracia estadounidense. A pesar de esto, Hamilton puede haber vislumbrado un mecanismo para rescatar la integridad del sistema y, posiblemente, la República.
¿Qué fue lo que escribió el primer ministro del tesoro estadounidense y asistente personal de George Washington en la Guerra Revolucionaria (o Independencia) en los Ensayos Federalistas? Preocupado de que la corrupción política doméstica o una injerencia extranjera pudiera contaminar el proceso electoral de la nación incipiente y “elegir” un primer jefe ejecutivo incompetente o peor aún, malévolo, Hamilton estructuró en este ensayo redactado el 14 de marzo de 1788, los delineamientos morales y filosóficos para establecer un mecanismo que unía soberanía popular con los parámetros preventivos de contención republicana.

Los estadounidenses no querían reincidir en el error trágico que fue la Democracia Griega. Los fundadores en pleno, no solo los otros arquitectos de los Federalistas, John Jay y James Madison, claramente repudiaron la fara ateniense. De ahí salió el concepto brillante del Colegio Electoral y la supremacía de las legislaturas estatales para resolver problemas sistémicos en momentos de crisis política tras elecciones víctimas de la ineptitud popular o la subversión nacional o foránea.

El modelo propuesto por Hamilton argumentaba que el “proceso de elección ofrece la certeza moral de que el cargo de presidente no recaerá nunca en la suerte de ningún hombre que no esté en un grado eminente dotado de las calificaciones requeridas”. El constructor del sistema financiero de EE. UU. insistió en el No. 68 que había ideado un modelo del cual “…si la forma de hacerlo no es perfecta, es al menos excelente”. Hamilton tuvo razón y el prototipo fue adoptado en la constituyente y hecho parte de la Constitución en su artículo 2, sección 1.2.

El sistema de elección presidencial estadounidense y su subsiguiente estructura de gobierno es, sin ninguna duda, un caso sui géneris. Las peculiaridades del modelo en su completitud, sin embargo, pasan desapercibidos para muchos.

Una lectura que limita su enfoque a la composición del colegio electoral como un utensilio para darle una representación adecuada a los estados menos poblados, se pierde la mejor parte: los resguardos sistémicos que significa el haber empoderado, constitucionalmente, a las legislaturas estatales para sobrepasar un proceso electoral contaminado y en efecto, invalidarlo.

Las legislaturas de los estados reúnen la facultad, en acorde con la Constitución, para escoger a los electores que depositarían su voto por el candidato presidencial. Pueden echar a un lado los electores escogidos por los partidos y en su lugar designar a otros seleccionados por ellos. ¿Por qué se les ocurrió a los fundadores de los EE. UU. insertar en su carta magna semejante capacitación a instituciones inferiores (en el sentido nacional)? Algunos podrán argumentar que esto es “antidemocrático”. La respuesta se nos presenta con alta visibilidad cuando consideramos todas las travesuras majestuosas que se han evidenciado en estas elecciones presidenciales.

La esencia del Federalista No. 68 de Hamilton y su posterior inclusión en la Constitución como garantes era precisamente para proteger a la nación estadounidense de dos cosas: (1) la elección de una persona para presidente que fuera incompetente o antisistema (los pueblos sí se equivocan); (2) elecciones putrefactas por el fraude generalizado al punto de haber sido impactados los resultados (los humanos cometen fraude). Al entender esto, el curso tomado por la campaña de Trump solicitando audiencias frente a los cuerpos legislativos de estados impactados por las irregularidades, adquiere toda la lógica del mundo.

El pasado 25 de noviembre, en el emblemático lugar de Gettysburg en Pensilvania, los abogados del presidente y una gama de testigos expertos rindieron testimonio de primera mano sobre la gran serie de irregularidades que apunta a un megafraude y a actos inconstitucionales cometidos por las autoridades en ese estado.

Entre los muchos agravios se destaca como el Tribunal Supremo de Pensilvania, ilegalmente y de forma arbitraria, alteró el plazo de la recepción de las boletas por correo, anuló la verificación de los matasellos para confirmar la fecha de haberse enviado y la verificación de las firmas de los votantes (17 de septiembre).

Consecuentemente, el secretario del Commonwealth determinó, tras el fallo, que las firmas de las papeletas de voto por correo no necesitan ser autenticadas (23 de octubre). La resolución también menciona el modo desigual de aplicar la ley al permitir a ciertos condados selectos donde hay una mayoría demócrata, notificar a los oficiales del partido sobre boletas que contenían defectos, dándoles una oportunidad para corregir los errores (2 de noviembre).
El presidente está siguiendo el curso que Hamilton y los Padres Fundadores esquematizaron para cuando ha habido un fallo sistémico en el proceso electoral. Trump, al insistir en acudir a los tribunales y, sobre todo, a las legislaturas estatales, para denunciar con evidencia abundante el fraude en estas elecciones, está defendiendo la institucionalidad democrática, el Estado de derecho y la Constitución.

¡Qué genios los arquitectos fundacionales de los EE.UU.! No me cabe duda del lado que Hamilton estaría en esta crisis y respecto al rol de las legislaturas. Pienso que, en esta guerra en las legislaturas, el banderín de MAGA ha adquirido un significativo nunca imaginado ni por Trump.

Este artículo fue publicado en El American © 2020. El autor es politólogo, escritor, conferenciante, comentarista y director de los foros políticos y las publicaciones digitales, Patria de Martí y The Cuban American Voice.

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