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Wauhta Bar, Caribe Norte de Nicaragua. Oscar Navarrete ©.

Miskitas: Una vida entre huracanes

El 16 de noviembre de 2020 Iota, de categoría 5 en la escala de Saffir Simpson, tocó tierra nicaragüense con vientos de 250 kilómetros por hora, convirtiéndose en uno de los huracanes más destructivos de la historia del país.

Por Galería News, Onda Local y Cultura Libre. 

El Centro Nacional de Huracanes (NHC) no se equivocó, advirtió que el Huracán Iota traería vientos potencialmente catastróficos, marejadas y lluvias intensas para Honduras y Nicaragua. El 16 de noviembre de 2020 Iota, de categoría 5 en la escala de Saffir Simpson, tocó tierra nicaragüense con vientos de 250 kilómetros por hora, convirtiéndose en uno de los huracanes más destructivos de la historia del país.

Iota entró a Nicaragua por la Costa Caribe Norte. El huracán impactó Bilwi y las comunidades indígenas de Karatá, Haulover, Wawa Bar, Wauhta, Kamwatla, Bismuna, Cabo Viejo, Cayos Miskitos, Wawaboom, Layasiksa, Kukalaya, Prinzapolka y Walpalsiksa. Trece días antes, el 3 de noviembre de 2020, estas comunidades y otras ubicadas a lo largo del mar Caribe habían sido afectadas por el huracán Eta de categoría 4, con vientos sostenidos de más de 240 kilómetros por hora. Sus ráfagas de vientos y lluvias también ocasionaron daños en techos, comunidades incomunicadas, inundaciones, deslizamientos de tierra y árboles caídos.

Bilwi, Caribe Norte de Nicaragua.  Óscar Navarrete

“Este es el barrio El Muelle, el famoso barrio El Muelle, porque todo lo que viene transita por allí donde está el muelle”, señala con una triste mirada Ivania Rocha Flores mientras describe con melancolía lo que un día fue su famoso barrio en la ciudad de Bilwi, ubicada a 536 kilómetros de Managua.

“Ahora es un triste, no es un muelle, es oscuridad donde no hay nada, sólo esos palitos de coco que están y la luz del día, el sol que nos pega porque no hay un techo para decir que vamos a ir a escondernos debajo de esa casa, aquí estamos posando como seis familias”, relata Ivania en un fluido español con acento miskitu, quien camina entre los escombros dejados por ambos huracanes, cargando a su bebé de ocho meses de edad.

Ivania y su familia son parte de los tres millones de personas que fueron afectadas por los huracanes, según el informe preliminar de daños materiales emitido por el régimen de Daniel Ortega, el 24 de noviembre de 2020. A tres meses del paso de estos huracanes no se conocen datos exactos sobre las comunidades afectadas y la magnitud de los daños. El gobierno estimó las pérdidas económicas en 742 millones 671 mil dólares, distribuidos entre daños totales acumulados, pérdidas económicas y necesidades de atención.

De las afectaciones al sector agropecuario aún no se han brindado datos de daños. Sin embargo, organizaciones internacionales como el Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas, ya señalaban que en municipios como Puerto Cabezas, Waspam, Prinzapolka, Bonanza, Rosita, Siuna, Waslala y Mulukukú existía inseguridad alimentaria.

La cosecha de plátanos, bananos, tubérculos como quequisque, yuca, malanga y granos básicos, fueron afectados por las inundaciones provocada por los huracanes a las parcelas, que además de destruirlas arrasaron con la reserva de alimentos para el autoconsumo. Esta situación también lo viven las mujeres que habitan en el territorio Wangki Maya conformado por 22 comunidades, en el municipio de Waspam Rio Coco.

Deborah Escobar, del Centro por la Justicia y Derechos Humanos de la Costa Atlántica de Nicaragua, Cejudhcan, asegura que la falta de alimentos es una de las mayores preocupaciones en estos territorios. “Una crisis alimentaria que de por sí con todo el tema de cambio climático, de conflicto territoriales ya era acentuada, pero cuando pasan estos dos huracanes aumenta, ya que estaban en el proceso de cosecha de granos básicos como el arroz, el maíz, además habían otras familias donde las mujeres trabajan la tierra y tenían a su cargo a niños y personas de tercera edad.

“No hay nada, por el momento un poquito de comida, los que tienen cinco en sus familias, diez familiares, no podemos ajustar, me frustra un poco”, explica Mirza Rojas Castellanos, quien se nota un poco desconcertada. Ella se esfuerza en hablarnos en español, mientras dirige su mirada hacia las casas caídas de Wauhta, ubicada contiguo a la laguna del mismo nombre, frente al mar Caribe a 30 millas de Bilwi.

Cuando visitamos la comunidad de Wauhta, a un mes de los huracanes, lucía vacía, destruida, grupos de personas anidan entre los escombros de las casas arrasadas por los vientos huracanados. Hace unos días Mirza, su familia y otras personas de la comunidad regresaron de un albergue de Bilwi, la esperanza les hizo pensar que sus casas les esperaban. Pero el recuerdo les engañó.

Wauhta Bar, Caribe Norte de Nicaragua. Óscar Navarrete 

Wauhta Bar, Caribe Norte de Nicaragua. Óscar Navarrete ©.

“Esta comunidad, cuando no hay huracanes, eran casas bonitas, pero ahora mirá pobre la casa de lámina, no hay casa, no hay lámina, no hay clavo, en las noches siempre hay zancudos, bastantes zancudos, siempre se quema un poquito de ropa así se salen, si no hay ropa para quemar se van a enfermar, pobre niño, pobre adulto”, narra Mirza.

A los alrededores de la casa de Mirza se escuchan los martillazos de hombres y mujeres que intentan construir nuevamente una casa con los restos de madera que el mar ha dejado. Otras personas se apoyan con sierras y motosierras para cortar los árboles que el viento arrancó y hacer uso de esa madera. Así los habitantes de Wauhta realizan, sin apoyo estatal, la jornada de limpieza y reconstrucción de los escombros que tres meses atrás eran las casas que contenían sus vidas.

El paisaje natural ahora es la nada

Wauhta, es una barra de arena blanca, bordeada por bosques de manglares. En esta comunidad habitan unas cuatrocientos diecisiete familias indígenas de la étnia miskita. Para sus habitante era una comunidad “bonita”, limpia, donde no tenían problemas de agua, contaban con una tierra fértil que les permitía vivir de la agricultura la que combinaban con actividades de la pesca artesanal.

En Wouhta sobrevieron los andenes de cemento que conectaban las tradicionales casas de tambo caribeñas con las edificaciones de concretos. Lo que no sobrevivió fueron los cocoteros, los árboles de mango, las guineas y sus pequeños cultivos de yuca.

“Podíamos ir al monte a traer productos, pero ahora no, los cultivos han sido dañados, están engusanados. Los pozos están contaminados, incluso el agua se siente salada”, cuenta Liliam Dixon, de 67 años.

Lilliam Dixon reconstruye lo que queda de su casa. Óscar Navarrete

Una hilera de lanchas de motor traslada a oficiales del Éjercito de Nicaragua mientras custodían láminas de zinc, agua y plantas hacia distintas comunidades. Es la poca ayuda de emergencia que llega a las comunidades. Una libra de clavos, entre 15 y 20 láminas de zinc como parte del Plan Techo, kit de cocina, es parte de lo que las autoridades de Nicaragua ha entregado a las familias damnificadas. Para las familias esta ayuda además de escasa se vuelve innecesaria ante las necesidades reales: madera para levantar los pilares que sostengan el zinc, clavos, agua, comida, atención médica, ropa, entre otros.

Shira Miguel Downs, es defensora de los derechos humanos de las mujeres caribeñas, coordina el Albergue Nidia White, ubicado en Bilwi. Ella conoce de cerca la situación que enfrentan las mujeres en los distintos territorios indígenas. Afirma que la destrucción va más allá de las casas caídas, la falta de comida, la ya tradicional inseguridad e injusta desigualdad que viven las mujeres en esta zona del país.

Es la suma de todo dice la defensora de derechos humanos. “Las mujeres tienen un doble duelo, no sólo por haber perdido su casa, sino también por haber perdido el palo en el que ellas iban a llorar, el árbol en el que ellas iban a lavar su ropa, sin que el sol les pegara directamente, a muchas mujeres les va a tocar ir a lavar y no tener sombra que las cubra”.

Para Shira, el impacto de los huracanes en el medio ambiente afecta directamente las emociones en las comunidades, particularmente en las mujeres producto de la estrecha relación cultural que tienen con la naturaleza, que las inspira, les sirve de refugio, las cura, las alimenta, les permite obtener ingresos económicos y les da fuerzas para enfrentar la vida. Shira se conmueve y teme pensar que no recuperen lo que el huracán se llevó.

Haulover, Caribe Norte de Nicaragua. Óscar Navarrete ©.

En Haoulover, el mar partió la comunidad en dos, abrió un caño que conecta a la laguna del mismo nombre con el mar, considerado un nuevo atractivo turístico que emergió en medio de la devastación dejada por Iota. Enma Budiel, nació y creció en esta comunidad. Cuenta que antes tenían una barra “ahorita no tenemos, y por eso creo que los niños están tristes, asustados…el huracán se llevó las casas al otro lado de la laguna, alguna gente tiene motores y ellos llegan a buscar las tablas y de ahí las trajimos para hacer la casita.”

A Emma el único recuerdo que le quedó de su casa es una tabla pintada de color morado, para ella esa tabla es la prueba de que su casa era bonita y que su vida en ella era feliz. Era su refugio.

Antes de Iota y Eta, Haulover era considerado un paraíso tropical por su ubicación geográfica. En 2018 el Ministerio de Turismo de Nicaragua y el Gobierno Regional la nombró destino turístico del territorio Prinzu Auhya Un. Ubicada a unos 17 kilómetros de Bilwi, esta barra de arena blanca contaba en su margen derecha con amplias playas bañadas por las aguas del mar Caribe y por el otro lado la hermosa laguna de Haulover que la hacía ideal para la pesca, deportes acuáticos, natación, navegar en cayucos por sus lagunas y pantanos que eran refugio de aves migratorias, manatíes y delfines.

El turismo comenzaba a despuntar en la barra de Haoulover y con ello aumentaba los niveles de la vida económica de las más de mil personas que la habitaban, entre ellas Emma, quien además de acopiar pepino de mar hacía pan artesanal para vender a los turistas. Ya no hay turistas y ella no sabe si volverán, la barra está destruida, la franja de cocoteros que la circundaban ya no existen, los vientos huracanados de Iota los hicieron volar por los aires y ahora flotan en las aguas de un mar revuelto en una mezcla de arena, piedras y basura.

“Esta picado, sucio y contaminado como las charcas que ahora hay en mi barra, ese gran hoyo detrás de mi casa no estaba, ahora es una laguna de agua sucia, llena de basura y zancudos” explica Enma con frustración.

La barra de arena blanca que antes era una embriagante planicie, hoy parece un campo de minas, hay hoyos por todas partes llenos de agua sucia, la misma que entró cuando el mar inundó la barra, cambiando la superficie de la misma, socavando los suelos, terminando de botar los árboles que se sostuvieron en pie luego de Eta e inundando las letrinas y pozos de la comunidad.

Haulover, existe porque su gente regresó luego de salir de los albergues de Bilwi. Pero ya no es la misma. Enma sufre por eso, los cocos que le permitían descansar después de su larga jornada de trabajo ya no están, la suave arena ya no es segura para que ella y su hija puedan caminar descalzas, los niños ya no pueden nadar en el mar que ahora está revuelto y parece “enojado” como ella misma señala. El paraíso tropical ahora es una dura escena de película y sólo exhibe destrucción.

En el sitio web del Ministerio de Ambiente y los Recursos Naturales, MARENA, la ministra Sumaya Castillo, presentó un informe preliminar sobre el impacto ambiental ocasionado por los huracanes.

“Hemos identificado afectaciones en 12 áreas protegidas que representa al 24.34 por ciento de las áreas protegidas de todo el país, estamos hablando de 812 mil 610.47 hectáreas afectadas, el 60 por ciento corresponde a bosque de las 812 mil hectáreas, 548 mil 967 hectáreas de bosque se expusieron a los efectos de este evento natural”, puntualizó Castillo.

Hasta el 18 de diciembre de 2021 día en que este equipo periodístico salió de Bilwi, distintos testimonios de mujeres y hombres de las comunidades de Karatá, Wawa Bar, Haulover y tres barrios de Bilwi confirmaron no haber recibido visitas de ningún ingeniero o especialista en medio ambiente.

En Haoulover, Enma Budiel se pregunta ¿Cuándo la barra dejara de estar partida en dos? ¿Cuándo el mar regresará la arena que se llevó? ¿Cuándo el agua salada que inunda sus propiedades se va a ir?

Enma Budiel. Fotografía de Óscar Navarrete

Enma quiere respuestas, porque necesita saber si los cocoteros volverán a crecer si los siembran, o si el mar y la laguna están contaminados como aparentan y si la tierra también se contaminó. La ayuda humanitaria llega escasamente, pero nadie llega para explicarles sobre el daño medioambiental que sufrió su territorio y cómo deben enfrentarlo.

Paralizadas y sin apoyo económico

Las dudas y preocupaciones sobre daños medio ambientales no son las únicas en las comunidades indígenas afectadas por los huracanes. “Lo que más me preocupa es que no tengo un techo, quiero saber ¿Cuándo va a terminar todo esto? ¿Cuándo voy a tener mi casa? No tengo absolutamente nada, ni para cocinar, mi preocupación más grande son los cultivos, mis animales murieron, perdí todo”, relata Lilliam Dixon de Wouhta.

El daño al medio ambiente y los recursos de vida se ve reflejado en la comunidad sobre todo en la vida de las mujeres quienes culturalmente están a cargo de la alimentación de las familias, en estas comunidades las mujeres además de trabajar en el hogar comparten con los hombres la manutención del mismo.

En Wauhta Bar las mujeres se dedican más a cultivar y a producir la tierra; la cosecha la comercializan en Puerto Cabezas, adicionalmente apoyan a los hombres vendiendo el pescado que estos traen del mar.

“Hacemos diferentes trabajos acá, tenemos nuestros propios negocios, antes del huracán criábamos animales, vendíamos pescado, igual hacemos la limpieza del hogar y todo en la casa. Pero ahora estamos paradas totalmente”, refiere Lilliam.

Agrega que no hay mucho que hacer, porque no tienen dinero para volver a invertir en granos y animales, no tienen agua para tomar, no tienen lanchas para que los hombres vuelvan al mar a pescar “no hay mucho por hacer”.

En la comunidad de Wawa Bar, muchas mujeres son madres solteras, pero trabajadoras dice Richelda Daniels. Las mujeres de Wawa Bar se reconocen como mujeres de negocio. “Un termo nos cuesta aproximadamente cinco mil córdobas, una red de pesca nos cuesta entre ocho mil a nueve mil córdobas y no tenemos la posibilidad de comprarla, pero si se nos da la oportunidad con algún proyecto, el que sea, somos mujeres trabajadoras que vamos a involucrarnos, en cualquier cosa, ya sea con nuestros propios negocios, con ventas, hornear, estamos dispuestas a levantarnos”, señala Richelda.

En Wawa Bar las mujeres son piquineras, así se les llama a quienes se dedican al acopio y comercialización de productos del mar, Richelda acopia pescado, pepino del mar, langostas, camarones y los vende a las empresas acopiadoras de Bilwi, pero todo ese trabajo está en pausa.

Wawa Bar, Caribe Norte de Nicaragua. Óscar Navarrete ©.

Estas mujeres no se detienen ante la incertidumbre de no saber cómo retomarán su vida económica, mientras tanto reconstruyen sus casas, buscan madera entre los escombros, pescan los restos de sus pertenencias en las charcas contaminadas, escarban en el lodo buscando calderos, trastes, ropa y todo aquello que les sirva para continuar con su vidas tratando de mantener la seguridad de sus hijos e hijas a pesar de su actual “pobreza” como ellas mismas refieren.

Para estas mujeres sus hijos e hijas son el impulso que aún las mantiene en pie “me tengo que mantener en pie por mis hijos”, dice Enma quien como el resto de mujeres esperan una oportunidad de préstamo, un proyecto social que las apoye, una persona u organización que les dé un impulso económico para retomar sus metas “mandar a sus hijos a la escuela y si es posible a la universidad en Bilwi”.

Están listas para trabajar y retomar su vida laboral, tienen la fuerza pero su entorno parece ahogarlas entre un mar de obstáculos que pueden volverse invencibles si un programa de ayuda humanitaria integral no llega.

Nicaragua ha experimentado el impacto de cuatro huracanes catalogados como extremadamente peligroso, El Fifi, El Juana, El Félix y El Mitch. El impacto de estos ha sido medido desde cifras económicas y por tanto sus afectaciones a la agricultura, la ganadería e infraestructura. Pocas veces se profundiza en evidenciar las afectaciones humanas, referidas al impacto psicosocial, económico y de salud, en personas más vulnerables y con menor acceso a los recursos y oportunidades, entre los que se encuentras las mujeres indígenas, adolescentes, niñas y niños.

Con el paso de los huracanes Eta e Iota las afectaciones sociales se profundizan en la vida de un grupo importante de mujeres, adolescentes y niñas indígenas, que resguardan parte del pasado cultural nicaragüense y al que la historia no les ha hechos justicia, cuando no las reconoce como ciudadanas de derecho.

Educación un sueño que se tambalea

Un plan de ayuda integral se vuelve una emergencia para las mujeres miskitas y sus familias, un plan que contemple devolverles hasta su ciudadanía.

“No tengo papeles, lo que más me preocupa son mis hijos no tengo sus papeles, sus documentos, su cédula, su nacimiento, todo, todo, absolutamente todo lo perdimos” explica Richelda Daniels.

En Wawa Bar alrededor de 40 personas decidieron no evacuar la barra para quedarse a cuidar sus pertenencias mientras pasaba el huracán Eta, con Iota fue imposible sólo siete personas lo hicieron una de ellas era mujer, las misma que relató a sus vecinas cómo vio pasar camas, ropa, sillas, mesas, bolsos, sacos y botellas con dinero entre las marejadas de agua que entraban y salían de la barra. En esas pertenecías muchas familias perdieron sus ahorros, dinero para invertir en sus negocios, partidas de nacimiento, cédulas, información sobre las escolaridad de sus hijos e hijas, todo se lo llevó el mar.

En Houlover Emma Budiel narra una historia similar, también Kaia Dixon cuenta que en Wouhta igual perdieron sus documentos de identidad, una situación que limita aún más sus posibilidades económicas, pues no pueden acceder a préstamos, porque no tienen ningún tipo de garantías ni posibilidades legales para hacerlo, por ejemplo, acceder a ayuda estatal si estas requieren presentar cédula de identidad, hacer gestiones legales y hasta enviar a sus hijos e hijas a las escuelas se obstaculiza, sobre todo durante un año electoral como el que enfrenta Nicaragua en este 2021.

Para Richelda Daniels todo se complica, pero lo que más resiente es que su sueño de seguir mandando a sus hijos a la escuela para que alcancen un grado universitario peligra, esta era su meta de vida.

“A pesar de las necesidades y la pobreza antes de los huracanes…todavía teníamos los recursos para mandar a nuestros hijos a la escuela o la universidad que en el caso de nuestras comunidades se estudia en Puerto Cabezas”, explica Richelda.

Esta mujer no es la única que ve la educación de sus hijas e hijos como un sueño que se escapa, no sólo por la falta de documentación o de dinero, los vientos destruyeron las escuelas de las comunidades, el agua arrasó con los libros y materiales didácticos que en ellas había. En Wouhta, la maestra de la escuela primaria se vió obligada a salir a pescar al mar para alimentarse, todavía no saben cuándo la escuela será reconstruida, pues las autoridades de educación departamental no han brindado información clara a los y las comunitarias.

Richelda señala, que “para nosotras como mujeres de negocios la educación sobre todo de las niñas era una prioridad, era lo que nosotras les queríamos dar a las jóvenes de la comunidad, ahora no sé, eso es lo que más me preocupa, que las niñas no lleguen a estudiar por las necesidades que hay”, por lo cual este es otra realidad que se convierte en tormento para las mujeres damnificadas de los huracanes.

La destrucción y cierre de las escuelas no sólo detiene las aspiraciones de las mujeres adultas. Menda, lava ropa en una tina de plástico, nos comenta que “su deseo era convertirse en Policía o militar naval”.

Un deseo que se detuvo en el tiempo, porque desde que regresó a Wouhta de los albergues en Bilwi no va a la escuela y no sabe cuándo volverá, el resto de niñas y adolescentes de la comunidad viven la misma situación, ahora dedican todo su día a los quehaceres domésticos; mientras sus madres y padres intentan alimentarlas y reconstruir sus hogares.

En cada casa hay niñas y adolescentes que lavan ropa, trastes, todo lo que logran recuperar del lodo y los escombros, otras se hacen cargo de su hermanos, primos o sobrinos más pequeños. Menda no desiste de su sueño, sabe que pasará más tiempo para poder lograrlo.

Hasta la primera semana del mes de febrero de 2021, en las comunidades indígenas y afrodescendientes del Caribe Norte se desconoce cuándo realmente iniciará el año escolar 2021, pues 45 centros escolares siguen afectados.

Wauhta Bar, Caribe Norte de Nicaragua. Óscar Navarrete 

El primero de febrero, organizaciones internacionales como UNICEF en coordinación con el Gobierno Regional, inauguraron dos “Espacios Temporales Aprendizaje y Amigables” para la niñez y la adolescencia en las comunidades de Wawa Bar y Karatá, entre otras comunidades y aunque estas no están ideadas para funcionar como aulas de clases, UNICEF señala que ya han capacitado a 25 docentes comunitarios sobre cómo promover actividades lúdicas, de aprendizajes y de atención psicosocial a 460 niñas y niños afectados por los huracanes Eta e Iota.

La salud amenaza la fuerza del espíritu

En Halouver el único Centro de Salud quedó en escombros. En Wouhta el médico y la enfermera se fueron después de los huracanes y no han regresado. En Karatá un médico y dos enfermeras dan asistencia a la ciudadanía en un consultorio improvisado en la iglesia morava que todavía se mantiene en pie, en Wawa Bar colaboradores del Programa Mundial de Alimentos tomaban presión, entregaban sueros y desparasitantes a niñas y niños, y luego de un rápido chequeo identificaban también las principales afectaciones en la salud de la población, para establecer un programa de atención médica.

La destrucción de los centros de salud primarios existentes en estas cuatro comunidades acrecienta la vulnerabilidad sanitaria en las mismas, y sumado al impacto medio ambiental por la escases y contaminación de las fuentes de agua, la problemática pasa a convertirse en una odisea que afecta también la seguridad alimentaria, el desarrollo de epidemias y de lo que casi nadie habla la salud mental de las personas.

Según la Organización Panamericana de la Salud (OPS), en Nicaragua la pobreza extrema es mayor en las poblaciones indígenas y en municipios del Atlántico y fronterizos: Región Autónoma de la Costa Caribe Norte y Región Autónoma de la Costa Caribe Sur, Río San Juan, Jinotega y Matagalpa, municipios donde la falta de acceso a salud afecta entre el 35 y 40% de la población.

Ya en septiembre de 2020, Marcos Espinal, director del Departamento de Enfermedades Transmisibles y Determinantes Ambientales de la Salud de la OPS, había señalado su preocupación ante el avance de casos de malaria en los territorios de Puerto Cabezas, Espinales señalaba que esto complicaba la situación frente a la pandemia de la Covid-19. Un problema sanitario que se agudizó con el impacto de Iota y Eta.

“Por las noches hay demasiados zancudos y se están sufriendo la enfermedad de la malaria”, comparte Liliam Dixón. A las afectaciones por la malaria se suman cuadros de dengue, diarrea y problemas de presión arterial.
Atender estos problemas se vuelve difícil cuando no hay ni personal, ni medicamentos. “No hay acceso a la salud básicamente, porque no hay ningún medicamento, y aparte de la malaria otra enfermedad que estamos sufriendo es una alergia, un brote de alergia que está viviendo casi toda la comunidad”, agrega Dixón.

Bilwi, Caribe Norte de Nicaragua. La falta de aseo personal por la inaccesibilidad al agua potable daña la salud de las mujeres . Óscar Navarrete ©.

La alergia que menciona Lilian es visible sobre todo en los cuerpos de muchas mujeres jóvenes, un sarpullido que cubre brazos, cuellos y rostros, se acompaña de manchas blanquecinas, para las mujeres son las consecuencias de días de no tener acceso a higiene personal. “Nos preocupa el auto cuido, la higiene, porque no tenemos agua limpia, estamos con ropa sucia, y considero que como mujeres necesitamos un cuido bastante extremo”.

Con la destrucción de las casas se acabó la privacidad para ellas, no tienen espacios en los que se sientan seguras para bañarse y vestirse, además tampoco hay agua potable para hacerlo.

Las letrinas están destruidas y las que no, están inundadas, la falta de agua aumenta el riesgo en la salud de las mujeres, adolescentes y la niñez. “Nuestra integridad está afectada, porque no hay baños, no hay letrinas, el cuido, el aseo personal. Dormimos en el piso y nos tenemos que encargar de los niños también, todo el tiempo estamos pensando en esa situación” señala Itzel Daniels.

La falta de agua potable impacta en la alimentación de las familias, no hay suficiente agua de consumo, algunas personas logran comprar agua potable en Bilwi. Un botellón de agua tiene un costo de 250 córdobas o más y trasladarlo hasta las comunidades puede costar entre 150 hasta 350 córdobas en dependencia de la comunidad de destino, por otro lado hay escases de alimentos por múltiples motivos, los cultivos están perdidos por el exceso de las lluvias luego del paso de los huracanes y las inundaciones en las barras, por otro lado, la mayoría de las lanchas fueron arrastradas por las corrientes marinas y esta situación no permiten que salgan a pescar como antes.

Al no tener ingresos económicos no pueden acceder a la compra de alimentos, entonces las familias esperan a que lleguen a las barras donaciones esporádicas de iglesias, organizaciones de las sociedad civil y organismos internacionales, para paliar el hambre.

La búsqueda de alimento también promueve la migración en la zona. “Estoy muy preocupada y triste mi hija mayor se fue a buscar una chambita a Bilwi, mi marido también se fue hace dos días; los otros días no ha habido comida, hoy hay un poquito de aceite, una libra de arroz, solamente queda eso, pero no sé cómo hacer con los niños, la otra parte es que no hay agua, la poca que se está tomando se siente un poco malo, un agrio, no es de calidad, ¿Qué voy a hacer? Como no hay agua los niños también se empachan, ¿Adónde voy a conseguir agua? No hay nada. No puedo moverme a ningún lado, por allá no hay nada, allá en otro lugar también, en todas las comunidades es la misma cosa”, describe Mirza Rojas.

Enfermedades, falta de alimentos, pérdida de herramientas de trabajo, destrucción de casas y patrimonios, vivir a la intemperie o en hacinamiento, así como la inseguridad, someten a las mujeres misquitas a altos niveles de estrés y aunque intentan sobreponerse a la tristeza, angustia e incertidumbre, no es fácil sin el apoyo del Estado.

“No somos las mismas de antes”, confiesa Ivania Rocha mientras intenta contener las lágrimas “estamos hacinadas, no hay privacidad, cada quien tiene su carácter y maneras de vivir entonces estamos discutiendo entre familia, entre hermanas, entre matrimonios, estas cosas que no pasaban antes ahora están pasando, algunas pelean porque perdieron sus cosas, otras porque andamos posando, algunas cuando están molestas les están pegando a los niños, asi estamos aguantando todo porque en mi caso no tenemos a donde ir”.

Asi describe su panorama familiar Ivania, la violencia intrafamiliar es una realidad nueva para ella y está convencida que no va a terminar hasta que cada familia tenga nuevamente su propia casa.

Para Kaia Aldo, la tristeza que la embarga es distinta quedó viuda hace un año atrás, sin embargo, la muerte de su esposo no la deprimió, ella asumió con entereza y fuerza el liderazgo de su hogar, Kaia se describía como una mujer alegre, positiva y su fe le daba mucha fuerza interior.

En Wauhta Bar, Kaia Aldo intenta levantar una casa con una libra de clavos, 15 láminas de zinc y tablones de madera. O. Navarrete

“Antes del huracán lo más difícil que pasaba era poder mantener a mis dos hijos…yo salía a pescar, salaba el pescado, lo llevaba a vender, también podía ir al monte a conseguir yuca, bastimento para poder alimentar a mis hijos, pero ahora con el huracán me he quedado absolutamente sin nada y mi mayor temor es ¿Dónde voy a meter a mis hijos?”, relata Kaia, mientras contiene su llanto.

Un remolino de emociones están anidando en el alma de estas mujeres miskitas, cada día rumian las mismas carencias y necesidades, las que intentan enfrentar sin las herramientas necesarias para hacerlo entonces los viejos dolores aprovechan para regresar y debilitarlas aún más.

“Me da mucha tristeza porque mi mayor sueño y mis mayores aspiraciones eran poder darle estudio a mis hijos, y que ellos pudieran trabajar un día y apoyarme, pero ahora me siento mal”, relata Kaia Aldo quien asegura que ahora se siente sola y desprotegida.

En Wouhta Bar, Haulover, Wawa Bar, Karatá y Bilwi urgen ayuda psicológica. A las preocupaciones sociales, ambientales y económicas que viven estas mujeres se suman las afectaciones emocionales que empiezan a deprimirlas.

“La gente se quedó traumada porque antes nosotros no éramos así, antes nosotras éramos una familia feliz que vivíamos de la pesca…ahora ya no hay nada de eso porque los pocos barcos que están llegan casi sin nada, ya no hay pesca en la playa y hasta algunos han quedado con miedo al mal tiempo”, indica Ivania Rocha quien agrega: “Ahora si alguien dice que va a ver mal tiempo algunos se asustan y se ponen mal”.

En las comunidades ahora hay temor ante las lluvias, los anuncios meteorológicos de fuertes marejadas, los ventarrones causan miedo y el cielo oscuro a tempranas horas del día les preocupa; Iota y Eta dañaron más allá de lo material, afectaron la emocionalidad de las comunidades.

Bilwi, Caribe Norte de Nicaragua. Óscar Navarrete ©.

“Son efectos para las asistencia de emergencia o para la recuperación […] es asistencia emocional, porque aunque nosotros creamos que ese palito de coco no es tan importante, juega algo relevante en la emoción de la persona, de las mujeres, porque no únicamente es mi casa que pierdo, es aún mayor porque ya no únicamente siento mi alma o ese vacío, producto de que estoy siendo vulnerada o que estoy viendo violencia, sino que las cosas que para mí, me ayudaban también las he perdido”, explica Shira Miguel, quien agrega que nadie está dando prioridad o importancia a la atención psicológica de las personas damnificadas.

Según datos del Ministerio Salud, publicados en el medio oficialista 19 Digital los costos estimados de afectaciones a infraestructura sanitaria ascienden a 52, 760, 000 millones de córdobas.

Violencia de género el evidente daño invisible

Para organizaciones defensoras de derechos humanos que trabajan con comunidades de territorios indígenas en el Caribe Norte, estas zonas son territorios con altos niveles de violencia contra las mujeres, altos niveles de femicidio y altos niveles de abuso sexual contra las niñas, una realidad compleja, porque la mayor parte del tiempo estas violencias son asumidas como prácticas culturales que tienden a naturalizarse señala Shira Miguel Downs directora del Albergue de Niñas “Niña White”

Según registros de Católicas por el Derecho a Decidir en el año 2020, setenta y siete femicidios ocurrieron el país, el Caribe Norte ocupa el segundo lugar después de Managua con 12 femicidios y el Caribe Sur el cuarto lugar con siete femicidios.

Entre 2012 y 2020, en el Carie de Nicaragua, se registran 160 femicidios, según el Observatorio Voces Contra la Violencia.

El Anuario Estadístico del Instituto de Medicina Legal, señala que en el 2020 se realizaron 3,051 peritaje por violencia sexual, siendo las niñas y mujeres jóvenes las más afectadas.

A las prácticas culturales que naturalizan la violencia hacia las mujeres se suma la inaccesibilidad de las comunidades por su ubicación geográfica. Son comunidades históricamente olvidadas por el Estado de Nicaragua, lo cual incrementa la inseguridad de las mujeres indígenas, por lo general jefas de familia que viven en pobreza y tienen dificultades para acceder a salud, educación y justicia.

Los huracanes arrasaron con todo, pero el mayor daño se refleja en la vida de las mujeres, niñas y adolescentes indígenas quienes se ubican en el segmento más vulnerable de este grupo poblacional, según el Centro por la Justicia y Derechos Humanos de la Costa Atlántica de Nicaragua (CEDJUDHCAN).

Para Shira, con el impacto del ETA y el IOTA, las mujeres se enfrentan a una doble vulnerabilidad. “Muchas niñas que son sobrevivientes de abuso sexual y que hoy han perdido sus viviendas. Y si en una casa medio segura fueron abusadas ¿Qué podes esperar de una casa no segura? en las comunidades no tenés psicólogo, no estamos las organizaciones, no están las instituciones presentes de manera permanente”.
“Vemos dentro del hogar de que la violencia doméstica ha aumentado, entonces es primordial trabajar con las familias. En las comunidades donde hemos estado vemos que hay acumulaciones de tensión” refiere Deborah para explicar que el hecho de que las mujeres miskitas les estén pidiendo que hablen de temas de violencia con hombres, es porque ellas misma identifican que aumentó la violencia.

Reconstruir la vida

Las comunidades son resilientes y las mujeres en cada uno de sus testimonios expresan lo que necesitan para poder continuar con el proceso de reconstrucción de sus vidas y su territorio.

Las mujeres de Wauhta necesitan semillas para volver a sembrar sus parcelas y restablecer su conexión con la tierra. No es solo sembrar para producir, sostenerse económicamente y nutrir a su familia, es reafirmar su identidad cultural como mujeres indígenas quienes contemplan la posibilidad de poder sembrar alimentos diversificado para mejorar la nutrición de las familias.

Las mujeres de negocio de Wawa Bar esperan la oportunidad de préstamos de impulso social y mientras eso llega ya ahorran para volver a comprar sus lanchas, termos, redes, para nuevamente abastecer de mariscos los mercados de Bilwi.

En Haoulover mientras siguen levantando los escombros, las mujeres esperan apoyo que les permita volver a aperturar sus negocios como vendedoras de pan o piquineras. Mientras tanto algunos mujeres ya sembraron las primeras plantas de coco, saben que ellas posiblemente no las vean crecer, pero sus nietos gozarán de su sombra y belleza, es su manera de trasladar a las nuevas generaciones la cosmovisión indígena, la conexión con la tierra, con el agua, con los bosques. Son las mujeres sabias de las comunidades que conocen de medicina tradicional y aprovechan esa la flora y fauna para fortalecer el espíritu.

En Bilwi las mujeres encuentran en la solidaridad colectiva una forma de resistir, junta reconstruyen lugares de uso colectivo como iglesias, casas comunitarias, familias con casas de concreto ahora albergan a familias que perdieron sus casas de madera. Recuperan materiales que ponen a disposición de uso colectivo.

Reconstruir la vida en medio de huracanes no es fácil, es un proceso que requiere la participación de varios actores, y aunque el Estado no está permanentemente. Las mujeres siguen trabajando para enfrentar las desigualdades por su condición étnica, ubicación geográfica, racismo y exclusión. Aun así, no pierden las esperanzas de volverse a levantar.

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