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Cuba y el guion del continuismo

Raúl Castro ya es un jubilado, al menos oficialmente, tal y como se escenificó en el VIII Congreso del Partido Comunista Cubano. No obstante, su sucesor como primer secretario del Partido, el también presidente de la nación Miguel Díaz-Canel, resaltó en el cónclave que siempre consultará con su mentor las decisiones de Estado.

O sea, Raúl ya puede dedicarse a la vida más relajada que debe merecerse un anciano de casi noventa años, pero hará las veces de Reina Madre de la isla, atento y vigilante de los movimientos del gobierno que está a cargo de mantener el continuismo necesario para que los viejos comandantes de la revolución puedan morir en paz cuando les llegue el finiquito vital.

Les ha tocado a Díaz-Canel y otros como Manuel Marrero, Álvaro López Miera y el exyernísimo de Raúl, Luis Alberto Rodríguez Callejas, ser los centinelas de un relevo generacional sin sobresaltos. Lo más que pueden hacer Castro, Ramiro Valdés y José Ramón Machado Ventura es ocuparse de que el régimen siga intacto en sus torpezas y atropellos. Una vez que desaparezcan los arquitectos de tan herrumbroso sistema, sus delfines siempre tendrán la opción de desmontarlo e insertarse en la aventura de la transición, pero eso hoy en día pertenece al género de la política-ficción. Es evidente que el cometido de los que vienen detrás es mantener vivo el totalitarismo.

Díaz-Canel y los cuadros del Partido que ahora ocupan el Buró Político tienen el ingrato papel de continuar al mando de un régimen que ha fracasado estrepitosamente en la gestión económica. Desde que Raúl asumió la Presidencia se ha intentado introducir reformas económicas que alivien la escasez reinante, pero, instalados en el miedo de que cualquier apertura pueda abrir las espuertas de la libertad, dan un paso adelante y luego dan marcha atrás. De ahí el intermitente acoso a los cuentapropistas. Sin ir más lejos, en víspera de este último congreso se trazaron nuevamente medidas más laxas para la actividad de los cuentapropistas. A estas alturas es patético que se decrete la “liberalización” de la venta de carne de res con el pueblo haciendo interminables colas en medio de la pandemia, pero el propio Díaz-Canel ha asegurado: “Las empresas no estatales son nuestras”.

Al finalizar este VIII Congreso que al menos fue histórico porque por primera vez en 62 años el apellido Castro sale de la luminaria política, todos repitieron la letanía de que el “socialismo” castrista se defiende a capa y espada aunque no se hizo alusión al marxismo leninismo. Lo que quedó claro es que el himno del Patria o Muerte se impone al de Patria y Vida que defiende una oposición caracterizada por el sucesor de Raúl como “mercenaria”. Ni siquiera se atreven con nuevos argumentos para desacreditar a los opositores. Sencillamente tiran de las consignas que dejó Fidel Castro en el baúl de los (malos) recuerdos.

En realidad todo transcurre en Cuba siguiendo al pie de la letra los dictados de los hermanos Castro cuando impusieron su dictadura en 1959. Y de ese argumento apenas se apartan, tal y como haría un asesino que nunca admite haber cometido un crimen para escapar del patíbulo. A fin de cuentas, el castrismo es en sí un crimen que se ha cometido contra el pueblo cubano.

Los responsables de esta tragedia colectiva se aferran a su coartada ideológica para justificar lo que han hecho. Al cabo de más de seis décadas, los más viejos ya solo esperan una muerte dulce sin pagar por ello. Los que por complicidad heredan el pecado original ahora llevan a cuestas la culpa. Es el triste papel de Díaz-Canel y compañía. En sus manos está cambiar el curso de un guion gastado y mal escrito. Si no, habrá que esperar otro relevo. Y otra generación. ©FIRMAS PRESS

La autora es periodista.
Twitter: ginamontaner

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