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Lala era una joven transgénero de 22 años. Fue asesinada en el municipio de Somotillo, Chinandega, el pasado 3 de marzo.

El asesinato de Lala expuso a una sociedad “profundamente prejuiciosa, intolerante y machista”

La joven fue brutalmente asesinada en Somotillo, Chinandega. El crimen, coinciden activistas, es la mayor expresión de la violencia que la comunidad trans sufre todos los días en Nicaragua

La muerte atroz de Lala, asesinada la madrugada del reciente 3 de marzo en el municipio de Somotillo, Chinandega, ha expuesto la vulnerabilidad, la violencia y la discriminación que la comunidad transgénero sufre de manera cotidiana en el país.

Es difícil ser mujer en Nicaragua, pero lo es aún más ser una mujer transgénero, debido a la “visibilidad de su identidad de género y su orientación sexual y a que existe una sociedad muy prejuiciosa asentada en el machismo, el patriarcado y el fundamentalismo religioso”, señala José López, de la Mesa Nacional LGBTIQ.

Lala era una joven transgénero de 22 años. De acuerdo con la acusación del Ministerio Público, su vida terminó de forma violenta cuando dos hombres, Bernando Pastrana y Jorge Mondragón, la arrastraron atada a un caballo a lo largo de 400 metros, para posteriormente lapidarla.

La joven se encontraba “en una situación de especial vulnerabilidad”, considera la activista feminista Ivania Álvarez. El crimen del que fue víctima responde a una mentalidad que razona de esta manera: “Porque no te comportás como moralmente esperamos, no solo no merecés vivir, sino que merecés morir de la forma más cruel por haber atentado contra el statu quo de la sociedad”.

Esa es, sostiene Álvarez, la situación en la que se encuentran todas las personas transgénero en Nicaragua.

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Bernardo Pastrana y Jorge Mondragón, señalados por la Fiscalía como autores del asesinato de Lala. LA PRENSA/ Cortesía

Baja expectativa de vida

A nivel de Latinoamérica, la situación no es mucho más alentadora. “Las investigaciones han demostrado que en América Latina la edad promedio de vida de una mujer transgénero es de 35 años”, destaca López. “Todo eso te da una idea del altísimo nivel de violencia que sufren las mujeres transgénero en toda América Latina, una de las regiones más violentas en cuanto a la frecuencia de ataques a las personas transgénero”.

En lo que respecta a Nicaragua, recientes estudios han reflejado que la violencia contra la comunidad LGBTIQ, y en especial contra las personas trans, está “en aumento a corto, mediano y largo plazo”, advierte.

Por otro lado, señala López, en 2019 una encuesta aplicada a 1,089 personas en 43 municipios demostró que las personas LGBTIQ no acuden a denunciar la violencia por miedo a ser revictimizadas. Cuando llegan a la Policía, “la mayor parte de los casos no son recibidos o no son atendidos adecuadamente”.

Pero no solamente viven discriminación en las instituciones públicas; también en la calle, en la comunidad, en la familia. La “discriminación hacia las personas LGBTIQ se mira normal en este país”, lamenta el activista. Lo que sucede es que el caso de Lala “es tan extremo que sobrepasa la realidad cotidiana de las múltiples violencias” sufridas por este grupo poblacional.

Machismo y homofobia

Para la feminista María Teresa Blandón, fundadora del colectivo La Corriente, el caso de Lala es una muestra de “crueldad extrema que nos tiene que hacer un llamado de alerta”; ya que, a diferencia de otros países centroamericanos, como El Salvador, Honduras y Guatemala, en Nicaragua “ha sido más bien infrecuente este tipo de asesinatos atroces en contra de personas trans”.

“La crueldad con la que asesinaron a Lala es una alerta porque en este país está creciendo el odio contra las mujeres”, afirma. “Y esto va aparejado de dos cosas: la misoginia y la homofobia que están detrás de los femicidios y de este crimen de odio”.

A su juicio, “hay que tener mucho cuidado porque esta sociedad está deslizándose hacia una deriva profundamente prejuiciosa e intolerante y eso nos tiene que hacer reflexionar”.

De acuerdo con Blandón, los estereotipos de género, el machismo y la intolerancia son una mezcla tóxica que lleva a algunas personas a “sentirse con el derecho a castigar a una mujer, ya sea biológica o transgénero”, desconociéndola como ser humano con derechos, deshumanizándola.

Es necesario, advierte, prestarnos atención como sociedad, pues “en la medida que se sigan tolerando discursos sexistas y machistas, que criminalizan y estigmatizan a las personas homosexuales, lesbianas y trans, se alimentan estos crímenes de odio”.

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Para José López, de la Mesa Nacional LGTBIQ, el asesinato de Lala fue un crimen “por prejuicio”.

Impunidad y discriminación

La impunidad que campea a lo largo y ancho del país, también está estrechamente relacionada con el asesinato de Lala, considera la activista Ivania Álvarez. “Muchos reos que han cometido crímenes contra mujeres han sido indultados y hay un ambiente de impunidad que genera que estos hechos pasen con normalidad”, asevera.

De alguna manera se han creado ciudadanos de “segunda categoría”, dice. “Si sos gay, si sos mujer, si sos azul y blanco estás expuesto a estos niveles de violencia y no va a pasar nada. Si en seis meses, o un año, estos criminales se portan bien o si al régimen le conviene, los van a sacar”.

La crueldad, por supuesto, también está vinculada con la identidad de género. “Lala lo vivió en su mayor expresión; pero lo viven miles de personas que por su identidad de género no tienen trabajo, no tienen servicios de salud, son rechazadas en sus familias y tienen que dedicarse a otras actividades, como la prostitución, servicio que es adquirido por los mismos hombres, demostrando la doble moral de la sociedad en que vivimos”, señala Álvarez.

A ella le preocupó que el asesinato de Lala no provocara en las redes sociales la ola de indignación que han despertado otros crímenes. “No hay una condena social fuerte, no hay un llamado de justicia; a ella le estamos debiendo todos”.

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