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La mala historia del comandante

Daniel Ortega quiso dar una lección de historia en su discurso del 15 de septiembre. Lástima que haya estado plagada de errores y distorsiones. Sus desconocimientos y prejuicios ideológicos marxistas produjeron una narrativa totalmente maniquea: todo lo que tenga que ver con los imperios y con el capitalismo fue pintado en negro y sin matices; un mundo poblado de capitalistas salvajes, naciones rapaces, explotadores, vendepatria y traidores. Ningún reconocimiento fue concedido a los innumerables bienes que, junto con sus innegables abusos, trajo Europa al continente americano. Por otro lado, pintó a los absolutamente buenos de la película, aquellos que combatieron al invasor.

Curiosamente, en su discurso Ortega se identifica con los aborígenes. Así habla de “la resistencia de nuestros antepasados”, olvidando que también corre en sus venas sangre española; o que la mayoría de los nicaragüenses somos mestizos; hijos, como decía Pablo Antonio Cuadra, de América y España. De forma que no existe el ellos, “los explotadores”, y el nosotros las “víctimas”; porque genéticamente tenemos de ambos.

En esta fantasía del oprimido atribuye a los colonizadores toda clase de maldades, incluyendo la esclavitud de los indios y, con su característico rencor contra la Iglesia, se regocija exclamando: “¡Sí, los obispos ahí recibiendo tranquilamente esa mano de obra esclava!” La realidad, por el contrario, indica que los reyes de España, junto con el papa, prohibieron terminantemente la esclavitud. Paulo III, en 1537, amenazó con la excomunión a todo aquel que intentara reducir los indios a la esclavitud o despojarlos de sus bienes. Y fue precisamente la Iglesia quien defendió heroicamente la dignidad de los indígenas contra los abusos. ¿Por qué en lugar de denigrar a los obispos no mencionó Ortega a nuestro gran Antonio Valdivieso, asesinado por defender a los indios frente a los hermanos Contreras?  

Ortega también acusa a España de “condenar a los españoles que decidían procrear con mujeres indígenas”. ¡Todo lo contrario! Los reyes católicos, desde el inicio, en 1503, daban las siguientes instrucciones: “Tratad de que algunos cristianos se casen con indias y que algunas cristianas se casen con indios, de forma que puedan comunicarles y enseñarles nuestra fe católica…” En 1526 los franciscanos escribieron al emperador Carlos V que “los dos pueblos, cristianos y paganos, deben unirse y juntarse en matrimonio como ya esta comenzando a suceder”. Por eso una de las principales características de la colonización española, en contrate con la inglesa —que abominaba y hasta prohibía los matrimonios interraciales—, es que propició, como ninguna otra, la mezcla de razas.

Repitiendo el mito marxista de la resistencia indígena, Ortega también afirma que “fueron 300 años de lucha, de resistencia heroica que se inició con las batallas de Diriangén… y se mantuvo la resistencia de los pueblos originarios de nuestros antepasados”. Suena bonito, romántico, pero no hay tales. Por un lado, el cacique Nicarao aceptó pacíficamente a los españoles e hizo bautizar a su tribu. Diriangén montó luego dos fallidos ataques en que no pereció un solo español, y luego se desvaneció en la historia enterrando para siempre su lanza. Rebeliones como esas fueron escasas y sin envergadura, lo que llevaría a la historiadora anglosajona Newson a comentar que “la conquista del Pacífico de Nicaragua fue relativamente fácil”. En la versión de José Coronel Urtecho, los indios “aceptaron el hecho del dominio español con su atávica sumisión a las potencias mágicas… No fueron nunca perturbadores de la paz, sino al contrario, sus más tranquilos disfrutadores”.   

Erró también Ortega al afirmar que los países centroamericanos no quisieron intervenir en la guerra nacional hasta que ocurrió la batalla de San Jacinto, cuando seis meses antes Costa Rica había enviado 4,000 soldados. Igual yerro fue afirmar que el gobierno de Estados Unidos reconoció a Walker como presidente.

Aparte de estos y otros muchos errores, la susceptibilidad en su discurso a los abusos cometidos contra los indios, cientos de años atrás, olvida los horrendos que propinó su propio gobierno contra los indios misquitos en los años ochenta: asesinatos, desplazamientos forzosos, quemas de iglesias, etc. Igual ignora la opresión que ejerce hoy contra su pueblo. Fue una mala historia sectaria; una que ve la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.

El autor es sociólogo e historiador. Autor del libro En busca de la tierra prometida. Historia de Nicaragua 1492-2018.

Opinión aborígenes Daniel Ortega Nicaragua archivo
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