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Los tres golpes que la vida le ha dado a Doña Pinita

Ha enseñado a cocinar a los nicaragüenses por más de 10 años, es nieta de la mujer que trajo la pizza y la pasta a Nicaragua, madre y abuela de dos presas políticas y una panadera que ganaba más que su esposo, el ministro

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Doña Pinita ha recibido tres grandes golpes en su vida. La muerte de su esposo Miguel Ernesto Vijil, la explosión de una bomba que casi acaba con la vida de uno de sus hijos en la guerra de los ochenta, y el encarcelamiento que están viviendo su hija menor Ana Margarita Vijil y su nieta Tamara Dávila.

Ana Margarita y Tamara son dirigentes opositoras y presas políticas del régimen de Daniel Ortega. Doña Pinita se siente muy orgullosa de ellas. Dice que le da mucho gusto ver a sus familiares luchando por una causa justa porque eso fue lo que ella y su esposo inculcaron a sus hijos.

Tiene 77 años. Le fascina leer, aunque con la detención de su nieta e hija le cuesta mucho concentrarse. De vez en cuando visita a sus amigas para distraerse. Es una persona que habla sin parar. Le encanta contar la historia de su familia, sobre todo la de sus hijos y su esposo.

Es bien hogareña. Le encanta reunirse con su familia, almorzar con sus hijos y nietos, pero la pandemia del Covid-19 ha complicado estas tertulias familiares, así que tratan de verse con el mayor cuidado posible. “Cada uno separado en una esquinita”, explica.

Ana Margarita Vijil es la menor de sus hijas. TOMADA DE SU FACEBOOK

Tiene todo un set de cocina montado en su casa. “Pinita, nosotros no tenemos una casa que tiene cocina, vivimos en una cocina que tiene casa”, le decía su esposo en ocasiones.

Mientras vive su día a día, doña Pinita batalla contra un cáncer de ovario que le detectaron años atrás. Suele viajar a Estados Unidos o a Costa Rica para chequearse.

En junio del 2021, su doctor vio algo que no le gustaba en uno de sus exámenes, así que la mandó a repetirse la prueba en septiembre. Ese tipo de examen no se hace en Nicaragua, pero sí en Costa Rica, así que para allá iba doña Pinita a inicios del mes pasado, pero las autoridades de migración no la dejaron salir del país para chequearse y más bien le retuvieron su pasaporte.

“La Pina” y “La Pinita”

La madre de María Josefina Gurdián Mántica, mejor conocida como “Doña Pinita”, era Giuseppina Mántica. A ella la conocían como “La Pina”.

Era hija de Guiseppe Mántica, un italiano que había llegado a Nicaragua a inicios del siglo pasado como empleado de otro italiano.

Después de un tiempo, el hombre se asentó en Chinandega y se casó con otra italiana que era hija del capitán de un barco que traía suministros desde Italia hasta el puerto de Corinto. Doña Pinita dice que este es el origen de los Mántica en Nicaragua.

Su padre era Félix Gurdián Terán, quien junto a sus hermanos era dueño de cosechas de algodón en occidente. En una fiesta en León, Giussepina y Félix se conocieron y tuvieron seis hijos.

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Nació el 11 de abril de 1944 en una familia acomodada de León. Es la quinta de los seis hermanos y estudió en el colegio La Asunción de la ciudad universitaria. A los 13 años sus padres la enviaron a Estados Unidos para que estudiara inglés. “Decían que porque yo ya tenía enamorados y mi papá dijo que era mejor que me mandaran”, recuerda con gracia.

Estuvo un año en Estados Unidos y luego su padre la envió con una de sus hermanas a Italia para que terminaran su bachillerato en el colegio Mary Mount. Ahí aprendió a hablar italiano. A los 17 años regresó a Nicaragua.

No fue a la universidad, pues creció en una época “donde lo único que interesaba era que consiguieras un buen marido. Cosa muy distinta a ahora”, cuenta.

Cuando volvió a León en 1961 eran varios muchachos los que cortejaban a doña Pinita, pero el que le gustaba más era uno que estudiaba Derecho, Miguel Ernesto Vijil Icaza. Antes de convertirse en abogado, Miguel Ernesto había estudiado Ingeniería Civil en Estados Unidos y tenía una empresa constructora junto a otros socios.

–Desde que él me ve, me empezó a perseguir y a competir con otros que también querían enamorarme

–¿Era muy apuesta usted?

–Pues debo haber sido algo (ríe)

Doña Pinita se casó a los 21 años con Miguel Ernesto. A los 27, ya tenía cinco hijos y Ana Margarita nació seis años después. Eran una familia muy católica. Miguel Ernesto era opositor a la dinastía somocista y militó en el Partido Liberal Independiente. Trabajó un tiempo en la UNAN León y tuvo amistad con el doctor Carlos Tünnerman y el padre Fernando Cardenal.

A finales de los setenta, cuando se veía inminente el triunfo de la Revolución Sandinista, la pareja decidió quedarse y comprometerse con el cambio que se avizoraba para el país, pero con temor “porque veníamos de la burguesía” y no sabían cómo iban a ser aceptados por el Frente Sandinista.

Doña Pinita y su familia vivían en las afueras de León, sobre la carretera. Para los últimos días de Anastasio Somoza, un grupo del Frente Sandinista llegó a recomendarles que desalojaran la casa porque iban a poner un retén en la carretera por si pasaba la Guardia Nacional y podía haber enfrentamientos.

La familia se trasladó a Managua, a casa de los padres de Miguel Ernesto y estuvo ahí hasta el triunfo de la Revolución.

La panadera y el ministro

Para sorpresa de la familia, el Frente Sandinista llamó a Miguel Ernesto para ser el ministro de la Vivienda. Había sido propuesto por Carlos Tünnerman y Fernando Cardenal desde el Grupo de Los Doce. El esposo de doña Pinita aceptó el cargo.

La familia empezó a vivir en la capital. Doña Pinita dice que se integraron a la revolución de manera genuina, tanto que regalaron una finca que tenían en Malpaisillo.

“Él quería regalarlo todo y yo estaba como de acuerdo. Nos venimos a vivir a Managua a una casa prestada de mi hermana y a cambiar de vida porque lo que Miguel ganaba era muy poco. Toda la revolución ganó poco”, recuerda doña Pinita, y así fue como inició su panadería Margarita.

Ella no estudió cocina. Se considera autodidacta, pero también dice haber heredado el don de su abuela italiana. Según doña Pinita, su abuela fue la que trajo la pizza y la pasta a Nicaragua porque aquí no se conocían.

A los ocho años, uno de sus regalos de Navidad fue una pequeña cocina eléctrica y ahí hacía las primeras galletas. “Casi ni calentaba y me costaba, pero ahí hacía mis cositas yo”, cuenta. Cuando estuvo en Italia, una de sus tías también le enseñó a cocinar pasta y otras recetas italianas. Así fue aprendiendo a cocinar.

María Josefina Gurdián, mejor conocida como doña Pinita tiene 77 años. AFP)

“Mi marido gozaba porque era bien comelón, aunque había sido bien flaco, conmigo se engordó. Y era mal crítico. Siempre me decía que todo le gustaba y tenía que llamar a mis hijos yo para que me dijeran la verdad”, rememora doña Pinita.

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En los primeros años de la revolución empezó a hacer galletas con una vieja receta. De ahí sacó seis recetas diferentes para ofrecer variedad. Se metió a una cooperativa de panaderos para conseguir harina y todos los ingredientes necesarios para hacer las galletas.

Las ofrecía en tiendas y pequeñas distribuidoras. Hacía galletas de vainilla, canela, naranja, piña, y hacía su propia jalea. En una camionetita que tenía la familia se iba a venderlas y distribuirlas. Si no conseguía mantequilla prefería no hacerlas porque perdían todo el sabor. En ocasiones hacía gallina rellena, pan, pasteles para Navidad, y los ofrecía entre sus amigos y conocidos.

“Miguel se ponía a ayudarme a contar el dinero de mis galletas y se dio cuenta de que él me tenía que ayudar porque yo ganaba más que él. Con mis galletas yo llegué a ganar más que él como ministro de la Vivienda”, cuenta doña Pinita.

En la década de los ochenta, cuatro de sus hijos participaron en la Cruzada Nacional de Alfabetización, ella alfabetizó en donde vivía, en Satélite Asososca. Sus hijos también fueron a los cortes de café y algunos hicieron el servicio militar.

Uno de sus hijos menores era sanitario y en un combate en 1987 le explotó una bomba cerca y más de 30 charneles se le incrustaron en el cuerpo. Le perforaron el intestino y se le reventó la vejiga. Y fue hasta dos días después que pudieron sacarlo en helicóptero de las montañas de Waslala.

Doña Pinita no estaba en Nicaragua. Su esposo había tenido un infarto en noviembre de 1986, y ella fue operada de la matriz. La operación se le infectó y fue enviada a Cuba por el gobierno sandinista. Ahí fue operada nuevamente y junto a su esposo fueron enviados a la antigua Checoslovaquia para que se recuperaran.

En eso estaban cuando recibieron la noticia de que su hijo estaba grave. Inmediatamente regresaron a Nicaragua y se llevaron al joven a Cuba. Los médicos valoraron que tenía un gran riesgo de quedar parapléjico. Tenía una lesión cerebral y hasta la fecha no saben si fue porque se golpeó con una piedra al caer o fue por uno de los charneles que le atravesó el cráneo.

Después de varios años y seis operaciones, el hijo de doña Pinita pudo recuperarse. De vez en cuando tiene convulsiones, pero las controla con medicamentos. Este fue uno de los momentos más duros en la vida de doña Pinita porque pensó que su hijo iba a morir.

La sala de doña Pinita

Cuando el Frente Sandinista perdió las elecciones de 1990, doña Pinita lloró por 36 horas. Le costaba creer que el proyecto por el que ella y su familia habían dado tanto, tuviera que dejar el poder. Su esposo Miguel Ernesto dejó de ser ministro y trabajó un tiempo en la empresa constructora que tenía con sus socios, hasta que decidió apartarse porque sentía que el corazón no le daba más. Podía sufrir otro infarto.

Desde entonces, la sala de la casa de doña Pinita se convirtió en una pastelería con atención al público, y en el jardín pusieron mesas y sillas de plástico. Después empezó a ser proveedora de reposterías para una sucursal de una cadena de supermercados.

Poco a poco fue creciendo. Con ayuda de su familia administraba la pastelería, hacían entregas y fueron contratando personal. También empezó a dar clases de cocina y empresas la contrataban para que promocionara sus productos.

En 2006, uno de sus hijos le propuso que diera clases de cocina en televisión e hizo las gestiones para conseguir un espacio en Canal 11, que solo se transmitía por cable. Su primera vez estaba nerviosa, pero con el tiempo fue perdiendo el miedo a las cámaras.

Doña Pinita preparando un pastel. ARCHIVO

Su hijo también consiguió que el periódico El Nuevo Diario replicara las recetas que hacía doña Pinita en televisión.

Después empezó a publicar los recetarios por su cuenta. Dice que llegó a publicar 16 recetarios diferentes dirigidos a personas comunes y no necesariamente para grandes cocineros. Después de estar en Canal 11, se pasó al Canal 8 en televisión abierta, pero cuando fue comprado por la familia Ortega Murillo, decidió cambiarse al Canal 12 en donde tuvo su programa hasta 2016.

El principal motivo de sus clases, sus recetarios y sus programas de televisión no era hacer dinero, dice, sino más bien hacerle propaganda a su pastelería.

En medio de sus programas de televisión llegó el segundo golpe duro en su vida, que fue la muerte de su esposo Miguel Ernesto. Falleció a causa de un infarto una noche de mayo de 2013 mientras dormía en su casa. “Fue un dolor horrible para mí”, recuerda doña Pinita.

Desde que dejó la televisión en 2016 se dedicó a su vida privada y su salud. También ha escrito sus memorias, pero no piensa publicarlas, si no dejarlas para sus hijos.

En 2019 le descubrieron un cáncer de ovario. En Estados Unidos la operaron y el año pasado le hicieron quimioterapia por sospechas de una metástasis, que al final no era y que más bien hizo estragos en su cuerpo.

En junio de este año, fue a su último chequeo médico en Estados Unidos. Quien la acompañó fue su hija menor Ana Margarita. Ahí la mandaron a que se repitiera el examen en tres meses “porque el doctor quería comprobar algo”.

Cuando regresaron de Estados Unidos, a los pocos días su nieta Tamara Dávila fue detenida por la dictadura de Daniel Ortega, y el día siguiente su hija Ana Margarita fue apresada también.

Para doña Pinita, este ha sido un tercer golpe duro en su vida. Actualmente le cuesta conciliar el sueño y asiste a sesiones con una psicóloga para poder llevar la incertidumbre de qué estará pasando con sus familiares encarceladas en El Chipote.

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