El jurista y politólogo boliviano Carlos Sánchez Berzaín propone que para resolver la crisis de la democracia como sistema de gobierno en América Latina y el Caribe, hay que sustituir el régimen presidencial con el parlamentario.
Sánchez Berzaín ejerció varios ministerios de Gobierno en Bolivia, en la década del noventa de siglo pasado y comienzos del nuevo milenio. Ahora vive como exiliado en Estados Unidos, es autor de varios libros sobre temas políticos con énfasis en los valores democráticos y desde hace varios años es director del Instituto Interamericano para la Democracia.
El experto boliviano y latinoamericano presentó dicha propuesta en un artículo de opinión publicado el 27 de septiembre recién pasado en el Diario Las Américas de Miami. Sostiene que “el sistema presidencialista se presenta objetivamente como un obstáculo para la resistencia, la transición y el gobierno en democracia”. Y agrega que para restablecer la democracia en los países donde se ha perdido, y evitar que colapse en los demás, se debe adoptar el sistema parlamentario.
Asegura que el sistema presidencialista es personalista, por eso tiende al autoritarismo y la dictadura en una cultura política históricamente caudillista, como es la latinoamericana y caribeña. La alternativa es el parlamentarismo, dice, un sistema de gobierno en que el pueblo elige a los miembros del parlamento, que es el poder legislativo, el cual elige al gobierno que ejerce el poder ejecutivo.
En el sistema parlamentario, el primer ministro —o presidente del gobierno como se llama en España, y en Alemania tiene el título de canciller— es el líder del partido que logra en las elecciones la mayor cantidad de diputados. Puede gobernar solo, si cuenta con la mayoría requerida, o en coalición con otros partidos, en el caso de que no la tenga. En todo caso, el jefe de gobierno es responsable ante el parlamento, le rinde cuentas permanentemente y puede ser destituido si pierde la confianza de la mayoría de los diputados.
La superioridad del sistema parlamentario sobre el régimen presidencial —razona el director del Instituto Interamericano para la Democracia—, radica en que “promueve el consenso y la negociación política abierta para formar mayoría”. Lo cual es imposible en un régimen presidencialista y mucho menos si es del tipo autocrático, como en Nicaragua.
Sánchez Berzaín anota que “el debate entre presidencialismo y parlamentarismo es tan antiguo como la existencia de las repúblicas latinoamericanas”. Chile fue una República Parlamentaria de 1891 a 1924, pero un golpe de Estado impuso el presidencialismo. También en Brasil hubo sistema parlamentario de gobierno de 1961 a 1963, pero fue abolido como resultado de un referéndum en el que se impuso la costumbre caudillista y se volvió al presidencialismo.
Con el presidencialismo los líderes fuertes y muy ambiciosos se atornillan en el poder, por medio de la fuerza y de la reelección en comicios manipulados. De esa manera se convierten en dictadores y se llega a la situación de Cuba, Venezuela y Nicaragua, a la que parecen dirigirse también El Salvador y Perú.
Carlos Sánchez Berzaín reconoce que en el sistema parlamentario también hay reelección, si el partido mayoritario cuyo líder es el jefe de gobierno renueva su mayoría en las elecciones libres y transparentes. Angela Merkel, en Alemania, estuvo 16 años en el poder; Berlusconi, de Italia 17, y Margaret Thatcher, en el Reino Unido, casi 12 años. Pero no se convirtieron en dictadores, pues no era esa su intención y aunque lo hubieran querido el sistema parlamentario no lo permite.
También en el presidencialismo hay presidentes que no se hacen dictadores. En Nicaragua, por ejemplo, hubo los casos de los presidentes conservadores del siglo 19, y los de doña Violeta Barrios de Chamorro y Enrique Bolaños en el periodo de 1990 a 1996 y de 2001 a 2006.
Sin embargo, Daniel Ortega, quien estuvo en el poder de 1979 a 1990, lo recuperó en 2007 y lo controla con mano de hierro hasta ahora, es evidente que lo quiere retener para siempre. Y esto se lo permite el régimen presidencialista, con elecciones hechas a la medida de su conveniencia.