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Universidad

El joven solo tenía 50 dólares y el sueño de estudiar en la universidad más cara de Nicaragua

Ni una severa limitación económica, la crisis política, una pandemia y todas las voces que le advertían a Carlos Eduardo González que no iba a lograr su sueño, pudieron disuadirlo.

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Hoy tiene 29 años y es licenciado en Negocios con énfasis en Marketing, graduado en una de las mejores universidades que tiene Nicaragua. Carlos Eduardo González Tijerino tenía todas las excusas para fracasar en la vida.

Nunca se destacó académicamente. Repitió dos veces el tercer año de bachillerato y su promedio académico al salir de secundaria era de 85, apenas suficiente para optar a una beca. Además, venía de una familia pobre y disfuncional. Según su propia descripción era “altanero, pleitista y rebelde” en la secundaria.

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Carlos E. González junto a su hermano Enmanuel Zeledón en Sébaco, Matagalpa un día de 2010. LA PRENSA/Cortesía.

Su mamá, Sandra Tijerino, no estudió una carrera profesional. Era madre soltera y el escuálido salario (unos 180 dólares al mes) que ganaba a veces trabajando en una zona franca, a veces cuidando viejitos o vendiendo publicidad en una radio matagalpina, apenas le alcanzaba para darle de comer a él y sus dos hermanos menores, Enmanuel y Denis Zeledón. Hasta su ingreso a la universidad su familia y él ‘posaban’ en casas de familiares. Casi nunca estrenó ropa.

Su papá, Leonardo González, en cambio tenía mejores ingresos debido a su trabajo como mecánico y la venta de autos usados que traía de EE.UU., pero tenía otra familia que atender. Así que costear los estudios universitarios de Carlos tampoco era una prioridad.

En 2009, durante las vacaciones de cuarto año, el joven trabajó medio tiempo en Hidropónicas de Nicaragua, S.A. (una empresa dedicada a la producción y exportación de chiltomas que quebró en 2013). Ahí se ganó unos 900 córdobas. Una parte se la dio a su mamá y el resto la ahorró.

A mediados de 2010 comenzó a pensar en su futuro e indagar cuál era la mejor universidad para estudiar. No la más cara, sino la mejor. Casi todas las opiniones coincidían en señalar una que quedaba en San Marcos, Carazo.

Pero en el lugar donde nació, Sébaco, Matagalpa, sus amigos y otros familiares se encargaban de “aterrizarlo en la realidad”. Le decían que estaba loco por querer estudiar en esa “universidad para niños ricos”, que se bajara de esa nube, que eso no era para él. Hablaban de la Ave María College, hoy Keiser University Latin American Campus.

“No tenía ni la menor idea de lo que costaba, pero pensé que con mis ahorros y trabajando la podía pagar”, recuerda Carlos.

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Carlos E. junto a su mamá Sandra Tijerino. LA PRENSA/Cortesía.

Un mundo maravilloso

A pocos meses de bachillerarse, a mediados de 2011, la idea de estudiar una carrera fue creciendo. Carlos buscó información de la Ave María en internet y se puso en contacto con un asesor que no tardó en convencerlo de que debía estudiar con ellos. Aún no le decían lo que iba a pagar de mensualidad.

Cuando doña Yadira González, encargada de admisión, lo invitó a que conociera las instalaciones, ya estaba decidido.

El trayecto de Sébaco a San Marcos, donde queda el campus universitario, fue una aventura emocionante, porque en toda su vida solo había salido de Sébaco un par de veces con su mamá. Esta vez el viaje lo haría solo.

Averiguó la ruta que debía tomar hacia San Marcos y se compró una camisa nueva. Recuerda que llovía a cántaros ese día y el bus lo dejó a cuatro cuadras de la entrada. Llegó media hora antes de su cita, a las siete y media, empapado hasta la médula. Tuvo que esperar en la caseta de la entrada a que lo dejaran pasar.

Cuando Doña Yadira lo vio llegar solo, se sorprendió. Le dijo que podía recorrer el campus, pero para inscribirse debía volver acompañado de uno de sus padres. Él aceptó la condición.

Carlos se sintió abrumado al entrar y ver la inmensidad del lugar comparándolo con las cuatro paredes del cuarto donde vivían él, su mamá y sus dos hermanos. La piscina, la biblioteca, el comedor todo era maravilloso y su interés creció más aún.

La encargada de admisiones le explicó las reglas del juego sobre el proceso que debía seguir, le recibió los documentos que había llevado y le indicó los requisitos que debía reunir para optar a una “Beca Javeriana”, que era la que se otorgaba a jóvenes de escasos recursos como él.

Una semana después llegó con su mamá. Ella también se compró una blusa para verse presentable en la entrevista. La buena noticia que les dieron es que su beca había sido aprobada. “¡Qué alivio!”, pensó. No tendría que pagar los mil 400 dólares que cobraba la universidad por mes.

Pero la alegría no les duró mucho. Con todo y beca aún debía pagar 50 dólares de matrícula y ¡300 dólares de mensualidad!

“Mi mamá y yo nos pusimos pálidos cuando escuchamos la cifra. ¿De dónde iba a sacar todo ese dinero? Yo pensaba que con la beca me iban a cobrar unos 50 dólares que era lo que andaba en mi bolsa”.

Doña Yadira convenció a la mamá de Carlos de apoyarlo con una sencilla razón:

—Sí se va toda la vida puede pasarse preguntando, ¿qué habría pasado si hubiese dicho que sí? Si espera a tener todas las condiciones, nunca va a estudiar.

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Carlos E. junto a su papá Leonardo José González en 2019, LA PRENSA/Cortesía.

Omisión afortunada

Entre su papá y su mamá ajustaron para pagar 170 dólares mediante un arreglo de pago en la primera mensualidad y quedaron en pasarle 80 más al mes. De ellos 50 eran para pagar un cuarto y el resto para comprar comida.

Ese primer semestre de 2011 Carlos solo hizo ese pago inicial. Sus padres no se hablaban y no volvieron a darle dinero para hacer los pagos mensuales. Solo le enviaban el dinero de la renta. Por un error de finanzas nadie se percató de que en cuatro meses no realizó ningún otro pago.

“Actuaba con normalidad, como cualquiera que tenía al día sus cuotas y no había hecho nada malo”, relata. Al mismo tiempo, comenzó a ganarse la simpatía del personal de administración por medio de pequeños regalos como galletas y tazas de cafés que se robaba de la cafetería sin que se dieran cuenta.

Para iniciar el segundo semestre e inscribir sus clases en 2012 debía estar solvente, pero su deuda ya ascendía a mil 200 dólares. Carlos pidió hacer un arreglo de pago, que no dudaron en aceptar pues esa cantidad no era tan grande para la Ave María. Y la deuda siguió creciendo.

Ya en el tercer semestre, inventó que su papá había tenido un accidente y que por eso se iba a atrasar en el pago, pero que pronto lo haría. Y su comportamiento siguió siendo el de alguien despreocupado como el de cualquiera de sus compañeros. Pero casi por finalizar el cuarto semestre, en 2013, se destapó la olla. Las mentiras ya habían crecido demasiado. Su deuda ya era de casi 5 mil dólares y fue suspendido.

“Comencé a buscar trabajo para pagar mi deuda y regresar a estudiar, porque regresar a Sébaco para escuchar las burlas de todos los que estaban esperando que fracasara, ¡no era una opción!”.

Su peor año, sin embargo, aún no llegaba. En 2014 estaba fuera de la universidad, su mamá vive una relación abusiva con una nueva pareja, su novia lo corta y él sufre un accidente a los quince días de haber empezado a trabajar en un call center. Aún con sus raspones siguió trabajando.

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¡Feliz de hacer realidad su meta! LA PRENSA/Cortesía.

Banco de favores

Los 30 dólares que le daban sus padres para comida no le duraban más de una semana y comenzaron a espaciarse hasta desaparecer. Solo el almuerzo en la cafetería de la universidad costaba 80 córdobas. Así que para estirar el dinero Carlos solo hacía dos tiempos de comida al día.

“No almorzaba. Compraba una bolsa de frijoles cocidos, una crema, dos sobres de café y una bolsa de pan diarios. En una semana ya no tenía dinero”.

Para no morir de inanición formó lo que él llamó “banco de favores”. Hizo algunos amigos casi desde el inicio. Entre ellos los mejores eran Óscar Zelaya, María Fernanda Villanova y Óscar Almanza. Cada uno le cedía al menos uno de sus tiempos de comida en el día.

Con el tiempo hizo más amigos y cada vez que se daba cuenta de que alguno dejaba su comida por dieta o no estaba en el campus iba a cafetería y la pedía en su nombre.

Fue cuando apareció en escena Adrienne Cabrera, su novia. “Ella fue un ángel en mi vida”, comenta. Prácticamente pagó su renta, comidas y salidas durante casi dos semestres. Hasta que un día se cansó de la situación y terminaron. “Yo le agradezco mucho a ella. Cuando comencé a trabajar le pagué todo el dinero que gastó conmigo y quedamos como amigos”.

Carlos junto a Mr. Anderson y varios de sus grandes amigos. LA PRENSA/Cortesía.

Mr. Anderson

Casi al finalizar el tercer semestre en 2012, la situación se puso crítica, pues al no contar con la ayuda de sus padres la dueña del cuarto lo amenazó con sacarlo si no pagaba.

“Recuerdo que esa tarde ya llevaba casi un día y medio sin comer. La sensación de hambre y desprotección era horrible”, recuerda Carlos.

El rector de la universidad, Mathew Anderson, vio al muchacho sentado en una banca. Se acercó y colocando una mano sobre su hombro le preguntó directamente: “Are you ok, body? (¿Estás bien amigo?), Carlos alzó la vista y rompió en llanto.

Mr. Anderson lo llevó a su oficina y Carlos le explicó su situación a medias. Ese día el rector le dijo una frase que nunca olvidó y fue la que lo impulsó a seguir a pesar de todo. “No te rindas. Nadie recuerda a los que renuncian”, le dijo. “Me dio algunos chocolates y salí dispuesto a continuar”.

Cerrando el semestre ya era parte del paisaje de la universidad. Todos lo conocían. Había iniciado en el primer semestre jugando fútbol como actividad extra curricular, pero al poco tiempo dejó de ir, porque jugaba usando zapatillas y pronto se le despegaron.

Un día al pasar por el gimnasio vio a una gente vestida de blanco tirando patadas. Era el equipo de tae kwon do. “Ya me ahorré los zapatos”, pensó sin imaginar que ese deporte le devolvería la beca y su sueño más adelante.

Al estallar el escándalo de sus engaños a finales del 2013 tuvo que retirarse. Aprovechando sus nuevos conocimientos de inglés comenzó a buscar trabajo en varios call center locales. No lo encontró de inmediato. Pero, aunque ya no era estudiante activo nunca se desligó completamente de la universidad y mantuvo contacto con Mr. Anderson.

Con su nuevo salario comenzó a pagar sus deudas hasta salir de ellas. Y además pagaba 20 dólares para seguir yendo al gimnasio del campus. Ganó medalla tras medalla de forma independiente y eso llamó, nuevamente, la atención del rector. Anderson lo llamo para ofrecerle una beca deportiva. Con ella la universidad se comprometía a pagar desde el alojamiento hasta la última hoja de cuaderno. Todo.

“En la universidad por muy bueno que seas en un deporte, si tenés malas notas perdés tu beca. Yo tenía que esforzarme para estudiar en cualquier momento libre que encontraba”.

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La segunda mitad de la carrera de Carlos E. fue pagada con una beca deportiva que obtuvo gracias al tae kwon do y su tenacidad. LA PRENSA/Cortesía.

Colapso nervioso

Carlos trabajaba de 8 de la noche a 5 de la mañana en ese call center, dormía de 5 a 8 de la mañana y después se incorporaba a sus clases. Las clases terminaban como a las dos de la tarde, pero en lugar de dormir se iba a practicar tae kwon do al gimnasio al menos una hora antes de volver a trabajar.

Ese ritmo de vida le pasó factura en algún momento, porque además tomaba analgésicos para aliviar el dolor que le provocaban varias caries que le salieron. De hecho, perdió dos piezas dentales.

“Estaba haciendo todo lo que un deportista no debe hacer. No comía bien. Tomaba Redbull para mantenerme despierto en clases, analgésicos para el dolor y mucho café, hasta que tuve un colapso nervioso en enero del 2018”.

Carlos renunció al call center, pidió un receso en la universidad, pero continuó entrenando tae kwon do. Por pura casualidad al asistir a un evento astronómico en Granada consiguió un nuevo trabajo. Esta vez como corredor de bienes raíces para una empresa estadounidense. De nuevo saber inglés fue una bendición.

Al estallar la crisis del 2018 en Nicaragua él se encontraba compitiendo en San Salvador y decide permanecer allá. Regresó en 2019 cuando parecía que la situación volvía a la normalidad. Sigue estudiando y ganando medallas en tae kwon do para la Keiser University. Y logra egresar de su carrera en diciembre de 2020.

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Del 2013 al 2020 Carlos ha ganado 30 medallas en campeonatos centroamericanos y nacionales. LA PRENSA/Cortesía.

Premio a la perseverancia

Durante la séptima promoción de la Keisser University Latin American Campus, en mayo de este año, la universidad le otorgó un premio creado por y para él: El Premio a la Resiliencia y Perseverancia.

Las palabras del rector Mathew Anderson, antes de entregárselo fueron: “Nunca encontré una buena respuesta cada vez que me preguntaban ¿por qué Keiser está en Nicaragua y no en otro país? La historia de Carlos Eduardo González Tijerino es la respuesta. Él y otros jóvenes como él son la razón de estar en Nicaragua”.

Actualmente, Carlos colabora con la universidad como Consejero de Admisiones, es decir, que se encarga de captar a jóvenes que, al igual que él en sus inicios, no tienen todas las condiciones económicas para estudiar en ese campus.

Este mes de septiembre Carlos también inició un nuevo reto en la Keiser, terminar su maestría en administración de empresas. “Miré a muchos fracasar en estos diez años y por momentos pensé que yo tampoco lo lograría, pero gracias a mis amigos y profesores que me dieron aliento me mantuve firme en mi propósito”.

Plano personal

  • Carlos ha ganado 30 medallas en campeonatos regionales y locales de tae kwon do. Y el próximo año participará en el Campeonato Mundial de Tae Kwon Do, ITF.
  • Doña Sandra Tijerino, su mamá, no pudo asistir a su graduación, porque estaba enferma de Covid 19. Solo asistieron su hermano y su entrenador como invitados.
  • Al recibir el premio a la Resiliencia y Perseverancia, Carlos estaba tan emocionado que el llanto le impidió decir sus palabras de agradecimiento. Varios asistentes lloraron con él.
  • “Si puedo enviarle un mensaje a los jóvenes que estudian o piensan estudiar una carrera sería este: No se rindan, trabajen duro y no pierdan la esperanza. Las visiones que tenemos del futuro terminan por darle forma a éste”.

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COMENTARIOS

  1. Hace 3 años

    Fantastico el relato, solo que la palabra es “buddy,” no “body.”

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