14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

Sombras nada mas

Como sombras borrascosas pasan por mi mente los recuerdos del vecindario de mi niñez. Los que habitaron allí fueron sustituidos por otros que como espíritus silenciosos deambulan perdidos como que si no existieran.

Del lugar de mi ensoñación ya no queda nada. Muchísimos amigos murieron, otros emigraron, pero aquellos los de mis recuerdos, solamente sus imágenes me quedaron. León, mi ciudad natal, cuna del liberalismo, de la intelectualidad y de nuestras grandes figuras literarias luce ahora transformada. La gente huye, se esconde, camina rápido, casi no conversa, ya no vive y si vive está aterrorizada.

Hoy en mi patria y en mi pueblo se ha perdido la luz y el color. Todo parece sombrío.

En la Nicaragua de antes, había paz. Mientras Europa se descuartizaba entre el fascismo de derecha y el de izquierda, en la nuestra reinaba la tranquilidad. Recibíamos migraciones de todas partes que nos trajeron progreso, ejemplo de trabajo y disciplina. Por el contrario, hoy es el nicaragüense el que emigra exportando su talento.

Aún permanecen vivas en mí las celebraciones, tertulias nocturnas e intelectuales, las fiestas y viajes al mar, aquellas casas limpias, pintadas, iluminadas, abiertas de par en par para cualquier amigo y visitante. Las iglesias repicando, las procesiones de Semana Santa, con sus coloridas alfombras, las canastas llenas de frutas del mercado central, las vivanderas con sus trenzas y delantales, las alpargatas y decoraciones de vívidos colores colgadas exhibiéndose y sobre todo la exuberante y colorida naturaleza de Nicaragua están en mi memoria como un ayer. El cielo límpido de diciembre, los colores amarillos de los corteses a lo largo de las carreteras y avenidas, el madroño, los tamarindos bullen en mi cerebro como cinta cinematográfica o como sombras nada más.

Al menos así permanecen, fijos en los recuerdos de mi niñez y juventud, igual que lo están en los de Dolores, la madre de Juan Preciado, el personaje de Juan Rulfo en la novela Pedro Páramo.

Dolores recordaba Comala como el lugar de la ensoñación. Había tenido un hijo llamado Juan con Pedro Páramo, el mismo que ahora llegaba al pueblo, a cobrarse lo que su padre les debía para cumplirle a ella tal como se lo prometió, antes de su muerte.

Juan va bajando la cuesta de la colina verde y luminosa yendo hacia el infierno. A medida que descendía el calor se le hacía más sofocante e intenso. Iba a pedirle lo que les debía el cacique y terrateniente de Comala, el hombre violento y machista a quien su madre le entregó la virginidad.

Desciende a Comala en compañía de Abundio, pero no se da cuenta que este es un fantasma, y en la primera bocacalle se encuentra con una señora, Damiana Cisneros, otro fantasma que envuelta en un rebozo desaparece como que no existiera. Pasa la noche donde Eduviges otro fantasma, y duerme en el cuarto donde habían ahorcado a Toribio Andrete y huyendo de allí llega donde unos hermanos incestuosos, que ya no sabe si están vivos o muertos, para luego descender a otro vínculo aún más bajo. El subterráneo, el de las tumbas donde viven otros muertos, donde se encuentra con Dorotea y allí se da cuenta, que él mismo es otro fantasma.

Junto a la descripción de los horrores de ese lugar ardiente vemos una serie de pasajes maravillosos que borran las visiones infernales. Junto a ese averno hay un paraíso perdido, de paisajes maravillosos, de llanuras verdes, cielo azul, y sobre todo donde reinaba una paz profunda contrastando con el mundo de la intriga, del misterio y terror. Allí donde llega Juan no se sabía si quien estaba, vivía o no. En el mundo de lo bajo, en el subterráneo, los muertos vivían escuchando lo que otros muertos decían.

Rulfo nos hace descender al suelo y subsuelo de nuestra miseria humana para establecer la diferencia entre un pueblo lleno de luz, de vida de fragancias y colores con el de la miseria fantasmal. En los ojos de los personajes se evocan los tiempos idos, los de un pueblo donde existió luz, aire limpio, donde hubo aves y gorriones maravillosos y donde prevalecía la paz.

Así los nicaragüenses iremos algún día a cobrarles a quienes nos mal gobernaron y nos acorralaron hasta llevarnos al precipicio de la muerte, del exilio, de la desesperación o del suicidio.

Dorotea es el personaje que representa al resignado pueblo de Nicaragua. Ella está feliz en el subsuelo y prefiere la sumisión que deambular al igual que las ánimas, que encima de ella andan sobre la tierra, dando vueltas desesperadas.

Quizás, cuando regresemos del sueño donde las cosas se visten de formas fantásticas, podamos cantar el Salmo 51, El miserere del Rey David para que el Señor se apiade de todas las almas que estarán penando o pagando en lo profundo del averno por los pecados que otros cometieron y también por nuestros propias culpas e indiferencias.

La autor es máster en literatura española.

×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí