14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

Miguel Mendoza, cronista deportivo con 26 años de experiencia, se convirtió en una voz crítica importante desde 2018. Hoy está en prisión. LA PRENSA

La vida de Miguel Mendoza: de cronista deportivo a preso político del régimen Ortega Murillo

Durante años fue conocido como uno de los más importantes cronistas deportivos del país, pero a partir de 2018 sus opiniones políticas comenzaron a cobrar peso, lo que lo convirtió en un blanco de la dictadura. Así ha sido la vida de Miguel Mendoza.

Contenido Exclusivo CONTENIDO EXCLUSIVO.

El cronista deportivo Miguel Mendoza tenía claro que el régimen Ortega Murillo podía ir por él, pero no pensó que sería tan pronto. Pese al asedio que sufría desde 2018, creía que en la lista de interés de la dictadura había personas “más importantes” o más influyentes que él. El propio día de su captura, 21 de junio de 2021, habló con algunos amigos y se mostró muy sereno.

“Yo no lo sentí con miedo”, recuerda el periodista Maynor Salazar. Solamente estaba “sopesando las advertencias de su familia y lo que él sentía”.

En esos últimos días sus amistades estuvieron en vilo por él y muchos pensaron que la Policía lo había arrestado en la redada del 8 de junio, bautizada popularmente como “la noche de los cuchillos largos tropical”.

Esa vez Miguel se desconectó temprano, más o menos a las 9:30 de la noche, y sus amigos temieron lo peor. También hubo desasosiego entre sus seguidores de las redes sociales, porque muchos parecían entender que el cronista era un fuerte candidato a ser secuestrado.

La periodista Joshy Castillo, amiga de muchos años, le escribió para verificar que se encontraba bien y Miguel no contestó. “¡Qué raro!”, pensó. Entonces contactó a Lucía Pineda Ubau y ella tampoco sabía nada. “No dormí esa noche pensando que lo habían agarrado”, cuenta. “Al día siguiente, cuando me chateó como a las 7:00 de la mañana, lo regañé. ‘No dormí por tu culpa’, le dije”.

La última vez que hablaron, un día antes de su captura, le aconsejó que estuviera preparado para un eventual exilio. No quiso decirle más porque era “meterle miedo” y con miedo ya no se vive. Pero “él sabía lo que podía pasar”, afirma Joshy. “Lo habían amenazado ya varias veces”.

A lo largo de 26 años de carrera como cronista deportivo, Miguel hizo muchos contactos que se convirtieron en sus fuentes. El 21 de junio, poco después del allanamiento policial a la residencia del periodista Carlos Fernando Chamorro, alguien le escribió en privado para advertirle que el siguiente era él.

Por eso no lo arrestaron en su casa, donde vivía con su esposa, Margin Pozo, y su hija de siete años. Cuando recibió el mensaje de alerta, Miguel “decidió irse donde un amigo”, relata Margin. Pero no lo hizo para evitar la captura. “Salió para que la niña no viera nada, no habría soportado ver que a su papá se lo llevaban”.

Lea también: Miguel Mendoza: “Quisiera que todos, sandinistas y no sandinista, sobreviviéramos al Covid-19”

Una vieja foto familiar. Miguel Mendoza es el niño pequeñito, abajo a la izquierda, a los tres años de edad. LA PRENSA/ Cortesía de Ramón Mendoza

Camoapa en los años ochenta

Ramón Mendoza y Salvadora Urbina se conocieron en el campo boaqueño, allá en la primera mitad del siglo XX. Él era agricultor y llegó a trabajar a la propiedad de un pariente que se convertiría en su suegro. Los jóvenes se enamoraron y se fueron a vivir a un caserío conocido como Pueblo Viejo, donde tuvieron los primeros de sus quince hijos, de los que solo sobrevivirían once.

En 1962 la pareja se estableció en Camoapa, Boaco, en una casa de bloques y piso de tierra, y ahí nació, ocho años más tarde, el penúltimo de sus hijos: Miguel.

La familia era muy pobre y para ayudar en la casa los niños vendían en la calle enchiladas y tiste preparados por doña Salvadora. También lustraban botas y todos aprendieron el oficio de la zapatería.

Aquella era una Camoapa agreste “de calles de piedra”, con un cielo permanentemente encapotado y paisajes empantanados en el tiempo. Así la recuerda Miguel en una breve autobiografía escrita para el libro “Póngale sello”, de su mentor, colega y amigo Edgar Tijerino, con quien laboró en el legendario programa deportivo Doble Play desde 1995 hasta su arresto, este año.

Desde pequeño le interesaron los deportes y combinaba su afición por el beisbol con sus obligaciones de niño, como las tareas del colegio y sus estudios de zapatería. Intentó ser pelotero, pero no tenía talento. “Era buen cácher, pero mal bateador”, recuerda su hermano Ramón Mendoza Urbina.

Miguel Mendoza Urbina a los 6 años de edad. LA PRENSA/ Cortesía de Ramón Mendoza

A los 12 años salió por primera vez de Camoapa, y lo hizo sin permiso de sus papás. Se “engavilló” con una pelota de chavalos y una tarde tomó un bus hacia Managua para cumplir su sueño de ver un partido de beisbol en el estadio nacional. Quizás haya sido un juego entre el Bóer y el equipo de Rivas. Volvió a casa a medianoche y recibió una tunda correctiva que a él le pareció un precio que valía la pena pagar.

Así fue creciendo. “Escuchando Doble Play en un radio verde de baterías, grande y cuadrado”, en la pequeña zapatería de su hermano Porfirio, “en tiempos aciagos de guerra y futuro nebuloso”, rememora en “Póngale sello”. Era su pasatiempo favorito en aquel pueblo donde las horas se arrastraban tan perezosamente.

Esa avidez de “chavalo desocupado” por acumular información sobre beisbol lo llevó a memorizar “de forma religiosa” fechas, estadísticas, datos e imágenes y a “realizar juegos mentales con vaticinios de jornadas por venir”. Un entrenamiento que le sería de gran utilidad en los siguientes años.

Pero antes de emprender su carrera como cronista deportivo, tuvo que escapar de los reclutadores que casi hacían posta frente a su casa, en Camoapa. “Mis prioridades eran divertirme en juegos pueriles con mis vecinos, trabajar medio tiempo, asistir puntual al instituto y, lo más importante, eludir las redadas sobre jóvenes evasores, como yo, del Servicio Militar obligatorio”, detalla en su texto.

Se quedaba en la casa de un amigo y de otro; se escapaba por el patio de la casa o se escondía mientras se iban los reclutadores. Y así, de alguna manera, pudo “capear” la obligación de ir a una guerra ajena. No sentía ninguna simpatía hacia los sandinistas. Por el contrario, en su casa todos, menos Ramón, se oponían a las políticas del “gobierno revolucionario”.

“Eran años en que ni siquiera me preocupaba ser pobre, porque todos lo éramos”, escribió Miguel. “Hacíamos la misma fila por la comida racionada, nos reuníamos en las mismas velas de conocidos llegados en bolsas plásticas y pegábamos las mismas carreras desde el salón de baile escapándonos de los reclutadores”.

En medio de la desesperanza y la incertidumbre, escuchar Doble Play era una “válvula de escape”. Su única conexión con el mundo que empezaba donde finalizaban las fronteras invisibles de su pequeña Camoapa.

Descartó la zapatería como oficio y también el magisterio, desoyendo las recomendaciones de su profesor de matemáticas. Ya había decidido estudiar Periodismo, aunque no tenía idea de cómo lo lograría, porque la economía familiar no le daba para costear su estadía en la capital.

Con su madre, Salvadora Urbina, en su promoción de sexto grado. LA PRENSA/ Cortesía de Ramón Mendoza

Doble Play

Se matriculó en la Universidad Centroamericana (UCA) en 1989, saltándose un requisito aparentemente “ineludible”: el carné de desmovilizado o de no apto para el Servicio Militar Patriótico. A la fecha no sabe cómo lo consiguió.

Engañó a todos en el primer semestre y cuando la suerte comenzaba a abandonarlo, doña Violeta Barrios negoció con los sandinistas “una prórroga de los reclutamientos de jóvenes a partir de agosto de 1989”, seis meses antes de las elecciones del 25 de febrero de 1990.

Superado ese obstáculo, que lo había tenido viviendo casi en las sombras, escurridizo como un animalito de montaña, pudo dedicarse a paliar sus problemas económicos. Así inició su negocio de lácteos. Los domingos viajaba a un puerto de montaña boaqueño y compraba queso, cuajadas y cremas que luego revendía en el mercado Iván Montenegro. Con eso se ayudaba a pagar sus estudios.

También pudo entregarse libremente a la persecución de su ídolo: Edgar Tijerino. En ese tiempo Doble Play se transmitía a través de Radio Ya, casual y convenientemente ubicada frente a la UCA, y Miguel solía cruzar la pista para ir a pegar la nariz al vidrio de la cabina en la que el célebre cronista hablaba frente al micrófono.

Ahora podía escuchar el programa en vivo y “a todo color”. Embobado. Llegó tantas veces a la radio que Tijerino empezó a saludarlo al salir de la cabina.

Lea también: “Honesto de la cabeza a los pies”, así describen a Miguel Mendoza, secuestrado por la dictadura

El cronista deportivo Edgar Tijerino ha sido amigo y mentor de Miguel Mendoza. Lo considera una persona franca y muy bien informada. La PRENSA/ ARCHIVO

“De vez en cuando me daba un aventón acercándome a la casa donde vivía o me llevaba a la sección de deportes del diario Barricada, adonde entraba en hurtadillas, evitando ser regañado”, rememora Miguel en su texto autobiográfico.

Tijerino no recuerda con tanto detalle esos días. En aquel momento Miguel Mendoza era uno más de los muchachos que veneraban al cronista y querían seguir sus pasos.

Lo que no olvida es que le “gustó mucho su forma de ser”. Siempre franco y “muy abierto para plantear sus cosas”. Por sobre todo, “una persona honrada, algo diferente a la descomposición social que estaba en camino en Nicaragua”.

“En los siguientes años me abrieron pequeñas oportunidades en Radio Universidad, el Pensamiento y la Democracia, hasta llegar de pasantías al Canal 6 y ser contratado en La Tribuna luego de meses de colaboraciones gratuitas”, cuenta Miguel.

En 1994, Tijerino lo buscó para que “levantara el teléfono en Doble Play” mientras el staff cubría los Centroamericanos de El Salvador y poco después le llegó una invitación para trabajar en el programa “Lo mejor del Mundial”, que se transmitiría en vivo en Canal 4, con motivo de la celebración del Campeonato Mundial de Beisbol en Nicaragua.

La invitación que había esperado casi toda su vida, desde que escuchaba la radio en la zapatería de su hermano Porfirio, llegó en 1995, cuando tenía 25 años. Tijerino le ofreció un micrófono en Doble Play y desde entonces su lealtad hacia el programa ha sido absoluta, siguiéndolo adonde quiera que ha ido durante 26 años.

Su cercanía con Tijerino, en cambio, le dio “muchas ventajas”, como la de trabajar durante largos años en el Canal 2, una plataforma que combinada con Doble Play le dio proyección nacional.

Miguel Mendoza recibiendo un premio como cronista deportivo. Su carrera despegó en 1995 en Doble Play, pero también adquirió proyección nacional en el viejo Canal 2. LA PRENSA/ Cortesía familia Mendoza

“Non grato”

Hasta 2018 toda su carrera se había limitado al deporte; pero siguiendo el ejemplo de su mentor, Tijerino, había adquirido la costumbre de informarse sobre lo que ocurría en el país y en el mundo. De manera que, cuando estallaron las protestas contra el régimen Ortega Murillo, estaba completamente al tanto del acontecer político nacional.

El 19 de abril de 2018 Miguel cumplió 48 años. Estaba por dar un salto de cronista deportivo a férreo crítico de la dictadura.

En septiembre de ese año explicó que le parecía “penoso hablar de deportes” mientras muchas familias sufrían en el país a causa de la represión orquestada desde el Estado.

Trasladó a la opinión política la franqueza que caracterizaba sus comentarios de cronista deportivo y empezó a crecer en sus redes sociales a un ritmo que lo asombró incluso a él. Pronto sus opiniones frontales le granjearon simpatías y detractores. También amenazas.

A inicios de agosto de 2018 fue declarado “non grato” por la administración del Estadio Nacional Dennis Martínez, señalándolo de “lanzar falsos e infundadas acusaciones” contra el personal del estadio y sus instalaciones, “promoviendo serias y peligrosas afectaciones”.

Ese mismo mes, dice su hermano, se metieron a su casa y le robaron, entre otras cosas, el televisor. Y en diciembre de ese año, 2018, fue asaltado a mano armada por cinco hombres encapuchados que lo interceptaron cuando salía de su vivienda, en compañía de su esposa, para ir a trabajar.

Le robaron su camioneta Nissan Navara, documentos de identificación, tres celulares y su mochila con su computadora portátil.

Más tarde, en 2019, un motorizado se detuvo junto a él en la calle y le quebró el vidrio del carro, mientras seguía recibiendo amenazas en las redes sociales. Pero Miguel no se detuvo.

Tijerino considera que su amigo “tomó riesgos excesivamente”, entusiasmado por el peso que sus opiniones estaban cobrando. “Él está acostumbrado a subestimar un poco los riesgos, no los mide”, sostiene. “En esto todavía tiene el alma de joven”.

Pero además está su franqueza. “Su honestidad, que para mí es lo más preciado de cualquier persona, no está en duda”, apunta su maestro. “Él ha defendido esa honestidad con uñas y dientes”.

Podría interesarle: El trauma de los niños y las niñas que vieron cómo la Policía orteguista se llevó a sus padres

Con su hija menor, de 7 años de edad. La niña está esperando que su padre vuelva a casa, no sabe que se encuentra en prisión. LA PRENSA/ Cortesía Margin Pozo

Su hija lo espera

Cada vez que lo entrevistaban procuraba mencionar a su madre, doña Salvadora, que en junio cumplió 90 años, y a su hija menor, que lo sigue esperando desde que lo secuestraron. Ninguna de las dos sabe que Miguel está preso.

La niña pregunta dónde está su padre, pero es difícil explicarle a una pequeña de 7 años que su papá se encuentra tras las rejas por haber dicho lo que pensaba sobre un gobierno dictatorial. Además, ni siquiera Margin tiene información sobre el estado de su esposo. No la dejan verlo ni hablar con él.

Su hija lo sigue esperando. Llora porque no comprende por qué ya no la lleva a la escuela y no llegó a su colegio el 23 de junio para la celebración del Día del Padre. Le ha grabado mensajes para que su mamá se los mande. Nadie puede decirle que, por ahora, su papá no los recibirá.

 

Con su madre, doña Salvadora Urbina. El reciente mes de junio la señora cumplió 90 años. Todavía no le han dicho que su hijo está preso. LA PRENSA/ Cortesía de Margin Pozo

Sobre Miguel Mendoza

  • En una ocasión, en los años ochenta, lo detuvieron para llevarlo al servicio militar, pero su mamá llegó con una partida de nacimiento para salvarlo. Esa noche durmió con “un montón de bolos”. Es la única vez que había estado preso, antes del 21 de junio de 2021.
  • Admira a Cristiano Ronaldo, pero si pudiera hablar con él le diría que no fuera “tan arrogante”.
  • Si pudiera elegir su última comida, sería un nacatamal o arroz aguado. Y si pudiera elegir un superpoder, sería el de ser invisible.
  • Su canción favorita es Cama y mesa, de Roberto Carlos.
  • Tiene dos hijos. Uno mayor de veinte años y una de siete.
  • Cuando era un muchacho estuvo a punto de morir durante un ataque armado a un bus de Camoapa. Murieron al menos siete personas y más de treinta quedaron heridas.
  • Es profundamente católico. Cree “en Dios, en el cielo, en la Virgen, en todos los dogmas católicos”.
  • Se persigna antes de bañarse, un ritual que le quedó desde la vez que casi se ahoga. “Iba en un bote, no sé nadar, le dieron vuelta y quedé en mitad del río. No sé cómo me sacaron”, relató en esa ocasión. “Creo que hay una conexión entre la vida, el agua y Dios”.
El 19 de abril de 2020 el cronista deportivo llegó a los 50 años de edad. LA PRENSA/ Cortesía de Margin Pozo

Puede interesarte

×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí