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El Cementerio de los Imperios

El 2 de julio, Estados Unidos (EE. UU.) prácticamente terminó de retirar sus tropas de Afganistán, poniéndole así fin a una guerra que inició después del ataque a las Torres Gemelas. El objetivo del entonces presidente George W. Bush era invadir a Afganistán para destruir al Qaeda, el grupo terrorista basado en ese país que montó al ataque, y capturar a Osama bin Laden, el millonario saudí que dirigía y financiaba al Qaeda.

Contrario al cierre de la embajada estadounidense en Saigón en 1975 y la caótica evacuación de miles de norteamericanos y vietnamitas por helicópteros que puso fin a la guerra de Vietnam y que fue ampliamente cubierto por los medios, el retiro de las tropas estadounidenses en Afganistán fue sigiloso y de noche. Supuestamente sin avisarle al ejército de Afganistán, los norteamericanos abandonaron a su inmensa base aérea en Bagram, a 70 kilómetros de Kabul, capital de Afganistán. Dejaron atrás una costosa infraestructura, municiones y armas ligeras, cientos de vehículos y una cárcel repleta de miles de prisioneros de guerra, presumiblemente talibanes. Los norteamericanos también le cortaron la energía a Bagram. El apagón precipitó el saqueo de la instalación por civiles hasta que soldados afganos lograron tomar control de la base la mañana siguiente.

Así terminó la guerra más larga en la historia estadounidense. Duró casi veinte años, dejando un saldo de 2,500 muertos estadounidenses, 21,000 heridos y gastos de más de un trillón de dólares. Continuó por una década después de que fuerzas especiales estadounidenses ajusticiaron a Bin Laden en una mansión en Pakistán, y no en Afganistán.

Recientemente, la misión norteamericana fue proteger al gobierno proestadounidense de los ataques de rebeldes talibanes, un movimiento fundamentalista islámico tan ortodoxo que comparado a ellos ¡la teocracia iraní es liberal! Por ejemplo, los talibanes prohíben que niñas estudien después de cumplir ocho años. Y hasta esa edad solo pueden estudiar el Corán.

Afganistán es un país remoto en el sur de Asia y sin acceso al mar. En área es grande. Cuenta con aproximadamente 650,000 kilómetros cuadrados, más que el istmo centroamericano, República Dominicana y Haití combinados. Su población de casi 40 millones está dividida en más de una docena de tribus. La mayoría de los afganos hablan farsi, el idioma de Irán, y son blancos. Gran parte de su territorio es árido y montañosos con algunos cerros tan altos que sus cumbres están perpetuamente nevadas.

A través de su historia, las tribus afganas han luchado entre sí o contra invasores que han intentado conquistarlos. Estos han incluido persas, árabes, mongoles y europeos, entre otros.

El primer contacto de Afganistán con Europa ocurrió cuando Alejandro Magno la invadió después de haber conquistado Persia tres siglos antes de la era cristiana. Alejandro y sus soldados helénicos y de Macedonia lograron ocupar a partes del país y Alejandro hasta se casó con una preciosa princesa afgana llamado Roxana. Pero abandonó al país después de una ardua e infructuosa campaña que agotó a su ejército.

En los siglos XVIII y XIX, Gran Bretaña se convirtió en la potencia imperial más grande del mundo, dando lugar al refrán de que “el sol nunca se pone en el imperio británico”. El subcontinente de Asia del Sur —lo que ahora conocemos como la India, Pakistán y Bangladesh— era la joya de este imperio. Tan es así que el o la soberana del Reino Unido ostentaba no solo el título de rey o reina sino que también el de emperador o emperatriz de la India.

A comienzos del siglo XIX, Gran Bretaña intentó sumar Afganistán a su imperio. Esto por temor a que Rusia —que también estaba extendiéndose hacia Asia Central— trataría de ocuparla y así amenazar a su “raj” o reino en Asia del Sur. Pero después de tres intentos fracasados, los ingleses decidieron que Afganistán no ameritaba ni más muertos ni tesoro.

Rudyard Kipling, un célebre periodista, poeta y escritor británico que nació en la India y que fue el primer inglés en recibir el Premio Nobel de Literatura —y hasta entonces el más joven en recibir ese galardón—, fue un destacado defensor del imperialismo, sobre todo el británico. Sin embargo, en 1890 escribió una novela cuyo título fue “El Hombre que Pudo Reinar”. En ella —y de una manera no muy velada refiriéndose a Afganistán— sugirió subliminalmente que Afganistán era demasiado pobre e ingobernable para justificar más esfuerzos británicos para colonizarla.

Con el pasar del tiempo, Afganistán fue descrito como el “cementerio de los imperios”. Este apodo se confirmó en 1989 cuando las fuerzas armadas soviéticas, que se encontraban apoyando un gobierno prosoviético en Kabul, se vieron obligadas a retirarse después de que los muyahidín los derrotaron con el apoyo de una curiosa coalición que incluía EE. UU., Pakistán, la China y las monarquías árabes del Medio Oriente. El ejército soviético sufrió más de 14,500 muertes en lo que llegó a llamarse “su Vietnam”, y politólogos rusos valoran que la derrota soviética en Afganistán contribuyó al colapso de la Unión Soviética.

Ahora es el turno de EE. UU. En un discurso a la nación en abril, el presidente Biden explicó que sacaría las tropas norteamericanas porque ya habían cumplido con su misión original y que “ya no tenían nada más que hacer” en el país. Añadió que dejaba un ejército afgano entrenado y equipado por EE. UU. de 300,000 hombres para hacerse cargo de Afganistán. Veremos cuan exitosos son. Sin embargo, en vista de que el 5 de julio 1,000 soldados afganos se refugiaron en Tayikistán, una exrepública soviética vecina de Afganistán, sus perspectivas no son alentadoras.

El autor es historiador.

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