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Vivir es servir

La imagen que tenga de Jesús es la que va a orientar mi fe. A muchos se nos olvida que el que quiera ser el primero tiene que ser el servidor de todos. 

 Parece que los discípulos no aprenden la lección y siguen con la idea de que Jesús era el rey soñado por el pueblo, un mesías político; por eso no le paran a Jesús que les va hablando por el camino de que le van a enjuiciar, va a ser perseguido y le van a crucificar (Mc. 9, 31-32). Lo que a los discípulos les importaba era ir tomando posiciones en el poder (Mc.9, 34). 

Hoy, como ayer, los hombres seguimos buscando y peleando en el mundo por lo mismo que a los discípulos les separaba, no por lo que Jesús luchaba. La fidelidad, la honradez, la lealtad en el servicio hasta la cruz no son valores que nos entusiasmen.

 Jesús, sin embargo, tiene como ideal de su vida ser fiel y leal siempre en su servicio a Dios y a los hombres, aunque esto le suponga persecución y poner en riesgo su vida.  

 Nosotros, como los discípulos de Jesús, vamos por caminos muy distintos: seguimos pensando en la llegada de mesías políticos y en paraísos terrenales. Seguimos soñando en alcanzar puestos de poder como trampolín que nos asegure un futuro: “No me digas cuánto voy a ganar; dime dónde hay”. 

Seguimos pensando en ese puesto que rinde, aunque nosotros seamos incapaces para rendir en él. Seguimos ambicionando el dios dinero, como la solución que todo lo arregla y quita todos los problemas. 

 Seguimos construyendo un mundo de competencia desleal sin importarnos a quién destruimos. Seguimos pensando solo en nuestro yo, mientras cada vez nos vamos atrofiando más para poder pensar en servir a los otros. 

 Esta es la dolorosa realidad que tuvo que enfrentar Jesús con sus discípulos y a la que sigue enfrentándose también hoy con nosotros. 

Hoy, como ayer con sus discípulos, Jesús nos enseña a tener valores totalmente distintos. Para Jesús lo importante es: la lealtad y la fidelidad, aunque conlleven cruz (Mc. 9, 31). El servicio al otro sin interés alguno de recompensa (Mc. 9, 35). 

 No la pantalla que aparece, sino el orgullo de ser uno lo que es. La sencillez, propia de los niños, por encima del orgullo tonto de los mayores (Mc. 9, 37). Pensar en beneficio del otro, no encerrarnos en nuestra egolatría. 

 Lo que engrandece a una persona, no es su ambición desmedida, sino la belleza de su sencillez. Lo que vale una persona, no se mide por su poder ni por su dinero, sino por capacidad de entrega al servicio de los demás. 

 Por eso decía Tagore: “Yo dormía y soñé que la vida era alegría. Desperté y vi que la vida era servicio. Serví y vi que el servicio era alegría”.  

Y es que quien no vive para servir, no sirve para vivir. “Quien no vive para servir, aunque esto le cueste cruz, no sirve para vivir”. 

 Creemos que para ser alguien en la vida tienes que triunfar, tienes que alcanzar los primeros puestos, tienes que ejercer dominio sobre los demás… así serás feliz.

 El Señor nos invita a cambiar este criterio equivocado y sustituirlo por la sabiduría que viene de lo alto. Invita a purificar la motivación, a no buscar los primeros puestos con el fin de enaltecerse uno a sí mismo. El Señor enseña la necesidad de vivir la humildad e invita a buscar hacer de los primeros puestos un puesto de servicio.

El autor es sacerdote católico.

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