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Don Enrique Bolaños fue un hombre modesto y frugal. “Jamás perdía la calma”, “jamás se le oyó una mala palabra”, lo describen sus cercanos.

“Pinche, metódico, obsesivo con el orden y adicto al trabajo”; así era don Enrique Bolaños

Un hombre “pinche” hasta con el dinero ajeno, modesto a más no poder y obsesivo con el orden y la rendición de cuentas, lo describen quienes lo conocieron. Fuera de su gestión presidencial, el mayor legado de Enrique Bolaños Geyer es su biblioteca virtual, un sitio que dice mucho sobre su personalidad.

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Trabajar con Enrique Bolaños Geyer no era “cosa chiche”. Había que estar a la altura de su obsesión por registrarlo absolutamente todo y de su vertiginoso ritmo de trabajo. Fue así en cada cargo público y privado que tuvo. Y el resultado puede apreciarse en uno de sus mayores legados: la biblioteca virtual que lleva su nombre.

Don Enrique murió a las 11:05 de la noche del lunes 14 de junio de 2021, a los 93 años de edad. Pero dejó el recuerdo de una gestión presidencial que, pese a los muchos obstáculos políticos y económicos que enfrentó, es considerada por muchos como “la mejor” que se ha visto en Nicaragua.

Dicen quienes lo conocieron que él se sentía satisfecho con sus logros como presidente. Sin embargo, en sus últimos años le gustaba más hablar sobre su biblioteca: un catálogo casi inexplorado con miles de archivos históricos digitalizados, desde gacetas y decretos antiquísimos hasta crónicas coloniales y libros que hablan sobre las costumbres de la vieja Managua o de los aluviones que bajaron de El Crucero y destruyeron la capital en 1730 y 1876.

Ahí están, también, aunque se les consulte menos, todos los discursos que pronunció a lo largo de su gestión presidencial, sus años como vicepresidente e incluso cuando estuvo al frente del Consejo Superior de la Empresa Privada (Cosep), de 1983 a 1988.

Igual se encuentra disponible un detallado registro de todas las reuniones que sostuvo, con quiénes, con qué propósito y lo que cada parte expresó. Además de las agendas de cada día que estuvo en la presidencia, desde febrero de 2002 hasta enero de 2007, y todas sus declaraciones de impuestos, con una lista tan minuciosa que incluye cosas como platos, cucharas, microondas y cortadora de zacate.

Su biblioteca es el reflejo de su “obsesión por la transparencia”, dice Fabricia Sánchez, quien fue su asistente en los años de la Presidencia. Ella se encargaba de escribir esas agendas, en las que no podían faltar los cumpleaños de los cercanos (y los no tanto) de don Enrique.

“Dios guarde que no le pusieras el cumpleaños de alguien o que alguien le dijera que le mandó una carta y él no la hubiera recibido. Se moría de vergüenza”, recuerda. A menos que estuviera fuera del país, llamaba personalmente a cada cumpleañero. Varios por día. Y en el caso de sus escoltas, a las felicitaciones agregaba un sobre con “un dinerito”.

Cuando terminó su periodo presidencial y el poder quedó en manos de Daniel Ortega, don Enrique se retiró de la política para entregarse a ese proyecto que ya venía acariciando: recoger los pedazos de la historia de Nicaragua y colocarlos en un solo lugar, accesibles para cualquiera que quisiera consultarlos.

Ahí mismo hay todo un apartado con su autobiografía y archivos personales. “Cada año guardaba todos esos documentos”, señala Avil Ramírez, funcionario de su gobierno y amigo cercano de don Enrique. “Él quería que cuando termina su presidencia se viera la transparencia con la que se había abordado”.

Don Enrique con Avil Ramírez (derecha de la foto), poco antes de su cumpleaños 93, en mayo. LA PRENSA/Cortesía

Un hombre modesto

Enrique Bolaños era un hombre “pinche”, afirma categóricamente Avil Ramírez. Tan pinche que no solo economizaba su dinero, también el del Estado. Es decir, “era pinche hasta con el dinero ajeno”.

Una vez, durante un viaje de don Enrique a España, el embajador nicaragüense quiso quedar bien con él reservándole una suite que costaba 800 euros la noche. “A él no le va a gustar que paguemos esa cantidad de plata”, le advirtió Ramírez, que por entonces era el secretario privado de Presidencia.

Pero el embajador mantuvo la reservación y, efectivamente, eso no le cayó en gracia al presidente. “Mire, yo solo vengo a dormir un rato aquí, ¿cómo vamos a pagar 800 euros?”, protestó don Enrique. “Los viáticos autorizados son 350, ¡como máximo! Andá buscando cómo cambiarme a un cuarto normal o me cambio yo a otro hotel”.

De esa forma, desde temprano quedó claro que la gestión de Bolaños sería muy distinta a la del gobierno saliente, porque cuando el “doctor Arnoldo Alemán” viajaba al exterior su delegación se quedaba en habitaciones de 3 mil euros por noche, asegura Ramírez, funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores en la época del presidente Alemán.

Bolaños fue un hombre “sumamente modesto”, sostiene el periodista Joel Gutiérrez. Usaba un reloj marca Seiko de los años setenta “y lo usaba porque funcionaba”. “¿Para qué quiero un Rolex?”, replicaba cuando alguno de sus funcionarios le sugería que se comprara un reloj más elegante.

“Él no se enredaba con esas cosas. De verdad era un hombre sencillo”, recuerda Gutiérrez, que ocupó varios cargos durante el período de Bolaños, entre ellos el de secretario de la Secretaría de Comunicación Social. “Usaba zapatos cómodos, modestos. Con frecuencia le regalaban plumas finas y las repartía entre sus ministros. Era despreocupado con ese tipo de cosas”.

Joel Gutiérrez (al centro) y don Enrique, cuando se trabajaba en la instalación de kioskos tecnológicos. Don Enrique, un hombre nacido en la época del telégrafo, sabía programar y quería convertir Nicaragua en un país que no solo consumiera tecnología ajena, sino que de alguna manera, también la produjera. LA PRENSA/ Cortesía

Cuando don Enrique invitaba a alguien a almorzar siempre se comía lo mismo. No importaba si era en el pequeño comedor familiar de El Raizón o en la lujosa mesa instalada por el gobierno de Alemán en la Casa Presidencial, el almuerzo invariablemente era salpicón con arroz, frijoles y tajaditas, su comida favorita.

Encima del plato solía colocar un huevo frito tibio, que al ser pinchado con el tenedor se derramaba sobre el arroz, recuerda Fabricia. Traía esa costumbre de sus años en el internado de los jesuitas en Granada, donde estudió la secundaria.

En esa época, la del internado, ya andaba en “jalencia” con Lila Teresita del Niño Jesús Abaunza, una muchachita a la que había conocido fortuitamente durante una procesión fúnebre en Masaya, la ciudad donde ambos nacieron, con solo nueve meses de diferencia. Él, el 13 de mayo de 1928; ella, el 29 de enero de 1929.

La niña caminaba tomada de la mano de una empleada de su familia y se le notaba que estaba muy enojada porque iba echando maldiciones a los cuatro vientos. Llevaba vestido y calcetines blancos, faja y zapatitos negros. “Angelical”, pensó el adolescente que la observaba desde al atrio de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción.

La pequeña no le recriminaba a Dios por la muerte de su tío Benjamín Abaunza, “sino más bien a su propio tío, que se le ocurrió morirse la madrugada del 6 de abril de 1941, amanecer Domingo de Ramos”, detalla el reportaje La historia de amor de Enrique Bolaños y Lila T., publicado por Magazine en enero de 2020.

“Este viejo que se tuvo que morir cuando comienza Semana Santa. Los estrenos de ropa, los vestidos, los paseos, las procesiones”, protestaba Lila Teresita, que acababa de cumplir los 12 años y sabía perfectamente que, tras la muerte de su tío, venían varias semanas de riguroso luto. Enrique Bolaños quedó flechado.

“¿Te acordás Lila T. de aquel Domingo de Ramos cuando comenzamos nuestra jalencia de chavalos? Ese día comenzó todo lo que llegaríamos a ser (…) Me imagino que éramos apenas igual a todos los chavalos de todas las épocas. Vos y yo siempre hemos guardado este momento muy cerca en nuestros corazones”, recordaría aquel muchacho flaco muchísimos años después, en sus memorias.

Don Enrique Bolaños y doña Lila T. en su juventud. LA PRENSA/ Cortesía

Adicto al trabajo

Había que estar disponible desde antes de las 6:00 de la mañana, porque era posible que a las 5:00 don Enrique hiciera alguna llamada para preguntar, por ejemplo: “¿Estás oyendo lo que está diciendo la Corporación?”. Eso le pasó a Joel Gutiérrez, que a esa hora apenas estaba despertándose y le tuvo que decir que no había escuchado nada porque tenía sintonizada la Radio Ya.

Faltando veinte minutos para las 6:00 de la mañana, Fabricia se presentaba en El Raizón, Carretera a Masaya, para adelantar trabajo antes de llegar a la “locura” que era la Casa Presidencial. Llegaba con “mamotretos enormes” de documentos que había que firmar y sellar. Después de eso viajaban de Carretera a Masaya a Managua y continuaba una jornada que no dejaba espacio para la procrastinación. Eso puede confirmarse en sus agendas, en las que no existen horas laborales en blanco.

A las 8:00 de la mañana los funcionarios ya tenían seis o siete correos de don Enrique y nadie se explicaba de dónde sacaba tanta energía un señor de casi ochenta años.

“Doblaba a la mayoría de sus ministros en cuanto a trabajo”, asegura Gutiérrez. “Andar con ese señor era cosa seria”.

Nada lo detenía cuando viajaba al extranjero en busca de cooperación e inversiones.

“Se levantaba a las 5:00 de la mañana y a las 6:00 ya estaba desayunando, a las 7:00 había reunión con la cámara de comercio de Berlín, a las 9:00 con la cámara de industrias, al mediodía un almuerzo con un grupo de inversionistas, a las 3:00 reunión con parlamentarios, luego con el presidente alemán, luego cena con gente de cooperación…”, detalla. “Eran agendas talladísimas, saturadas. Reunión, reunión, reunión, almuerzo de trabajo, reunión, reunión, reunión, cena de trabajo… Luego ya no había qué hacer, pero ya eran las 10:00 de la noche”.

Con un ritmo de trabajo tan vertiginoso y la edad avanzada de don Enrique, era natural que siempre lo acompañara un médico en esas giras al exterior. Dos cardiólogos se turnaban para viajar con él; “pero a los únicos que andaban atendiendo era a los ministros que andaba con don Enrique y él como chavalito quinceañero”, dice el periodista.

“Al canciller se le disparaba la presión, por los aguacates, y yo agarré un resfrío y una tos espantosa”, cuenta. “Siempre los médicos andaban atendiendo a toda la delegación, al canciller, al embajador, al secretario, a cualquiera, menos a don Enrique. No recuerdo haberlo visto enfermo en ninguna de esas giras”.

Se abrigaba, si había que abrigarse y andaba ligero, si el clima era cálido. Sin complicaciones, sin gripes, sin problemas de presión. Incansable.

Enrique Bolaños con si antigua asistente, Fabricia Sánchez. LA PRENSA/ Cortesía

La única que podía hacerlo entrar en razón para que se fuera a descansar era su esposa. A veces Fabricia la llamaba para reportarle: “Aquí sigue, no lo dejan salir”. “Ponémelo”, solicitaba doña Lila T. y al ratito don Enrique estaba agarrando sus cosas para irse a casa.

“Doña Lila fue su consejera en montones de decisiones”, afirma Fabricia. “La última palabra que él oía era la de ella. Él era muy prudente, era parte de su personalidad no ser impulsivo, siempre analizaba las cosas y las hablaba con ella”.

A doña Lila le enojaba a veces la agitación a la que los había condenado la presidencia de don Enrique, siempre bajo la mirada de Arnoldo Alemán y el Frente Sandinista; su gobierno blanco de boicots, huelgas y asonadas.

“Cuando se ponía brava le reclamaba: ‘Para qué te metiste a esto, si este país no lo vas a componer’”, relata la antigua asistente de don Enrique. En ese momento nadie podía saberlo, pero doña Lila estaba pasando sus últimos años de vida bajo un ataque constante y separada de su marido por las arduas horas de trabajo.

A veces discutían, como todas las parejas del mundo, y don Enrique le decía: “Me voy con la otra, la otra es la que me quería, vos no me querés”. Entonces encendía su computadora y ahí lo recibía la foto en blanco y negro de una linda jovencita coronada con una especie de diadema. Era la “Lila T.” a la que conoció en los años de “jalencia”. Debajo de la foto se leía “La otra”.

Doña Lila murió en julio de 2008 y su partida fue un golpe demoledor para su novio de toda la vida. Nadie que los haya visto, ya ancianos, dándose “piquitos” en la boca y besos en la cabeza, duda de la devoción que se profesaban el uno al otro.

“Don Enrique vivió toda la vida locamente, perdidamente enamorado de su mujer”, afirma sin asomo de duda el periodista Joel Gutiérrez.

Cuando doña Lila volvió desahuciada de Estados Unidos y se quedó dormida en su última cama, don Enrique se sentaba al lado para cortarle y limarle las uñas de las manos, recuerda Fabricia. “Se miraba tan triste…”.

El día del funeral, rememora, él le dio un abrazo, “atacado en llanto” y solo atinó a decir: “Se me fue la Lila T. y ahora qué hago yo…”.

Un matrimonio para toda la vida. Enrique Bolaños con su Lila T.. LA PRENSA/ Archivo/ Oscar Navarrete

El legado de la biblioteca

Fue el trabajo en la biblioteca lo que le dio un motivo para vivir todos estos años sin su esposa, asegura Avil Ramírez. Lo tomó como un trabajo de oficina y le dedicó casi todo su tiempo.

Estaba sentado ante su computadora antes de las 6:00 de la mañana, igual que cuando era el presidente del país, para organizar material o ver qué le faltaba. Se rodeó de jóvenes y amigos que le ayudaron a clasificar documentos y él mismo supervisaba todo el trabajo. Tamborileando con los dedos sobre su escritorio, frente a la computadora con la fotografía de “La Otra”, cuando algo lo impacientaba.

“Presidente”, lo llamaban con respeto sus pocos empleados, aunque ya habían quedado atrás los años de su gobierno y, de regreso en el poder, Daniel Ortega por fin podía volver gobernar desde arriba.

Pasaba la mayoría de sus horas entre El Raizón y la Fundación Nueva Era, ubicada a unas cuadras, sobre la Carretera a Masaya, siempre trabajando. Y cuando le tocaba viajar a Managua se hacía acompañar por un único chofer-escolta, sin rastro de la parafernalia que suele asistir a las personalidades de la política nicaragüense.

Su biblioteca vio la luz el 22 de septiembre del 2011 “con el objetivo de recopilar, preservar y divulgar información política, cultural, jurídica e históricamente relevante para los nicaragüenses”. Y en 2017 lanzó un libro que resume casi 200 años de la historia del país: “La lucha por el poder: el poder o la guerra”.

Al morir, este 14 de junio, estaba por finalizar otro libro, que se publicará póstumamente y que, según Ramírez, habla entre otras cosas “sobre lo que está ocurriendo en Nicaragua en la actualidad”.

Había perdido la visión en un ojo y tenía afectado el otro, ya no veía la pantalla de su computadora, así que tuvo que dictárselo a su asistente de toda la vida, Merlet Trejos. Y lo hizo con el entusiasmo de siempre.

Don Enrique no llegó a ponerle nombre a su libro. “Quedó pendiente el título del libro, porque le cambiaba el título a cada rato”, cuenta Ramírez, quien le ayudó a revisar el borrador.

En realidad, su mente seguía en los asuntos del país, pero sus anhelos ya estaban en otro lado. Durante las honras fúnebres, su hijo Enrique Bolaños Abaunza le dedicó unas palabras: “Querido papá, hace pocos días me dijiste que tu corazón ya no estaba aquí, que estaba con mi mamá. También recuerdo cuando me dijiste que nunca dejarías de usar tu anillo de matrimonio, porque tu matrimonio era para toda la vida…”

La oficina de Enrique Bolaños siempre estuvo llena de fotografías de doña Lila. “La otra” lo observaba desde el escritorio de su computadora. LA PRENSA/ Archivo/ Oscar Navarrete

Plática con las feministas

En su afán de transparentar las cosas e incluir a todos los sectores, don Enrique Bolaños Geyer platicó con los grupos que lo criticaban. “Don Enrique era un señor conservador, religioso y ‘tetelque’, pero también un civilista y un demócrata”, compartió en un texto público Sofía Montenegro, socióloga y feminista.

“Cuando lanzó su Plan Nacional de Desarrollo (PND), las feministas lo criticamos duramente por la ausencia de una perspectiva de género y la exclusión del impacto en las mujeres. Don Enrique nos respondió invitándonos a participar y dar nuestros aportes y a una asamblea en la casa presidencial. Por primera vez muchas de nosotras pisamos ese lugar. Nos esperaba con un almuerzo y un rico café con el que atendían”, relató.

Según Montenegro, algunas activistas “se pusieron malcriadas y hasta sacaron una manta en el salón”; luego las feministas se quedaron “discutiendo con los funcionarios”, que recogieron sus aportes.

“Para sorpresa nuestra, poco tiempo después apareció publicada la PND con casi todas las propuestas incorporadas. Don Enrique había cumplido su palabra”, recordó. “Esa política y el libro completo quedó listo para la siguiente administración. Ni qué decir que fue una de las primeras cosas que Rosario Murillo mandó al traste o destruyó”.

“Hasta siempre Don Enrique”, se despidió Montenegro. “Su gesto no será en vano. Estoy segura que ese libro lo encontraremos en su Biblioteca, para insumo de la próxima administración democrática”.

La periodista Ángela Saballos también publicó un homenaje al fallecido presidente. Ella no votó por don Enrique, pero recuerda que “la actitud inclusiva y respetuosa de su gobierno y su lucha anticorrupción” la hizo sentirse “una ciudadana de una Nicaragua tratada como una nación del primer mundo donde había libertad de expresión, de prensa y de movimiento, entre otros derechos, así como división de los poderes del estado, institucionalidad”.

Fue invitada a formar parta del Grupo de Opinión que el ministro Mario De Franco “conformó con personas de distintos pensamientos políticos al suyo” y cada semana se reunía en Casa Presidencial “para discutir distintas propuestas que estaban sobre la mesa nacional”. Era una especie de grupo focal, donde se tomaba en cuenta la opinión de todos y posteriormente se veían los resultados.

En los cumpleaños don Enrique la llamaba para felicitarla, cuenta. “Realmente fue muy sabroso poder departir con naturalidad con un presidente de la República que se movía como un ser normal sin todo el aparato represivo que usan los otros”.

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