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Septiembre: legado y deuda

Pasó el 15 de septiembre, día en el que se ha conmemorado el Bicentenario de la Independencia Nacional.

En esta magna ocasión, como casi siempre a lo largo de los 200 años transcurridos, ha habido también comentarios negativos sobre la Independencia Nacional, o por lo menos pesimistas. Por la situación política del país se considera, al parecer, que no hay condiciones ni razón para el optimismo histórico.

El optimismo histórico es la creencia de que el mundo en el cual se vive es el mejor posible, según la doctrina del filósofo alemán Gottfried Leibnitz (1646-1716). Pero sobre todo el optimismo histórico es la convicción y la fe en que el futuro siempre puede ser mejor, que es posible avanzar hacia el triunfo del bien sobre el mal, de la justicia sobre la injusticia, de la libertad sobre la servidumbre, de la democracia sobre la dictadura.

Quienes tienen una percepción negativa de la Independencia Nacional, argumentan que no tuvo una significación revolucionaria y democrática, porque no resultó de la lucha popular sino de una decisión mediatizada de la cúpula criolla dirigente.

Aseguran que por haber sido las masas populares ajenas a la Independencia Nacional, sobrevino la anarquía y después la instauración de las dictaduras que prevalecen hasta ahora. Por eso, dicen, ha fracasado la república o ni siquiera ha existido.

Pero si bien la proclamación de la Independencia Nacional no fue resultado de una guerra ni derramamientos de sangre, la verdad es que antes de la independencia sí hubo una lucha heroica por la libertad nacional, que se manifestó en las conspiraciones patrióticas de 1810 y 1811, cruelmente reprimidas por el poder hispano colonial.

En todo caso, lo más grandioso fue la idea de libertad que animó a los próceres independentistas y fundacionales del Estado nacional. Su objetivo era darle a Nicaragua un sistema de gobierno republicano y democrático. El cual se estableció después de la anarquía política que inevitablemente siguió a la Independencia Nacional, como ha ocurrido casi siempre donde se ha puesto fin a una dominación colonial.

Sin embargo, se denigra a la República Conservadora que se estableció en Nicaragua después de la anarquía y de la Guerra Nacional de 1856-1857, en la cual con la ayuda de los demás países centroamericanos se pudo derrotar y expulsar al filibusterismo yanqui.

Sin duda que la República Conservadora fue defectuosa. Pero sus logros políticos, económicos y sociales fueron notables. En ese período histórico de 30 años los presidentes no se reelegían, había elecciones libres y se practicaba la alternabilidad en el poder. A Nicaragua se le llamaba entonces “la Suiza de Centroamérica”.

La República Conservadora fue el mejor aprovechamiento del legado de la Independencia Nacional de 1821, hasta los gobiernos de Violeta Barrios de Chamorro y Enrique Bolaños. Fue el mejor cumplimiento de los principios y valores de libertad y democracia que quedaron escritos para siempre en los documentos de la Independencia Nacional y en la Constitución de la República Federal de Centroamérica, del 22 de noviembre de 1824, y la Primera Constitución Política del Estado de Nicaragua, del 8 de abril de 1826.

En esos documentos constituyentes y constitucionales está el legado de la Independencia Nacional, cuyo bicentenario conmemoramos en este septiembre de 2021. Y su cumplimiento cabal y duradero es la gran deuda que Nicaragua tiene que pagar, en un futuro que por nuestro optimismo histórico estamos seguros de que no está lejano.

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