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Las mujeres transgénero en Nicaragua a diario se enfrentan a la discriminación, violencia física, verbal, en medio de la violencia machista. LA PRENSA / O. NAVARRETE

Las mujeres transgénero en Nicaragua a diario se enfrentan a la discriminación, violencia física, verbal, en medio de la violencia machista. LA PRENSA / O. NAVARRETE

“Ser mujer trans en Nicaragua es sobrevivir todos los días”

Lala, mujer trans, fue asesinada. Cientos de mujeres trans sobreviven, dicen, y luchan para que no haga falta que muera otra de ellas para que sean visibilizadas, respetadas y tratadas con la igualdad de derechos que merecen como ciudadanas

El asesinato atroz de Lala, ocurrido la madrugada del 3 de marzo, estremeció al país por la saña y el odio con que fue torturada antes de su muerte. Pero antes de todo eso, Lala fue vulnerada, discriminada y sufrió violencia. Así como ella, otras mujeres transgénero se enfrentan en su día a día al machismo y la hostilidad de una sociedad que no les respeta.

Sobrevivir, de eso se trata para muchas de ellas. Si es difícil ser mujer en Nicaragua, donde defensoras de derechos denuncian acoso, violencia y femicidios cada semana, ser una mujer transgénero conlleva otros retos. La transfobia o el odio a las personas cuya identidad y expresión de género es distinto al sexo biológico, el machismo que las margina y violenta por sentirse y proyectarse como mujeres, la invisibilización social, en comunidades donde no se les reconoce por su identidad, señalan defensoras de derechos de la comunidad de la diversidad sexual.

Sobreviven desde sus hogares el rechazo, sobreviven la burla en sus barrios, comunidades y escuelas. Sobreviven a humillación en sus comunidades religiosas, en el transporte público, en sus puestos de trabajo y en las cárceles, donde también sufren rechazo y violencia. Sobreviven, dicen, y luchan para que no haga falta que muera otra Lala para que sean visibilizadas, respetadas y tratadas con la igualdad de derechos que merecen como ciudadanas.

Ludwika Vega, actualmente presidenta de Asociación Transgéneras de Nicaragua (ANIT), sostiene que trabajan en la visibilización y sensibilización de las mujeres trans para empoderarlas en materia de derechos humanos; sin embargo, afirma que “hay mucho temor para denunciar en estos casos las agresiones, hay mucho desconocimiento, inestabilidad económica, falta de oportunidades en los espacios públicos y privados para las mujeres trans, muchas han tenido que migrar para poder trabajar”.

“Estoy luchando por no regresar a mi pasado”

De lejos luce seria, como enojada, pero es solo eso, una impresión. Sammy es morena, de cabello largo, rojo y rizado. Se presenta y va suavizándose su expresión. Tiene 42 años, es trabajadora doméstica y mujer trans originaria de Managua.

Cada amanecer es para ella una nueva oportunidad, un reto; a diario enfrenta la discriminación, violencia verbal y en el peor de los casos física. “Salgo de mi casa y siempre en una esquina de mi barrio, se mantiene un grupo de hombres adictos al cigarro o al alcohol que me dicen: ‘ahí va el cochón’ o ‘ahí te buscan’. Debo sobrevivir más que vivir, sobrevivir al ataque y la discriminación”, cuenta.

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Sammy comparte que fue alcohólica y desarrolló adicción por la marihuana. Durante el tiempo de consumo ella sufrió violencia sexual, verbal y física. “En estos momentos estoy luchando por no regresar a mi pasado, a esa adicción donde experimenté demasiada violencia, donde no pude pedirles perdón a las personas que les hice daño y que más quería, porque ahora no están con vida”, sostiene.

Hace seis años dejó de consumir alcohol y drogas. Fue criada en el seno de una familia evangélica y desde pequeña conversó de la Biblia con su mamá. Dice creer en un ser divino.

“Preferí ser feliz”

Ha estado dos veces al borde de la muerte: una accidentalmente y la otra por el odio a su identidad. En ambos momentos, dice, reafirmó su creencia en un ser divino. Al mes de haber dejado sus adicciones, quedó entre un bus y un carro, de milagro salió con vida. En otro momento, la asaltaron y la lanzaron a un cauce mientras se dirigía a su grupo de reunión con sus compañeras trans.

“Mi mamá siempre me hablaba de la religión, me bauticé, serví pero decidí dejar de asistir porque me querían condicionar a que me cortara el cabello, que me vistiera como hombre, entonces ¡no! Eso sería ocultar mi identidad y preferí ser feliz y no darles el gusto a los demás. Yo creo en un ser superior, a pesar de que nos digan que ‘somos malditas o que Dios no está con nosotras’, yo sí lo he visto y sé que hay alguien que me anda cuidando, por esas dos situaciones cerca de la muerte que pasé”, comparte Sammy con total firmeza.

Sammy Sierro dejó la adicción del alcohol y droga.
Sammy Sierro cumplió 6 años de haber dejado la adicción por el alcohol y la droga. LA PRENSA / O. NAVARRETE 

Con la voz entrecortada y sus ojos encharcados, Sammy lamenta que su mamá no logró ver su rehabilitación, pues falleció antes que ella afianzara su proceso. Actualmente su familia es un hermano y una hermana, con los que convive y quienes aceptan su identidad.

Cuenta entre risas que su hermana se dedicó a la religión y que ahora se hacen cultos en su casa sin ningún problema y la aceptan. “No hay ningún problema de verme en la casa tal y como yo soy mientras hay culto, actualmente me aceptan, ya no me insisten que vaya a la iglesia”, relata con satisfacción.

Sammy logró obtener su diploma de bachiller. Nunca ha tenido un trabajo estable o formal, le ha tocado vender en el mercado, en un club nocturno y trabajó en bares en el área de limpieza. “En los trabajos siempre están los prejuicios, son contadas las compañeras que puedan tener un buen trabajo. En mis trabajos nunca tuve un beneficio como seguro social hasta que entré a la organización conocí por primera vez lo que es pagar un seguro”, menciona Sammy.

Su sueño es ampliar el lugar donde está viviendo con sus hermanos. “Mi propósito es ampliarlo para sentirme bien conmigo misma, tener mi espacio, yo siempre le doy gracias a ese ser superior que me tiene en un lugar donde es mío, porque hay compañeras que tienen que andar de lugar en lugar”, resalta orgullosa.

El desprecio silencioso

Delgada, de piel blanca y cabello tinturado en café claro. Brittany Arias tiene 33 años, es una mujer trans y se describe como sobreviviente del trabajo sexual. Se define como luchadora. Lucha por no recaer, por crecer y por ser mejor persona, para ella y su familia. Acumula batallas y triunfos. Uno de sus grandes logros, afirma, es tener una familia. Otra cosa de la que se enorgullece es de ser bachiller y que en la ceremonia la llamaran con su nombre de mujer trans.

“A los 13 años yo me identifiqué y dije que yo me sentía mujer, mi papá dijo que estaba loco y si eso sucedía no sería su hijo, mi mamá me aceptó”, rememora. Brittany descubrió su identidad en medio del miedo por haberse criado en una familia religiosa y a la vez machista. Decidió contarle a su familia y las cosas no salieron bien, fue entonces cuando empezó en el trabajo sexual y se refugió en el consumo de drogas y alcohol.

Brittany Arias, es una mujer transgénero que dejó el trabajo sexual y decidió cambiar su vida. LA PRENSA / O. NAVARRETE
Brittany Arias es una mujer transgénero que dejó el trabajo sexual y decidió cambiar su vida. LA PRENSA / O. NAVARRETE

“Quise salir del mundo que nos ha golpeado demasiado y poderme integrar a la sociedad, pero descubrí que hay una doble discriminación (como mujer trans y trabajadora sexual): la calle nos había enseñado a ser fuertes, que era matar para sobrevivir, pero la calle nos daba también bastante temor. Cuando trabajábamos alguien se acercaba sin conocerte y te daba un golpe, había noches que no se agarraba ni un peso, solo desvelo y golpes”, señala Brittany.

Pero un día Brittany decidió no volver. Se fue a matricular al programa Sandino II para poder estudiar su secundaria en modo dominical. “Fue un reto, una lucha de principio a fin, pero yo fui una de las mujeres trans, me llamaron con mi nombre”, cuenta entusiasmada la joven.

Brittany señala que en la actualidad algunas cosas han cambiado, pero que la sociedad aún las golpea fuertemente: el desprecio es silencioso. “Ahora la sociedad nos mata educadamente con desprecios educativos, muchas veces la gente no te lo dice pero ‘no te toco porque me das asco, o no me siento a la par porque no me agrada ir a la par de personas como vos’. Me da miedo esta discriminación que existe, la viví cuando yo estuve en la calle, en mi barrio cuando vas, la gente te ignora, te invisibilizan”, afirma.

Madre y emprendedora

La superación de Brittany estuvo acompañada y motivada por la formación de una familia. Crio a una niña que le regalaron desde pequeña: ahora su hija tiene 17 años. Brittany es mamá y tiene un negocio propio.

A pesar de las adversidades y los estereotipos siempre ha luchado para que en cualquier lugar respeten su identidad y que los derechos de su hija sean respetados. La lucha comienza desde que se coloca un arete o deja suelto su cabello largo, desde que atraviesa la puerta de su casa para salir a trabajar.

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“Formé una nueva familia, no de un hombre con mujer e hijos, sino una familia de mujeres trans que venimos de la calle, sufriendo de discriminación, entre nosotras nos ayudamos. Crié una niña, que no es mía (biológicamente), me la regaló una sobrina cuando ella tenía tres meses, hoy tiene 17 años. Para mí fue como una barrera, cuando nos presentábamos a las reuniones del colegio, me preguntaban como su representante, ‘¿es su mamá o papá’. Les respondía: yo soy su mamá”, relata Brittany.

Ella estaba consciente de los prejuicios y lo difícil que sería reinsertarse en la sociedad, ahora como madre, muchas veces sintió miedo y hasta pensaba en quedarse encerrada en su espacio. “Me quedaban viendo de pies a cabeza, cuando me iba comenzaban los rumores, las burlas a mi hija, yo le dije a ella; esto va a pasar en todo el trayecto de nuestras vidas, nosotros tenemos que luchar con esto, como si esto ha sido una cruz para nosotros”, sostuvo.

Rechazo en el bus, discriminación en los hospitales

Brittany y Sammy coinciden en que como mujeres trans no se sienten libres ni seguras para andar en las calles, usar unidades de transporte público e incluso acceder a la salud pública. No son tratadas como mujeres trans, no se les respeta.

“Cuando vas en los buses la gente se aparta, ni siquiera quieren que los rocen cuando va lleno y si va vacío, no se sientan a la par tuyo, es algo horrible, porque prefieren irse de pie o hacerse en otro lugar. Yo creo que una ley no va a cambiar la mentalidad de las personas, demandamos espacios para desarrollarnos como profesionales, no como estilistas, cocineras, limpiacasas, sino más allá, exijo espacios de desarrollo como todos tienen derecho”, comenta Brittany.

Las mujeres trans demandan respeto a su identidad adoptada. LA PRENSA / O. NAVARRETE
Las mujeres trans demandan respeto a su identidad adoptada. LA PRENSA / O. NAVARRETE

Por su parte, Sammy insiste en que en los centros de salud u hospitales públicos no respetan su identidad, las llaman por sus nombres legales y no por el que ellas optaron. Ella hace énfasis en la resolución ministerial 671/2014, que establece que el personal de salud público y privado “deberá llamar a las personas por el nombre elegido según su vivencia de género, entendiéndose por nombre elegido el nombre social utilizado por la persona, todo sin perjuicio de lo establecido por la legislación nacional en lo que concierne a la identidad ciudadana”, reza.

“A nosotras no nos llaman por nuestro nombre, a pesar de que hay una resolución ministerial, que no se cumple. Yo he sufrido eso, fui una vez y la médica me dijo: ‘Dios te quiere, cambiá’. Nos viven llamando con el nombre legal, hay burlas desde el guarda que está en la entrada, se burlan y todo el personal, hasta el que barre se burla”, señala Sammy.

Respeto a la identidad 

La Constitución Política de Nicaragua dicta en el artículo 27 que todas las personas son iguales ante la ley y tienen derecho a igual protección. Que no habrá discriminación por motivos de nacimiento, nacionalidad, credo político, raza, sexo, idioma, religión, opinión, origen, posición económica o condición social.

“Los nicaragüenses tienen derecho, por igual, a la salud. El Estado establecerá las condiciones básicas para su promoción, protección, recuperación y rehabilitación. Corresponde al Estado dirigir y organizar los programas, servicios y acciones de salud y promover la participación popular en defensa de la misma”, reza el artículo 59 de la carta magna.

Mientras el Código Penal nicaragüense determina en el artículo 36 denominado “circunstancias agravantes”, como discriminación cuando se comete el delito por motivos raciales u otra clase de discriminación referida a la ideología u opción política, religión o creencias de la víctima; etnia, raza o nación a la que pertenezca; sexo u orientación sexual; o enfermedad o discapacidad que padezca.

La doble condena de Celia

Celia Cruz es una mujer transgénero que sigue encarcelada por la dictadura Ortega-Murillo desde hace más de ocho meses. Además de denunciar su arresto injusto como presa política, ella demanda que se le trate de acuerdo con su identidad de género, pero el régimen la mantiene cautiva en una cárcel de hombres.

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