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Un mal que nos carcome

Decía Darío que hasta hoy no se ha visto sino muy raras veces una amistad profunda, verdadera, desinteresada y dulcemente franca, entre dos hombres de letras.

A los ciento cinco años de la muerte de Rubén, por allí en las redes sociales aparecen sueltos poemas, inclusive de académicos de la lengua que, entre el amor, la hipocresía y la “bilis de lobo” se mofan de nuestra Efigie Nacional llamándolo figurón, cursi, viejo maniático, gruñón, denostando los símbolos mitológicos griegos, confesando amarle tan solo por ser “un paisano inevitable”.

Gunter Schmigalle en la introducción a su artículo: Dichoso el asno que es apenas comprensivo, hace un recuento histórico sobre el vanguardismo en relación a Darío. Este movimiento en Nicaragua nace a raíz del poema de José Coronel Urtecho: Oda a Rubén Darío, que según Schmigalle “es una mezcla de burla y de respeto ante la figura de Darío” para crear un distanciamiento con el más alto representante del modernismo hispanoamericano. La Oda se acompaña de papel de lija, tambores y pitos, que van sustituyendo a “los violines, clavicordios, y cítaras modernistas”. Sin embargo, los instrumentos dan musicalidad y ritmo a la poesía de nuestro bardo.

Según la escritora alemana Erika Lorenz en su tesis doctoral titulada: Bajo el divino imperio de la música: “Los instrumentos musicales ocupan en la poesía de Darío una posición intermedia entre la música de las palabras y de las ideas”. Representan un puente de unión entrelazándose entre sí.

En 1910 Enrique González Martínez, marca la frontera entre el modernismo con otras manifestaciones literarias, creando el poema: Tuércele el cuello al cisne, como una crítica a los imitadores serviles de Martí, Darío, y Lugones, quienes creían que estos habían utilizado hasta el desgaste, los símbolos del movimiento.

Para Schmigalle, Luis Alberto Cabrales quien había aplaudido la Oda de Urtecho y agregado que “los fetichistas habían hecho” del poeta “una especie de buda hierático e intocable”, era necesario humorizarlo. Sin embargo, luego afirmó que “todos los motivos y expresiones” de González Martínez son derivados de Darío, incluyendo al búho ya que éste se encuentra en el Augurios dariano, pero son inferiores, carentes de “un elemental realismo”, concluyendo que no era posible “rebelarse contra el modernismo con un mediocre soneto modernista”.

Si bien es cierto que existía un público hispanoparlante cansado de los símbolos modernistas y que eran necesarios los cambios, hay que reconocer que sin Darío no hubiese existido la libertad y la flexibilidad de nuestro idioma.

Cabe aquí mencionar otro artículo titulado: El antes y el después: Borges y Rubén Darío, donde Luis Alberto Ambroggio, puntualiza sobre una entrevista que le hiciera Harold Alvarado a Borges afirmando que “todos somos hijos de Rubén Darío, todo procede del modernismo y al decir modernismo pienso evidentemente en su jefe”.

El modernismo va más allá de los cisnes, centauros, princesas, palacios, joyas y colores. Fue un movimiento de renovación y búsqueda que marcó en nuestra cultura y letras un profundo cambio hacia las corrientes existentes que coexistirían y se entrelazarían entre sí, dándoles el carácter necesario y ricamente variado existente que hay actualmente en nuestra literatura. Por consiguiente, no era necesario dirigirse directamente en contra de su más grande representante.

Para completar la programática de humorizar a Rubén, aparecerán las parodias de Ge Erre Ene con su libro Morado. Aunque Schmigalle asegura que estas parodias nunca se dirigieron personalmente contra el poeta, creo que son críticas mordaces contra la originalidad y que van en detrimento de la figura estética de Darío.

Miguel de Unamuno en: Abel Sánchez, demuestra claramente la envidia como el mayor mal universal. No andaba equivocado. El primer crimen reportado por la historia fue el de Caín contra su hermano Abel. El segundo más grande fue el cometido contra Jesús en el Gólgota. Ambos ocurrieron por la envidia. (San Marcos, 15;10)

Existe una polaridad en la novela entre el conflicto mítico del bien y del mal, reflejado en el personaje (Joaquín) una figura insatisfecha consigo mismo.

Este tema se convierte en un mal generalizado y los personajes no son más que un ejemplo práctico del conflicto. Unamuno analiza a Joaquín de acuerdo a la tradición bíblica del Génesis y del Caín byroniano.

Cuando muere Darío, Unamuno doblegado por el remordimiento mientras se reprochaba dentro de su alma, anunció: “Con esta lengua que el demonio nos ha dado a los hombres de letras, dije una vez delante de un compañero de pluma que a Rubén se le veían las plumas —las de indio —debajo del sombrero”. “¿Fui con él justo y bueno? —No me atrevo a decir que sí”. Unamuno en su dolorosa carta póstuma publicada un mes después de la muerte de Darío, reconoció su error. La escribe quizás para saldar su deuda moral o su alma del demonio, y más que todo lo hace para su propia consolación.

Abel Sánchez fue publicada curiosamente un año después de la muerte de Darío, y es un claro ejemplo realista del sentimiento trágico que carcome al ser humano y que aún está latente entre nosotros.

Nunca es tarde para que los que se hayan burlado de nuestra más grande joya hispanoamericana, pidan perdón imitando al catedrático de la Universidad de Salamanca.

¿Por qué nací en tierra de odios? En tierra que el precepto parece ser: “Odia a tu prójimo como a ti mismo”. (Abel Sánchez, Unamuno 1917).

La autora es máster en literatura española.

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