14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

El Neptuno alegórico y Nervo

En septiembre de 1910, Darío parte hacia Veracruz, México, como enviado extraordinario de una delegación de nicaragüenses para conmemorar el centenario de la independencia. A bordo del Champagne, escribe un artículo: Sor Juana Inés de la Cruz, publicado en el diario La Nación, el 24 de octubre del mismo año, mencionando lo que escribiera Amado Nervo en su obra: Juana de Asbaje. Libro dedicado por el poeta mexicano a las mujeres de su país, de su raza “que trata sobre una monja ilustre, (…) poetisa excelente, mujer de Dios, sabia en muchas cosas terrestres y divinas”.

Agregando Darío: “Ella, que amó a lo humano, adoró a lo celeste. Transmutación de fuegos”.

Efectivamente como dijera Rubén, sor Juana amó todo lo celeste. Ella leía con frecuencia los estudios de Atanasio Kircher (1602-1680), jesuita alemán que se destacó en el desciframiento de los jeroglíficos egipcios, e interpretación de la lengua copta, en cuyas obras se destacaba el hermetismo neoplatónico heredado del Renacimiento con los nuevos descubrimientos astronómicos y físicos. Kircher, al igual que Sigüenza, se inspiraba en el propósito espiritual de establecer “una síntesis cristiana de las religiones universales”. (O. Paz).

El hermetismo neoplatónico se extendió por toda Europa durante el siglo XVI e impregna las áreas de la filosofía, ciencia, literatura y religión. El siglo XVII demarca la línea de división entre este pensamiento y la modernidad.

La poetisa nace (1651-1695) un siglo después y como los políglotas de su época, tenía debilidad por lo relacionado a la cultura egipcia.

El 30 de octubre de 1680, desembarcan en Veracruz, México, Tomás Antonio de la Cerda, conde de Paredes y marqués de la Laguna con su esposa María Luisa Manrique de Lara. Como parte de la bienvenida oficial dada en México, les esperaron dos arcos triunfales. Uno, en la plaza Santo Domingo erigido por Carlos de Sigüenza y otro, en la fachada occidental de la Catedral Metropolitana encomendado a sor Juana Inés de la Cruz.

El Neptuno alegórico, Océano de Colores de la sor, era constituido de una edificación arquitectónica y de un manuscrito del mismo nombre para ser entregado al conde. El texto en prosa era dedicado al virrey y contenía la explicación de la fábula, la razón de la creación de la (fábrica) los lienzos y pinturas al óleo, el argumento mitológico y genealógico y la interpretación de los jeroglíficos que descansaban en los intercolumnios y basas.

Octavio Paz explica que la idea del océano le nace a la religiosa por ser la morada de Neptuno y porque como dijera también Vicenzo Cartario eran ambos, Neptuno y el virrey, parecidos en los retratos. “Los colores mitológicos y las simbólicas líneas” del océano eran las cualidades de Neptuno y consecuentemente del marqués de la Laguna. El arco “con voces de colores publicaba los triunfos del virrey”. Esta idea “acuática”, de Paz, resurgió porque la ciudad de México fue fundada sobre un pequeño lago y para adorar al “dios pagano como símbolo del rey novohispano”.

El arco fue construido de madera, trapo y yeso. De constitución liviana de tres cuerpos: corintio, compósito y dórico. Las columnas, pedestales y lienzos constaban de pinturas e inscripciones que estaban en español y latín. Los colores atraían al vulgo y las inscripciones a los letrados. Se encontraban representados Neptuno y Anfitrite sobre una concha marina dirigida por dos “nadantes monstruos”. La virreina aparece como Anfitrite en el primer lienzo, desnuda de pie, sirviendo el mar de jeroglífico.

Sor Juana en su arco utiliza una fantasía sensorial que abarcaba todos los sentidos, creando un espectáculo festivo y teatral que incluía una dimensión verbal y visual, entre conceptos abstractos e imágenes, con un fondo sociopolítico dirigido hacia el poder civil y eclesiástico y hacia la población. Sus mensajes fueron de carácter funcional y éticos. Entrelaza alabanzas dirigidas hacia el virrey y peticiones, para resolver asuntos de urgencia, da sugerencias para gobernar, señalando los problemas apremiantes: los desastres naturales, y de cómo controlar los motines provocados por la miseria, el hambre y el descontento. Pide también por la culminación de la Catedral.

Para lograr esta simbiosis alegórica utiliza emblemas y jeroglíficos proporcionando claves indirectas, que facilitan la comunicación, creando así una exposición vívida y comprensible.

Hay quienes aseguran que detrás de estos conceptos existen otros, oscuros o herméticos, que podrían tener una función secreta todavía por descifrarse.

Sor Juana como humanista neoplatónica crea el Neptuno alegórico dentro de los valores de la mitología pagana entrelazados en una red compleja de emblemas multifacéticos, para trasmitir sus ideas en una época de grandes restricciones religiosas, eligiendo ciertos argumentos y omitiendo otros, dejando un vasto material para seguírsele explorando.

“Con Ruiz de Alarcón sor Juana constituye lo más brillante y preciado que pudo ofrecer intelectualmente el virreinato de la Nueva España al acervo común de las letras castellanas”. (Darío).

Agregándonos Rubén: Con buscada modestia de expresión Nervo anuncia:

En este libro casi nada es propio: con ajenos pensares pienso y vibro,/ y así, por no ser mío, y por acopio/ ¡este libro es quizá mi mejor libro! (Nervo).

No. No es verdad. (…). Su mejor libro está entre todos sus libros anteriores. Y se compone de aquellos versos y de aquellas prosas en que puso lo exquisito de su comprensión de la vida y del universo. (Darío).

La autora es máster en Literatura Española.

×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí